27 noviembre 2021

A Paula, la nieta que siempre ha estado en mi vida, y que ya ha pasado de niña a mujer


Vaya por delante que el cariño hacia mis nietos, hacia todos ellos sin excepción, (y comprendo en el vocablo a los dos géneros gramaticales, sin los ”os” y las “aes” que intentan poner de moda algunos lingüistas de modernismo inculto), repito, el cariño hacia mis nietos, lo es sin discriminación ni preferencia alguna, porque en todos ellos hallo el almíbar de saberles en mi vida y de ser consciente de que por encima de la voz de la sangre se alza el sentimiento de unión el intimismo y en la vida creciente que es la continuidad familiar.

Salvadas, seguro estoy, impensables suspicacias, quizás --ojalá no-- por parte de sus progenitores y dudo que por parte de los nietos mismos, no puedo menos que gloriarme de tener en mi vida a esa preciosidad de nieta que se llama Paula, hija de otra Paula, a quienes tuve en mis brazos ya de recién nacidas (a ambas dos, valga la expresión) y a cuya Paula

nieta he seguido acunando en mis afectos de “abuelín” (que así me invoca ella, con licencia de expresión que me encanta).

Hoy, Paula, nieta, que ya adorna la humanidad con dieciséis años, luce esplendente en su ampurdanesa Roses de residencia –con las raíces de valenciana y con  los genes de germana y berlinesa- y seguirá, sin duda, cual  bella flor, en la vida.

Y no puedo menos que publicar y publicarle mi amoroso beso de felicitación, a ella, que está formando una recia personalidad, desde el amor a sus dos patrias, la feminidad heredada de su madre, y la discreción laboriosa e integradora  de su padre, y que, cual amazona que es, y plurilingüe que también es , hace de orgullo y alegría de toda la familia.

Habrá, seguro, quien diga que el amor de “abuelín” me hace exagerar, y probablemente así sea, pero si el cariño hacia los de la familia debe ser sin límite, el amor a la “tercera” generación es de “otra clase”: más global, más envolvente, más generoso, más fluorescente.

Sea, pues, esta mi felicitación y glosa a ti, mi nieta Paula, loor que engloba el abrazo pleno a tus progenitores y el afecto de abuelo (con la abuela Tamara, a quien hay que tener siempre presente, con su dulce acompañamiento) hacia los demás nietos --gloriosa “decena” ya-- a los que es imposible relegar en estos mementos vitales.

Doy gracias al buen Dios porque al llegar a las etapas tal vez casi postreras de la vida, cuando las canas, las disfunciones y el cuerpo ya bastante decadente presagian el venidero camino hacia las estrellas, puedo gozarme en las figuras y esencias de esos nietos que son como la corona de amor que espero me envuelva cuando emprenda la ida a los dominios de la memoria infinita.

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

No hay comentarios:

Publicar un comentario