Y hete aquí que
desde Asia, dicen (no me lo acabo de creer) llegó a Europa y a nuestro país, y
se expandió por todo el mundo, ese maldito virus de extraño origen y de
incontrolable contagio que es el llamado Covid-19, el Coronavirus.
Estamos ya en el noveno mes desde que la pandemia se introdujo en nuestras vidas y, cual okupa malicioso, sigue agarrado a nuestra existencia, contagiando por doquier, llevando a la muerte a millones de personas, sembrando el pánico en las poblaciones, destrozando economías, rompiendo familias y, en una palabra, quebrando absolutamente el orden social.
En medio de esta
reflexión he llegado a esta época en la que siempre he acostumbrado enviar a
todos, a los míos y a los extraños, el saludo entrañable y afectuoso propio de los
tiempos de Paz que deben acompañar a la Navidad.
Y, en verdad, me
he planteado si lo que nos envuelve en la vida propicia que nos sintamos
felices por la conmemoración de la Navidad, o más bien nos abroquela en la
nostalgia de los tiempos pasados que quizá fueron más prósperos y felices.
He dudado, lo
confieso, entre desear simplemente salud y paciencia, o mantener el mensaje de
antaño (¿y por qué no de hogaño?) felicitando a todos sin excepción por la
fiesta de la Natividad de Jesús.
No me ha retraído
pensar que a muchos o a algunos el significado religioso de la celebración les
resulte ajeno, y que igual el sentido humanitario y solidario de los recuerdos
navideños no les inspira singular emoción.
Todo es posible, y todo es admisible, porque precisamente si algo prima bajo las luces de la Navidad es la comprensión, el entendimiento, la ayuda, la armonía de los unos con los otros, cualquiera que sea su credo y sentimiento espiritual.
Así pues, vaya
por delante, y alrededor, un gran abrazo de fraternidad, para todos, pero en
especial para quienes estén sintiendo (a mí así me acontece) el vacío de las
ausencias en estos tiempos.
Ausencias de los familiares que moran lejos y con quienes no podremos encontrarnos.
Ausencias de los nuestros y de los ajenos con quienes por los enredos de la vida no ha sido posible
mantener una relación normal.
Ausencias de quienes no corresponden a nuestros afectos y a quienes tal vez nosotros
tampoco cuidamos con nuestro cariño o amistad.
Ausencias de quienes han sido nuestros maestros o dirigentes, porque ya se fueron "allá"... y/o no hemos sabido conservarlos en nuestras vidas
Ausencias de quienes nos dejaron a lo largo de los tiempos, con vacío
irremplazable, en nuestra infancia, en nuestra juventud, en nuestra senectud, en
nuestra familia, entre nuestros amigos, entre nuestros compañeros, en nuestro
entorno, en nuestra sociedad.
Sí; esta es y va
a ser la Navidad de las ausencias, y bien que lo vamos a notar;
pero también va a ser (y hemos de intentarlo por todos los medios) una Navidad de una mayor vinculación afectiva y
espiritual de unos con los otros, para que la pandemia pase a ser una
circunstancia más en nuestra existencia y siga vibrando en nosotros el espíritu
de concordia y paz que estos tiempos deben inspirarnos.
Salvemos y amemos las ausencias, como deberemos salvar y conservar nuestros ánimos de entendimiento y razón, buscando el bien de todos y desterrando el mal y las penas.
Ojalá esta Navidad
de las ausencias también nos traiga la “ausencia” de odio, de
insolidaridad, de egoísmo, de falsedad, de mentira, de doblez, de envidia…
¡Que la vida siga,
y nosotros nos empeñemos en ello, en medio de la pandemia!
¡Que la Paz de Dios inunde al mundo!
¡Feliz Navidad!
“Desciende a las profundidades de ti mismo, y logra ver
tu alma buena. La felicidad la hace solamente uno mismo con la buena conducta”
Sócrates (470 AC-399 AC) Filósofo griego.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
Sentida crònica Nadalenca, plena de reflexions profundes i alentadores. Gràcies, Àngel.Molt bones Festes i un millor Any Nou, per a tu i els teus. Marc i família.
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