22 noviembre 2020

España como problema: A propósito de la obra de Pedro Laín Entralgo y su análisis de la vida española. ¿Perdurará España? ¿Tiene España solución?



"Algo hay en los senos vitales del español, acaso en el mismo fondo social ibérico, que le lleva a considerar hostil lo que no le es propio (…) el español de veras llega a creer en algo, sea en la verdad o en el error, tiende un poco a la consideración maniquea del individuo” (Pedro Laín Entralgo en “La Generación del 98” (1945)

Para mí que tengo la gran suerte de contar entre mis amigos y tertulianos con el Dr. Francisco Roger Garzón, a quien califico (sin que me obnubile mi aprecio hacia él) como el mejor exégeta actual del ilustre médico, historiador y literato Pedro Laín Entralgo.

 El Dr. Roger Garzón, en su prolijidad creativa sobre Laín, brinda una visión muy sugestiva de lo que el renombrado intelectual escribió y opinó sobre las generaciones españolas, la realidad nacional y la problemática de la vida y convivencia en nuestra nación.

 Así, de las obras lainianas “Sobre la cultura española” (1943), “Las generaciones de la historia” (1945), “España como problema” (1949, y edición definitiva en 1956), “Las cuerdas de la lira, reflexiones sobre la diversidad de España” (1955), “Una y diversa España” (1968), “A qué llamamos España” (1971 y 1992, “Sobre la amistad” (1972), “La guerra civil y las generaciones españolas” (1978), “En este país” (1986) y “Españoles de tres generaciones” (1998), cabe extraer, según el Dr. Roger Garzón, una serie de ideas sobre nuestra nación, su convivencia política y su cultura, que están incardinadas de una u otra manera en el concepto de “España como problema de amistad”

 ¿La convivencia social y política en España solamente es un problema de amistad?, me pregunto.

No solamente, pero sí; inicial y esencialmente, afirmo, porque, pese a las reticencias que se tengan respecto del pensamiento de Laín Entralgo, en ese quicio se inserta el gozne de la puerta que abre a la relación interpersonal fructífera, a la convivencia social, a la camaradería, al respeto del otro y a la comprensión mediante el diálogo.

Todo lo anterior viene a cuento porque en los actuales momentos, tal vez más que nunca, la vida familiar, social, económica y política está aquejada de una acidez y un desencanto casi incurables, por la incapacidad de entendimiento entre derechas e izquierdas, entre unos y otros, entre todos los colores del arco iris político, para aceptar y laborar por la empresa nacional que es España.

Estamos asistiendo estupefactos a la quiebra de muchos de los principios éticos y convivenciales, con mentiras y falsedades a troche y moche; con desprecios de los de un bando a los de los otros; con suciedad dialéctica hasta en el foro parlamentario; con la corrupción cada vez más proliferante; y con el egoísmo de quienes han alcanzado el poder para mantenerlo como objetivo final, a base de triquiñuelas, desdecimientos, olvidos buscados, apoyos espurios, etcétera.

Hoy son unos, como antes fueron otros. O sea, no es cosa nueva.

Pero la vida nacional, ya de por sí fraccionada y casi rota por una inadecuada instalación de las autonomías, está “que cruje”, que revienta.

¿Queda algo de amistad, de benevolencia, de comprensión?

¿Queda algo de voluntad de entendimiento?

Habría que volver a las hondas y prolíficas reflexiones del ilustre Laín Entralgo (mucho hay que agradecer a Francisco Roger por refrescárnoslas) para que pudiéramos confiar y sentirnos esperanzados con que, pese a las discrepancias, los que se benefician de ser clase dirigente del “ande yo caliente y ríase la gente”, nos cedan un poco de ese “beneficio” a los ciudadanos de a pie, y la bola de nieve cada vez más cuesta abajo que es lo que todavía resta de España, salve el escollo al que se aproxima: su volatilización.

No puedo olvidar al poeta, al gran Francisco de Quevedo: 

“Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.

Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte”   
 
                                                  

Empero, si comenzamos restaurando la amistad, la convivencia, la comprensión, los muros de la “patria nuestra” volverán a lucir firmes y a ser duraderos y confiables.

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

1 comentario: