Se asemejaba a la
ascensión de una empinada cuesta el hecho que de que se había gastado en las
festividades más dinero del que la economía y prudencia aconsejaban, y por eso,
además de la penuria económica, se producía el quebranto de la salud, en muchos
casos como consecuencia de los excesos alimenticios de las celebraciones. Y
para colmo, se decía, después de tantos días festivos, en el mes no se
intercalaba ninguna vacación y menos acontecía ello en el siguiente mes de
febrero.
Era, pues, el mes
de enero, mes de pocos gozos y muchas apreturas, y mes de lamentos y añoranzas
de lo ya disfrutado.
Y hete aquí que
este año el mes de enero se ha quedado peor y sin poder evocar la “cuesta” tradicional, porque las
fiestas de Navidad fueron cercenadas con una serie de limitaciones en la movilidad,
intento de contener la pandemia maligna e incontrolable del bichejo Covid-19, y
hasta las familias tuvieron problemas, si no prohibición, de reunirse en torno
a la mesa para celebrar las tradicionales fechas de la paz y el amor,
continuarlas con la fiesta desbordada del fin de año y coronarlas con la casi
orgía de regalos con motivo de la festividad d ellos Reyes Magos.
O sea, que el mes de enero que seguimos sufriendo se comenzó por convertir en un tiempo de imposible “ascenso” y nula mejora, con falta del contacto personal y, sobre todo, con las rémoras del desempleo, de la falta de salarios, de las estrecheces de todo tipo y de un gobierno que prohibió lo prohibible (pero, tras tirar la piedra con el estado de alarma decretado por varios meses, “escondió la mano”, dejando al albur de las veleidades o decisiones poco fundamentadas de cada gobierno autonómico las medidas concretas a adoptar en cada caso), de manera que el folclorismo típico de España se ha revestido ahora de decisiones varias, distintas, a veces pintorescas, sobre horarios de hostelería, distancias en las reuniones, prevenciones sanitarias, y un montón más de quisicosas en cada una de las diecisiete autonomías que más bien desvertebran nuestra nación.
“Éramos pocos y
parió la abuela”, reza el dicho popular. Y bien que
es verdad, porque a todo lo que ya se nos mal cocía en casa, se ha añadido el
dramático y temerario esperpento que ese loco iluminado de Trump, el presidente
USA que se ha creído que su nación es más suya que su holding de negocios.
Porque el estupor ha ido creciendo en el mundo cuando se han ido conociendo los exabruptos, las actitudes chulescas, los insultos zafios y las decisiones vengativas y dañinas de un hombre que debía liderar su nación para liderar el mundo, ya que así venía produciéndose la convivencia internacional.
Pero ese hombre
de la pelambrera teñida, las mujeres objeto, el lenguaje arrastrado y la
imprudencia y zafiedad permanente, se obcecó con que él debía ganar las
elecciones presidenciales USA y se inventó la historia de un fraude electoral
que solamente su mente histriónica y enferma había imaginado.
Mas “lo que
tenía que pasar, pasó”, cual rezaba en mi mocedad una canción sobre Pancho
López (de quien se decía que era “chiquito pero matón”), y aconteció que, no
obstante las inventadas denuncias de fraude, un gris y anodino oponente llamado
Joe Biden, le dio una paliza electoral, y que el Trump de los improperios no se
conformó y cogió la rabieta presidencial más censurable de todas, como fue
alentar a sus fanáticos seguidores para que se convirtieran en sus
secuaces y asaltaran el parlamento estadounidense, con heridos y muertos, dejando el sabor de la hiel en los gustos democráticos de los países
civilizados.
En resumen, con
la crisis del bichito virus se ha amontonado la hecatombe de una pandemia
antidemocrática en la presidencia estadounidense, y el mundo ha seguido no solo
preocupándose, sino temblando sobremanera.
Ya estaba bien de
problemas, se pudo pensar.
Pero no; faltaba que la crisis se enamorara de España, un país esquilmado por todo lo antes acaecido, y se nos obsequió con la más generosa de las nevadas que los españoles más ancianos puedan recordar, colapsando la vida en todas partes y creando una sensación de penuria, de catástrofe, que ni siquiera el siempre efervescente (en luchas internas) gobierno de la nación ha podido atenuar.
Y a la nieve, que
una semana después de su llegada aún cubre partes vitales de España y sus
ciudades, ha seguido su vástago, el hielo, fruto de un frío extremo que, al
decir del castizo, “nos ha congelado las ideas”, además de hacernos
tiritar de temor por falta de calefacción y el inasumible precio de la
electricidad que algunos mentirosos en el poder habían prometido combatir.
¡Vaya cuesta de
enero!
¡Que el buen Dios
nos proteja!
“Un gran marinero puede navegar aunque sus
velas sean de alquiler” Séneca (2 AC-65) Filósofo
latino
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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