Salvadas, seguro estoy, impensables suspicacias, quizás --ojalá no-- por parte de sus progenitores y dudo que por parte de los nietos mismos, no puedo menos que gloriarme de tener en mi vida a esa preciosidad de nieta que se llama Paula, hija de otra Paula, a quienes tuve en mis brazos ya de recién nacidas (a ambas dos, valga la expresión) y a cuya Paula
nieta he seguido acunando en mis afectos de “abuelín” (que así me invoca ella, con licencia de expresión que me encanta).Hoy, Paula, nieta, que ya adorna la humanidad con dieciséis años, luce esplendente en su ampurdanesa Roses de residencia –con las raíces de valenciana y con los genes de germana y berlinesa- y seguirá, sin duda, cual bella flor, en la vida.
Y no puedo menos
que publicar y publicarle mi amoroso beso de felicitación, a ella, que está formando
una recia personalidad, desde el amor a sus dos patrias, la feminidad
heredada de su madre, y la discreción
laboriosa e integradora de su padre, y que, cual amazona que es, y plurilingüe que también es ,
hace de orgullo y alegría de toda la familia.
Habrá, seguro,
quien diga que el amor de “abuelín” me hace exagerar, y probablemente así sea,
pero si el cariño hacia los de la familia debe ser sin límite, el amor a la
“tercera” generación es de “otra clase”: más global, más envolvente, más
generoso, más fluorescente.
Doy gracias al
buen Dios porque al llegar a las etapas tal vez casi postreras de la vida, cuando las
canas, las disfunciones y el cuerpo ya bastante decadente presagian el venidero camino hacia las estrellas, puedo
gozarme en las figuras y esencias de esos nietos que son como la corona de amor
que espero me envuelva cuando emprenda la ida a los dominios de la memoria
infinita.
SALVADOR DE PEDRO
BUENDÍA
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