¿Y qué decir de Ucrania, después de haber hablado de países consolidados en la Unión Europea (Francia, Austria y Alemania, con Suiza como asimilada), de países de más reciente incorporación, aplicando el Tratado Schengen pero sin Euro (Hungría, Polonia y República Checa)?
Comenzaré por anunciar que he conocido –realmente ya conocía hace mucho tiempo—, he vuelto a conocer ,“diferentes Ucranias”:
1.- La de la capital, Kiev, con su enorme tránsito, abundancia de coches carísimos y de coches vetustos y caducos, de restaurantes y bares de alto standing y baruchos casi malolientes, avenidas bien cuidadas y zonas absolutamente abandonadas. El Kiev de los diplomáticos, de los parlamentarios, de los altos funcionarios, de los millonarios, de la oligarquía emergente, en contraste con los ciudadanos de los suburbios. El Kiev de los precios casi más altos que en la Unión Europea…
2.- La de los Cárpatos, zona turística por excelencia, con sus distintas ciudades y pueblos en clara evolución y mejoría hacia el turismo, con sus precios asimismo “evolucionando” hacia la carestía.
3.- La de las zonas rurales, con carreteras tan vetustas y mal cuidadas como siempre, con gentes que apenas pueden vivir, en contraste con otros magnos complejos residenciales en los que el lujo se antoja propio de los “emires” y “sultanes” árabes.
4.- La Ucrania de las fronteras, con sus picarescas y embotellamientos, y los ciudadanos ucranianos sintiéndose afortunados con un visado, tratando de entrar en lo que para ellos semeja casi un paraíso.
Confieso que, después de haber “reconocido” estas “Ucranias” (y tal vez alguna más que olvido) he sentido una cierta pena y una cierta nostalgia de aquella nación que yo viví años atrás, mucho más angustiada por las carencias económicas, pero más auténtica en sus sentimientos y relaciones, más hospitalaria, menos mercantilizada…
En fin, Ucrania hoy es la que es, y así hay que aceptarla.
Para dejarme de generalidades, diré que en el Periplo por Europa entramos a Ucrania desde Hungría, por la frontera de Zahony, con su equivalente ucraniano en Chop.
No había demasiados coches – los camiones en espera ocupaban más de diez kilómetros— y los trámites fronterizos y aduaneros fueron mínimos por parte de Hungría y meticulosos –aunque de una demora razonable— por los funcionarios ucranianos.
Lo primero que advierte el conductor es que las buenas carreteras europeas se acaban en Ucrania.
Las vías ucranianas recuerdan aquellas carreteras españolas de antes de los años 70, antes de que el ministro Silva Muñoz lanzara el llamado “Plan Redia”, que rectificó trazados y construyó, por fin, carreteras a nivel europeo.
Pues bien, en Ucrania, las carreteras irregulares, rizadas, con baches, sin arcenes, con cruces impensados, con rotondas en las que salen vehículos por todos lados (y la preferencia no la tiene el automóvil que se halla en la rotonda, sino el que llega por la derecha), con poblaciones que se atraviesan sin especial aviso de limitación de velocidad (pero, según dice la policía ucraniana, en poblado hay que circular a menos de 50 km/h) y sin avisos de fin de prohibición.
Ya es una mejora que haya bastantes más señales indicadoras de direcciones y destinos, pero el firme y los trazados son de los años veinte, con líneas continuas infinitas que nadie respeta, y con toda suerte de peligros, incidentes y accidentes posibles e imposibles, incluidas las motos y bicicletas sin luz por la noche y los peatones cruzando las carreteras cual sombras fantasmagóricas.
Conducir por Ucrania es un “retorno al pasado”, que exige memorizar cada milímetro para evitar un socavón o un reventón de neumático, o la rotura de un palier.
No cambia mucho la cosa en Kiev, la capital, excepto algunas calles del centro.
Bueno, pues entrando a Ucrania por Chop, para ir a Yaremche, nuestro primer destino, en pleno corazón de los Cárpatos, decidimos tomar una carretera llamada “radial” (¿?) que discurre desde Mukachevo –una ciudad que en otros tiempos fue capital en el imperio austro-húngaro— y Just, sigue hasta bordear el río Bila Tsirka, que constituye la frontera con Rumanía, pasa por el centro geográfico de Europa (así, al menos, lo informa un monolito que existe en el lugar) hasta Rakhiv, al pie de los Cárpatos, y siguiendo bellos entornos y montañas que se atraviesan hasta el Yablyunitsia perieval (paso o puerto), que abre a la vertiente norte, y, por las cercanías de Vukovel (nueva y moderna estación de esquí, para “adinerados”), se llega a Yaremche, con sus municipios de Tatariv, Vorokhta y Mikulychin, atravesados por el río Prut, que nace junto al monte Goverla, el más alto de Ucrania, y discurre hasta adentrarse en Moldavia, de cuyo país es río principal junto con el Dniéster, que le sirve de frontera con Ucrania.
El descenso desde el perieval es una maravilla, con paisajes que se asemejan a los del Tirol (tal vez las montañas menos altas y los bosques más tupidos), y multiplicidad de cabañas (kolibas, en ucraniano) que regocijan la vista.
Yaremche, la ciudad propiamente dicha, como capitalidad de la “raion” o comarca, es una bastante cuidada ciudad, con razonable iluminación, importantes servicios y múltiples edificaciones diseminadas en las faldas de las montañas, con vegetación y flores llamativas.
En Yaremche se respira paz y oxígeno puro, y sus gentes todavía conservan su amable hospitalidad y su simpatía natural.
En esta villa habíamos descansado ya cinco veranos, por lo que la consideramos como “nuestra”.
¡Ah! Pero en el supermercado se comprueba que el coste de la vida se ha disparado en Ucrania: Un paquete de zumo cuesta un euro; tres manzanas, casi dos euros; un brick de leche, casi un euro; etcétera.
Solamente resta barata –algo barata- la cerveza, que en Ucrania es óptima, porque hasta una botellita de agua mineral pequeña hace pagar un ero o más en cualquier bar o restaurante.
En fin, las carreteras son malas, malísimas, y peligrosas, pero estos paisajes y este ambiente casi hacen olvidar los malos tragos pasados con tanto salto y golpe en la circulación.
Desplazarse desde Yaremche a Ivano-Frankivsk, capital del oblast o provincia, requiere casi una hora, por carreteras mínimamente adecuadas.
Y la capital, aun no presentado monumentos de especial importancia, resulta agradable, con bastantes aires de ciudad provinciana, pero rica –tiene aeropuerto internacional con pocos vuelos— por ser la capital de la región de Pre-carpathia.
Para nosotros, Yaremche e Ivano-Frankivsk constituyen lugares que sentimos como propios, ya que muchos y muy buenos amigos (inclusive entre los empresarios y políticos) nos hacen siempre gozar de nuestra estancia.
Termino aquí este primer capítulo sobre Ucrania, con ese claroscuro que he tratado de “dibujar”, y que intentaré seguir desarrollando en sucesivas entradas de este blog.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
Comenzaré por anunciar que he conocido –realmente ya conocía hace mucho tiempo—, he vuelto a conocer ,“diferentes Ucranias”:
1.- La de la capital, Kiev, con su enorme tránsito, abundancia de coches carísimos y de coches vetustos y caducos, de restaurantes y bares de alto standing y baruchos casi malolientes, avenidas bien cuidadas y zonas absolutamente abandonadas. El Kiev de los diplomáticos, de los parlamentarios, de los altos funcionarios, de los millonarios, de la oligarquía emergente, en contraste con los ciudadanos de los suburbios. El Kiev de los precios casi más altos que en la Unión Europea…
2.- La de los Cárpatos, zona turística por excelencia, con sus distintas ciudades y pueblos en clara evolución y mejoría hacia el turismo, con sus precios asimismo “evolucionando” hacia la carestía.
3.- La de las zonas rurales, con carreteras tan vetustas y mal cuidadas como siempre, con gentes que apenas pueden vivir, en contraste con otros magnos complejos residenciales en los que el lujo se antoja propio de los “emires” y “sultanes” árabes.
4.- La Ucrania de las fronteras, con sus picarescas y embotellamientos, y los ciudadanos ucranianos sintiéndose afortunados con un visado, tratando de entrar en lo que para ellos semeja casi un paraíso.
Confieso que, después de haber “reconocido” estas “Ucranias” (y tal vez alguna más que olvido) he sentido una cierta pena y una cierta nostalgia de aquella nación que yo viví años atrás, mucho más angustiada por las carencias económicas, pero más auténtica en sus sentimientos y relaciones, más hospitalaria, menos mercantilizada…
En fin, Ucrania hoy es la que es, y así hay que aceptarla.
Para dejarme de generalidades, diré que en el Periplo por Europa entramos a Ucrania desde Hungría, por la frontera de Zahony, con su equivalente ucraniano en Chop.
No había demasiados coches – los camiones en espera ocupaban más de diez kilómetros— y los trámites fronterizos y aduaneros fueron mínimos por parte de Hungría y meticulosos –aunque de una demora razonable— por los funcionarios ucranianos.
Lo primero que advierte el conductor es que las buenas carreteras europeas se acaban en Ucrania.
Las vías ucranianas recuerdan aquellas carreteras españolas de antes de los años 70, antes de que el ministro Silva Muñoz lanzara el llamado “Plan Redia”, que rectificó trazados y construyó, por fin, carreteras a nivel europeo.
Pues bien, en Ucrania, las carreteras irregulares, rizadas, con baches, sin arcenes, con cruces impensados, con rotondas en las que salen vehículos por todos lados (y la preferencia no la tiene el automóvil que se halla en la rotonda, sino el que llega por la derecha), con poblaciones que se atraviesan sin especial aviso de limitación de velocidad (pero, según dice la policía ucraniana, en poblado hay que circular a menos de 50 km/h) y sin avisos de fin de prohibición.
Ya es una mejora que haya bastantes más señales indicadoras de direcciones y destinos, pero el firme y los trazados son de los años veinte, con líneas continuas infinitas que nadie respeta, y con toda suerte de peligros, incidentes y accidentes posibles e imposibles, incluidas las motos y bicicletas sin luz por la noche y los peatones cruzando las carreteras cual sombras fantasmagóricas.
Conducir por Ucrania es un “retorno al pasado”, que exige memorizar cada milímetro para evitar un socavón o un reventón de neumático, o la rotura de un palier.
No cambia mucho la cosa en Kiev, la capital, excepto algunas calles del centro.
Bueno, pues entrando a Ucrania por Chop, para ir a Yaremche, nuestro primer destino, en pleno corazón de los Cárpatos, decidimos tomar una carretera llamada “radial” (¿?) que discurre desde Mukachevo –una ciudad que en otros tiempos fue capital en el imperio austro-húngaro— y Just, sigue hasta bordear el río Bila Tsirka, que constituye la frontera con Rumanía, pasa por el centro geográfico de Europa (así, al menos, lo informa un monolito que existe en el lugar) hasta Rakhiv, al pie de los Cárpatos, y siguiendo bellos entornos y montañas que se atraviesan hasta el Yablyunitsia perieval (paso o puerto), que abre a la vertiente norte, y, por las cercanías de Vukovel (nueva y moderna estación de esquí, para “adinerados”), se llega a Yaremche, con sus municipios de Tatariv, Vorokhta y Mikulychin, atravesados por el río Prut, que nace junto al monte Goverla, el más alto de Ucrania, y discurre hasta adentrarse en Moldavia, de cuyo país es río principal junto con el Dniéster, que le sirve de frontera con Ucrania.
El descenso desde el perieval es una maravilla, con paisajes que se asemejan a los del Tirol (tal vez las montañas menos altas y los bosques más tupidos), y multiplicidad de cabañas (kolibas, en ucraniano) que regocijan la vista.
Yaremche, la ciudad propiamente dicha, como capitalidad de la “raion” o comarca, es una bastante cuidada ciudad, con razonable iluminación, importantes servicios y múltiples edificaciones diseminadas en las faldas de las montañas, con vegetación y flores llamativas.
En Yaremche se respira paz y oxígeno puro, y sus gentes todavía conservan su amable hospitalidad y su simpatía natural.
En esta villa habíamos descansado ya cinco veranos, por lo que la consideramos como “nuestra”.
¡Ah! Pero en el supermercado se comprueba que el coste de la vida se ha disparado en Ucrania: Un paquete de zumo cuesta un euro; tres manzanas, casi dos euros; un brick de leche, casi un euro; etcétera.
Solamente resta barata –algo barata- la cerveza, que en Ucrania es óptima, porque hasta una botellita de agua mineral pequeña hace pagar un ero o más en cualquier bar o restaurante.
En fin, las carreteras son malas, malísimas, y peligrosas, pero estos paisajes y este ambiente casi hacen olvidar los malos tragos pasados con tanto salto y golpe en la circulación.
Desplazarse desde Yaremche a Ivano-Frankivsk, capital del oblast o provincia, requiere casi una hora, por carreteras mínimamente adecuadas.
Y la capital, aun no presentado monumentos de especial importancia, resulta agradable, con bastantes aires de ciudad provinciana, pero rica –tiene aeropuerto internacional con pocos vuelos— por ser la capital de la región de Pre-carpathia.
Para nosotros, Yaremche e Ivano-Frankivsk constituyen lugares que sentimos como propios, ya que muchos y muy buenos amigos (inclusive entre los empresarios y políticos) nos hacen siempre gozar de nuestra estancia.
Termino aquí este primer capítulo sobre Ucrania, con ese claroscuro que he tratado de “dibujar”, y que intentaré seguir desarrollando en sucesivas entradas de este blog.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
Muy bueno! Juan Pablo Peralta, desde Buenos Aires, un abrazo.
ResponderEliminarwww.portaldelperiodista.blogspot.com
¡gracias!
ResponderEliminarSPB