15 enero 2021

La cuesta de enero: Pandemia mundial, Trump rebelde y la nieve de Filomena, con hielo por doquier

Es tópica la frase de “la cuesta de enero”, atribuida en España, al menos, a las estrecheces que tradicionalmente había de sufrir el pueblo llano después de los gozos y excesos de las festividades de Navidad, Año Nuevo y Reyes.

Se asemejaba a la ascensión de una empinada cuesta el hecho que de que se había gastado en las festividades más dinero del que la economía y prudencia aconsejaban, y por eso, además de la penuria económica, se producía el quebranto de la salud, en muchos casos como consecuencia de los excesos alimenticios de las celebraciones. Y para colmo, se decía, después de tantos días festivos, en el mes no se intercalaba ninguna vacación y menos acontecía ello en el siguiente mes de febrero.

Era, pues, el mes de enero, mes de pocos gozos y muchas apreturas, y mes de lamentos y añoranzas de lo ya disfrutado.

Y hete aquí que este año el mes de enero se ha quedado peor y sin poder evocar la “cuesta” tradicional, porque las fiestas de Navidad fueron cercenadas con una serie de limitaciones en la movilidad, intento de contener la pandemia maligna e incontrolable del bichejo Covid-19, y hasta las familias tuvieron problemas, si no prohibición, de reunirse en torno a la mesa para celebrar las tradicionales fechas de la paz y el amor, continuarlas con la fiesta desbordada del fin de año y coronarlas con la casi orgía de regalos con motivo de la festividad d ellos Reyes Magos.

O sea, que el mes de enero que seguimos sufriendo se comenzó por convertir en un tiempo de imposible “ascenso” y nula mejora, con falta del contacto personal y, sobre todo, con las rémoras del desempleo, de la falta de salarios, de las estrecheces de todo tipo y de un gobierno que prohibió lo prohibible (pero, tras tirar la piedra con el estado de alarma decretado por varios meses, “escondió la mano”, dejando al albur de las veleidades o decisiones poco fundamentadas de cada gobierno autonómico las medidas concretas a adoptar en cada caso), de manera que el folclorismo típico de España se ha revestido ahora de decisiones varias, distintas, a veces pintorescas, sobre horarios de hostelería, distancias en las reuniones, prevenciones sanitarias, y un montón más de quisicosas en cada una de las diecisiete autonomías que más bien desvertebran nuestra nación.

“Éramos pocos y parió la abuela”, reza el dicho popular. Y bien que es verdad, porque a todo lo que ya se nos mal cocía en casa, se ha añadido el dramático y temerario esperpento que ese loco iluminado de Trump, el presidente USA que se ha creído que su nación es más suya que su holding de negocios.

Porque el estupor ha ido creciendo en el mundo cuando se han ido conociendo los exabruptos, las actitudes chulescas, los insultos zafios y las decisiones vengativas y dañinas de un hombre que debía liderar su nación para liderar el mundo, ya que así venía produciéndose la convivencia internacional.

Pero ese hombre de la pelambrera teñida, las mujeres objeto, el lenguaje arrastrado y la imprudencia y zafiedad permanente, se obcecó con que él debía ganar las elecciones presidenciales USA y se inventó la historia de un fraude electoral que solamente su mente histriónica y enferma había imaginado.

Mas “lo que tenía que pasar, pasó”, cual rezaba en mi mocedad una canción sobre Pancho López (de quien se decía que era “chiquito pero matón”), y aconteció que, no obstante las inventadas denuncias de fraude, un gris y anodino oponente llamado Joe Biden, le dio una paliza electoral, y que el Trump de los improperios no se conformó y cogió la rabieta presidencial más censurable de todas, como fue alentar a sus fanáticos seguidores para que se convirtieran en sus secuaces y asaltaran el parlamento estadounidense, con heridos y muertos, dejando el sabor de la hiel en los gustos democráticos de los países civilizados.

En resumen, con la crisis del bichito virus se ha amontonado la hecatombe de una pandemia antidemocrática en la presidencia estadounidense, y el mundo ha seguido no solo preocupándose, sino temblando sobremanera.

Ya estaba bien de problemas, se pudo pensar.

Pero no; faltaba que la crisis se enamorara de España, un país esquilmado por todo lo antes acaecido, y se nos obsequió con la más generosa de las nevadas que los españoles más ancianos puedan recordar, colapsando la vida en todas partes y creando una sensación de penuria, de catástrofe, que ni siquiera el siempre efervescente (en luchas internas) gobierno de la nación ha podido atenuar.

Y a la nieve, que una semana después de su llegada aún cubre partes vitales de España y sus ciudades, ha seguido su vástago, el hielo, fruto de un frío extremo que, al decir del castizo, “nos ha congelado las ideas”, además de hacernos tiritar de temor por falta de calefacción y el inasumible precio de la electricidad que algunos mentirosos en el poder habían prometido combatir.

¡Vaya cuesta de enero!

Vamos a seguir ametrallados por las estadísticas de contagiados, fallecidos, saturación hospitalaria, y tantos y tantos datos más, y habremos de sobrevivir a la fuerza, porque no hay más remedio que sobreponernos a tantas adversidades, que, ojalá, nos lleven a una mayor austeridad de vida y costumbres y, sobre todo, a una mayor cordura en las conductas, 

¡Que el buen Dios nos proteja!

“Un gran marinero puede navegar aunque sus velas sean de alquiler” Séneca (2 AC-65) Filósofo latino

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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