26 febrero 2009

¡Va de jueces!...

Dadme dos líneas escritas a puño y letra por el hombre más honrado, y encontraré en ellas motivo para hacerlo encarcelar”.- Cardenal Richelieu (1585-1642) Noble y hombre de estado francés.
Un amigo bastante íntimo, a raíz de una charla informal entre nosotros, cuando hablábamos de “¡cómo está el patio!” (político, se entiende) me comentaba que otro buen amigo suyo, con cargo político en el partido ahora gobernante (¿) en el país, al hilo de una charla similar, le había dicho que él mismo y varios ministros “estaban de psiquiatra”, y no porque estuvieran algo “tocados de arriba” –sobre ello no me pronuncio, aunque a veces lo pienso— sino porque se habían visto precisados a acudir a los psiquiatras para que les atendieran y ayudaran.
Nada más lejos de mi intención que minusvalorar la dignísima profesión de los médicos psiquiatras y de los psicólogos, porque resulta indudable la buena labor que en general realizan en beneficio de la sociedad y de los individuos.
Pero me ha llamado la atención que varios ministros del actual gobierno(¿) de España precisen de la atención de dichos profesionales.
Si la razón es que padecen alguna dolencia (y las psiquiátricas merecen el mismo tratamiento que las “otras”) me parece bien y lógico que acudan al profesional.
Lo que ya me alarmaría –y de hecho me alarma— es que ante el tremendo galimatías en que se ha convertido la vida política y la política nacional, varios próceres ministeriales (al menos hay que adularles, ya que tanto nos perjudican) hayan precisado ayuda o asistencia de profesionales para “aclarar” las ideas. O para tenerlas, diría yo.
No sigo con estos comentarios porque no me olvido que “de poetas y de locos, todos tenemos un poco” (refrán popular), pero sí me traslado al ámbito de los jueces y la justicia, ahora que parece que con tan ínclitos jueces como los que llevan por apellido el aumentativo de la garza, lo más normal es que se repita el titular de aquella esperpéntica –pero magnífica— película de Luis García Berlanga, “Todos a la cárcel”.
Sí, todos a la cárcel y todos de la mano de estos juececitos estrella, que no tienen ni tiempo ni capacidad para terminar correcta y meticulosamente una investigación sumarial, pero sí para explotar cual meteorito cuando la realidad política y nacional demanda su “redencionismo”.
“Ni quito ni pongo rey pero ayudo a mi señor”, dijo Beltrán Duglescin, el sucio mercenario francés que propició el asesinato de Don Pedro el Cruel, para que el trono de Castilla pasara a Enrique III de Trastamara.
Pues sí, el juececito del abundante pelo blanco, después de tener en su juzgado durante más de un año denuncias sobre posibles irregularidades en el partido de la oposición, a raíz de una cacería de ciervos (¡de quién serían los cuernos!) con el infumable chulito del ex-ministro Bermejo y un policía intrigante, “acelera” súbitamente las investigaciones y permite –si es que no lo hizo él— que se difundan rumores y especies sobre los implicados, los sospechosos, los fraudes, etcétera, siempre manteniendo el secreto del sumario.
Lo de “calumnia, que algo queda” es una gran verdad, como también es otra realidad incuestionable que es peor sembrar la sospecha que difundir la certeza.
Yo no puedo olvidarme que un juez llamado Baltasar fue el candidato número dos al Congreso de los Diputados por el Psoe en una lista que encabezaba Felipe González (¡cuántos años ya!) y que al no ser nombrado ministro en el primer gobierno de Felipe, intrigó un poco, dimitió como Comisario del Plan Nacional contra la Droga, y se reintegró a la carrera judicial, en la que se convirtió desde la Audiencia Nacional en el “azote” del PSOE, especialmente en el caso GAL, creo recordar.
Bueno, pues ahora, tal vez porque la edad le fuerza a rememorar pasadas glorias, se convierte en el maquiavélico y sibilino propiciador del castigo al PP, precisamente en los días anteriores a las elecciones autonómicas gallegas y vascas. ¡Qué casualidades se dan en la vida!...
¡Vaya objetividad! Es lo que todos pensamos ahora, si recordamos la “trayectoria” de esta “Señoría”. Con “ una vela a Dios y otra al diablo…”
Ahora, tal vez superados sus traumas, Baltasar se quiere erigir nuevamente en “martillo de herejes” y váyase a saber por qué razones, se presenta, aunque no lo pretenda, como adalid socialista.
¡Va de jueces! Es verdad.
¿Y quién juzga a los jueces?
Sirvan algunos refranes o dichos para responder estas preguntas:
“Es bastante difícil no ser injusto con lo que uno ama”.- Oscar Wilde (1854-1900) Dramaturgo y novelista irlandés.
“Desgraciada la generación cuyos jueces merecen ser juzgados”.- El Talmud
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA


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