08 septiembre 2008

AUSTRIA: PERIPLO POR EUROPA (III): TRES DIFERENTES GRUPOS DE PAÍSES (III)

Llegar a Austria desde Italia, a través del paso del Brennero, por autopista, es una grata experiencia.
Se puede circular por la antigua carretera, actualmente bien acondicionada, que ofrece extraordinarios paisajes y permite rememorar la retirada de las tropas alemanas de Italia, cuando la II Guerra Mundial ya tendía a su fin.
Por la autopista, el camino es mucho más cómodo –pese a los muchos camiones- aunque priva al viajero de una buena parte de los paisajes.
El descenso hacia Innsbruck resulta tan vertiginoso que en ocasiones es difícil controlar el automóvil por debajo de la velocidad máxima de 90 km/h que se impone en la autopista, por mor de la fuerte pendiente.
No obstante, en cuanto se penetra en Austria, las verdes montañas, con las edificaciones diseminadas y las casas adornadas en sus floridos balcones, denotan que se está llegando a la capital de Tirol, Innsbruck.
Esta ciudad austríaca sigue presentando la tranquila belleza de su mediana extensión, su limitada población y el mantenimiento dentro del más absoluto tipismo de todas sus casas, especialmente las del centro más “histórico”, que es el más atractivo.
Ciertamente Innsbruck anuncia al viajero lo que encontrará en toda Austria: Una nación próspera, de vida austera pero con buen nivel, magnífica organización ciudadana (limpieza y ornato destacables), amabilidad en sus gentes y bellos panoramas, si bien se adivina que fuera de la temporada estival la vida diaria debe ser bastante gris y con un clima poco grato.
Innsbruck ofrece un “cogollito” que va desde el Arco de Triunfo hasta la columna votiva de la peste, pasando por la Iglesia de los Servitas, llegando a las calles que conducen al renombrado “tejadillo de oro”, enfrente del Ayuntamiento antiguo y su torre (visitable), centro turístico repleto en verano de terrazas y restaurantes con precios relativamente asequibles, si se compara con lo que se aprecia en Francia, por ejemplo.
Hay tres o cuatro tabernas o cervecerías típicas, que ofrecen unos buenos platos a precios razonables, en un ambiente y decoración típicos.
El río Inn, cruzando la ciudad, conforma vistas preciosas, especialmente con las montañas tan próximas, que parece abrazar el valle, y permiten adivinar que en invierno debe ser un paraíso para los esquiadores desplazarse desde la ciudad a las pistas con facilidad y en pocos minutos.
Así pues, Innsbruck es recomendable para cualquier persona que quiera conocer bien el Tirol y Austria.

La segunda etapa natural, yendo desde Innsbruck hacia Viena, es Salzburg, la ciudad natal de Mozart.
Para llegar, es preciso hacer una incursión por autopista a través del ángulo sur de la alemana Baviera, que ofrece la bonita perspectiva del lago Chiemsee, con el palacio imitación a Versalles.
Situada a ambos lados del río Salzach, realmente en el margen izquierdo de éste, bajo el castillo de Hohensalburg, se halla la zona más típica y turística.
Son tres o cuatro largas calles que discurren en paralelo a la montaña y al río, que cruzan pequeñas y coquetas plazas (invadidas por establecimientos hosteleros y turísticos) y conducen hasta la plaza de Mozart, en un extremo, con la estatua del genial compositor, el antiguo palacio arzobispal, la biblioteca y cerca de ellas la catedral, más bonita en sus vistas desde la altura,
La montaña, con el castillo, al que se puede acceder en funicular (mejor que “ a patita”) ofrece un bello panorama digno de ser contemplado.
El castillo – como toda la ciudad – está muy cuidado (en Austria la limpieza, cuidado y organización son muy buenos) y repleto de turistas, que asimismo se desparraman por las calles, llenando terrazas, bares y restaurantes.
La orilla del río opuesta al castillo, menos visitada, pero más amplia, también ofrece bellas calles, siempre cuidadas y adornadas.
Para el visitante mediterráneo, terminar la jornada en una de las cervecerías resulta un buen atractivo, ya que la calidad es razonable y los precios muy asequibles.

Desde Salzburg a Wien (Viena) hay unos doscientos y pico kilómetros de normal autopista, que permite ver los bonitos paisajes del sur de Baviera y de la propia Austria, con un verde especial, y las poblaciones repartidas en las montañas.
Viena es una capital diferente, por su monumentalidad, belleza y ambiente cosmopolita.
Lo de menos es que la surque el Danubio, porque apenas si hay un canal y ninguna belleza reporta el río.
Lo importante es la grandiosidad e historia de la capital.
Viena resulta impresionante: Desde la catedral de San Esteban, ennegrecidas sus piedras por la humedad, la lluvia y la nieve; la calle de Carintia (comercial y atractiva), que lleva hasta el bello palacio de la Ópera; y tantos y tantos monumentos: El Hofburg o Palacio Real, con la Escuela Española de Equitación junto a él; el Museo Albertina, la circunvalación con el Rathaus o Ayuntamiento, el Parlamento, y un sin fín bellos lugares.
No voy a convertirme ahora en copista de una guía turística, y emplazo al lector a que entre en detalles consultando por Internet lo que le interese.
Lo mejor en Viena es olvidar el coche propio y desplazarse en metro o en tranvía, con ánimo de caminar bastante.
Así, vale la pena acudir hasta el poblado de Grinzing, no muy lejos si se utiliza el metro y después el tranvía, en el que se hallan los Heuriger, tabernas típicas en las que se sirve el vino joven (bastante flojito de graduación) de la zona, junto con los platos típicos de la culinaria austríaca, no muy diferente de la alemana, como el escalope a la vienesa (WienerSchnitzel) o la carne de cerdo (Schweinschnitzel y otras variedades) y buenas bolas de patata con carne, y kraut --la col fermentada-- con la ambientación, muy para turistas, de músicos locales, que interpretan valses y otras composiciones románticas a petición de los comensales.
No hay que olvidar una visita al gran parque del Prater, en el que la vetusta noria permite vislumbrar desde la altura los paisajes y edificaciones de esta Viena tan interesante, además de rememorar las escenas del film “El tercer hombre” (dirigido por Carol Reed e interpretado por Joseph Cotten, Orson Welles y Alida Valli), que recrea la Viena ocupada por EE.UU., Gran Bretaña y la URSS a la terminación del la II Guerra Mundial y el contrabando o mercado negro de medicamentos adulterados.
Como colofón, los turistas visitan el Palacio de Schönnbrun, el llamado “Palacio de Sissí”, la emperatriz de Austria, esposa de Francisco José I, adorada por las gentes a raíz de las películas sobre ella interpretadas por Rommy Schneider, que tanto azúcar destilaban.
El palacio es simplemente interesante,; su interior, el de un palacio más; pero el jardín posterior, con las fuentes en lo alto y las construcciones en la colina, ofrecen bellas perspectivas, en verdad más interesantes que la “naïf” curiosidad sobre los devaneos de la nada “inocente” Sissí…
Por lo demás, tomar un café en cualquiera de los decimonónicos establecimientos de las calles centrales de Viena, constituye una satisfacción para el visitante.
Viena, desde luego, es ciudad a recordar, y debe dedicarle varios días (en temporada veraniega, porque en invierno la ópera y los conciertos añaden otros atractivos) es lo mínimo que se requiere.
Resumen de Austria: Vale la pena.

“Los viajes sirven para conocer las costumbres de los distintos pueblos y para despojarse del prejuicio de que sólo es la propia patria se puede vivir de la manera a que uno está acostumbrado.”
René Descartes
(1596-1650) Filósofo y matemático francés.

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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