"Ucrania, cuatro años después del
Maidan: los cambios cuestan más que la revolución.- Pocos
países han sido tan fértiles en revueltas y tan poco fructíferos en cambios
como Ucrania. Pero poco a poco, algunas cosas empiezan a mejorar pese a una
guerra que no termina
(22.02.2018 – JAVIER C. ESCALERA, en “EL CONFIDENCIAL”)
La palabra Rusia nunca había
cotizado tan bajo en esta antigua república soviética llamada Ucrania: bancos rusos y centros culturales
del país vecino son apedreados con frecuencia, los gentilicios rusos
pierden su sitio en el mapa, la política se envuelve en la bandera e idioma
ucranianos, intentando en vano rebajar el tono de los contrastes del país.
Cuatro años después de la revuelta de Maidan
en Kiev, Rusia es una extraña, pero Europa no queda tan cerca como se esperaba.
Ucrania no puede haber tenido más revoluciones y menos
cambios. Las élites empresariales han sobrevivido a los líderes políticos, que a su vez
se reencarnan en élites a la espera de una segunda o tercera vida.
Casi nadie recuerda que hubo un primer Maidan en 1990,
cuando estudiantes descontentos con la mayoría comunista en el parlamento tomaron la plaza central, que desde entonces da nombre a
cada nueva revuelta. Ese intentó cayó en el olvido porque, aunque precipitó la
caída del régimen soviético, transportó al país de una tiranía a otra: de los
jerarcas de la hoz y el martillo a los del capitalismo
de rapiña y pillaje.
Los ucranianos lo siguieron intentando y repitieron la gesta en 2004, esta vez
con mayor resonancia mundial: lo llamaron la Revolución Naranja, y ahí fue la
clase media naciente en las ciudades la que se interpuso ante el fraude
electoral, posibilitando que la oposición ganase las elecciones.
Las reformas no tuvieron el alcance esperado, y las mismas
elites se reacomodaron en su sitio. Pero las expectativas de cambio no dejaron de crecer, y
así es como diez años más tarde cristalizaron en el llamado Euromaidan. Su
detonante fueron los frustrados sueños europeos de parte de la población, pero
acabó en un alzamiento nacionalista que depuso al presidente
y contribuyó a una fractura del país nunca vista.
Pesimismo es una palabra demasiado grande para el momento
presente. El país sigue siendo el mismo de siempre, pero los nubarrones se mueven. “Lo que se puede encontrar ahora en Ucrania es un equipo de
políticos que ejecuta nuevas políticas gubernamentales con la ayuda de
herramientas y estructuras viejas”, explica Ostap Kushnir, autor del ensayo
‘Ucrania y el neo-imperialismo ruso’. A pesar de las dificultades, hay logros
en el haber del gobierno: “El más importante, la supervivencia de Ucrania
como país” a pesar de “los ataques externos y las
inestabilidades internas”.
Una Ucrania más occidental
La guerra ha rebajado algunas expectativas, pero la vida
sigue y “Ucrania ha dejado de ser vista sólo como un campo de batalla entre Rusia y Occidente, o como
un país subsidiado de Moscú que
temporalmente ha salido de la órbita rusa”. En
el campo de lo concreto, el Tratado de Asociación con la UE y el acuerdo para
la liberalización del régimen de visados son dos éxitos anunciados hace demasiado
pero alcanzados al fin: “A largo plazo, estos cambios han cambiado la orientación de
Ucrania, moviéndola hacia el oeste”, opina Kushnir.
A esto se suelen contraponer los problemas de identidad:
las intensidades nacionales distintas de este a oeste y las opciones
lingüísticas distintas por todo el país. La escritora Anne Applebaum, autora
del libro sobre Ucrania 'Hambruna roja', cree excesivo cuestionar, como se ha
hecho, que estemos ante un país de verdad: “No creo que Ucrania sea más artificial que cualquier otro estado. ¿España es "artificial"
porque Cataluña tiene un idioma diferente? ¿Es Gran Bretaña artificial? Dado el
tipo de presión ejercida sobre el país en los últimos años, en realidad es
sorprendente lo bien que lo ha sobrellevado”.
Para Ruslan Minich analista de Internews Ukraine, la de
2014 fue, de nuevo, otra “revolución sin resultados revolucionarios”, aunque
sus logros “son mayores que los de las anteriores”, porque ahora el país “es
más democrático” y la sociedad civil “tiene más peso a la hora de
presionar a favor de las reformas y en contra de la corrupción”.
La resaca revolucionaria es muchas veces sonrojante.
Activistas de partidos ultranacionalistas
ucranianos conmemoraron este cuarto aniversario de las
movilizaciones de Maidán con una manifestación y ataques a varios edificios
rusos, entre ellos la sucursal de Sberbank, la gran entidad
bancaria estatal de Rusia. También rompieron las ventanas de Alfa Bank y del
Centro de Ciencia y Cultura rusa.
“Lo que el gobierno ha hecho particularmente mal es no saber estabilizar una
sociedad en ebullición y convertirla en un activo del país”,
critica Kushnir.
La primera baja política del año ha sido una estrella
extranjera invitada cuya luz ya se apagó el año pasado. El expresidente de
Georgia Mijail Saakashvili no podrá entrar en Ucrania (donde llegó a gobernar
la región de Odesa y a ejercer de líder opositor tras romper con el gobierno de
Kiev) al menos hasta el año 2021. Saakashvili, tras varias escaramuzas con la
policía, fue interceptado el 12 de febrero en Kiev y expulsado en cuestión de horas bajo el argumento de que
se encontraba en el país de forma ilegal. El presidente, Petró Poroshenko,
le había retirado la ciudadanía en julio de 2017.
La agitación sigue. Miles de manifestantes
antigubernamentales salieron este domingo a las calles de Kiev, la capital de
Ucrania, para exigir la destitución del presidente ucraniano,
que a su vez acusa a Saakashvili de intentar organizar un golpe patrocinado por
los aliados del expresidente ucraniano Viktor Yanukovich, respaldados por Rusia.
Una guerra sin solución a la vista
Pero de todas las asignaturas pendientes, es la guerra la más
sangrante, en el sentido literal de la palabra. Rusia propuso el pasado
septiembre en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas desplegar una misión de paz de
la ONU en el este de Ucrania, donde desde aquel convulso 2014
se
enfrentan las tropas de Kiev y los separatistas prorrusos impulsados por
Moscú. La canciller alemana, Angela Merkel, y Poroshenko analizaron esta semana
en una conversación telefónica las perspectivas para una posible misión los
Cascos Azules en Donbas, la salida de los oficiales rusos del Centro Conjunto
de Control y Coordinación y el intercambio más rápido posible de todos los
prisioneros a ambos lados de la línea del frente. Pero los separatistas ya no son una fuerza uniforme,
como se hizo evidente en un fallido golpe en Lugansk
en noviembre de 2017. Moscú tiene que esforzarse periódicamente para poner
orden.
Los acuerdos de Minsk,
alcanzados en septiembre de 2014 y febrero de 2015, prevén un cese del fuego,
la retirada del armamento pesado de la línea de contacto, intercambio de prisioneros
y elecciones locales, entre otras medidas. Pero Poroshenko acaba de firmar una
controvertida ley sobre el regreso de la región de Donbas a la soberanía de Kiev.
Aprobada en enero por la Rada Suprema (Parlamento ucraniano), esta ley cataloga
ese territorio como "ocupado" y otorga al presidente ucraniano el
derecho a enviar al ejército a la zona en tiempo de paz para asegurar la
soberanía del país. Esto confirma la intención de Kiev de resolver la crisis por medio de
la fuerza, según el representante ruso para el conflicto en
Ucrania, Boris Grizlov. En todo caso, aquellos que quieren serrar los dos
territorios controlados por los separatistas con ayuda Rusia en el este de
Ucrania parecen tener la iniciativa ahora.
¿Será algún día posible para Kiev volver a conectar
con esas
regiones del este, una tierra dolida por las bajas civiles
y recelosa de un nacionalismo ucraniano que le es ajeno? Para Kateryna Zarembo, autora del libro
sobre la juventud ‘Ukrainian Generation Z’,
el norte de su país es el nuevo oeste. Desde su oficina de Kiev ha impulsado
encuestas por todo el país para saber cómo piensan los ucranianos del futuro, los que
ahora están estudiando y buscando su primer trabajo. “En respuestas a muchas
preguntas, la juventud en el norte parece ser mucha más prooccidental,
proeuropea, proucraniana y antirrusa que en oeste”.
En concreto, en el norte y en el oeste es mayor el
porcentaje de jóvenes que se consideran completamente europeos, pero en
Ucrania en general la apatía juvenil respecto a la política sigue siendo más
alta que en otros países: un 45% de los jóvenes votó en las elecciones de 2014,
mientras que en Polonia, Hungría y República Checa estos porcentajes son del
60%, 50% y 70% respectivamente. “El 95% se considera de nacionalidad ucraniana,
aunque las diferencias en cuanto a la lengua persisten”.
El uso del ucraniano
está creciendo, pero el ruso es la lengua principal para
tratar con la familia y el entorno tanto en el este como en el sur.
Algunas piezas del puzzle
empiezan a encajar. Pero el suelo ucraniano es tan fértil en cosechas como en
revueltas, y un nuevo temblor nacional puede rasgar la
convivencia, prendida por los alfileres de la idea de ‘patria en peligro’ y el
instinto de supervivencia.”
…
Ya hace tiempo que no escribo sobre Ucrania y su realidad,
no porque no haya más que sobrados motivos para dedicarle comentarios a ese
para mí querido país, sino porque otros temas, curiosamente también
relacionados con el separatismo (el catalán, en esta España nuestra) me han
afectado más de cerca, y he optado por tratar aquello que me quedaba más a
mano.
Vaya por delante que mantengo contacto con instituciones,
empresas y personas del país del Dniéper, y no dejo de estar sorprendido del
curioso equilibrio que se mantiene en una nación que tiene en su extremo
nordeste (el más próximo a Rusia) una guerra permanente, que ha desembocado en
una práctica secesión de las regiones de Donbass y Lugansk (o de parte de
ellas), que, amparadas en unos supuestos deseos independentistas, están sujetas
a la influencia y suministro de armamento y medios desde los territorios rusos.
Esa guerra, no larvada, sino real, existe, pero el
resto
del país, sin olvidar el conflicto, hace como que no lo tiene en cuenta, pese a
la sangría que implica en su economía, en la que ni se sabe la ingente suma que
se dedica a armamento y a necesidades del ejército.
El pueblo ucraniano, curtido en mil adversidades a lo
largo de su historia, invadido muchas veces por el este y por el oeste, por el
norte y por el sur, ha ido adquiriendo lo que podría denominarse una “mala
salud de hierro”, y va sobreponiéndose de forma continua a los extremismos que
en su seno se generan por esas situaciones conflictivas y a las carencias y
escaseces que las penurias económicas le suponen. Es, parece que piensan los
ucranianos, su sino en la historia.
Pero la realidad es que ese pueblo, admirable por su
sensatez y su cultura en general, ya estaba en los tiempos del control de la URSS
soñando con la Europa del Oeste, y, al alcanzar su independencia, pese a los
intentos de mantenerle en la órbita comunista, degustó las mieles de sentirse
occidental y desasirse de esa Rusia cuasi imperial que ha desembocado en el
reino zarista de Putin.
Y a fe que, poco a poco, Ucrania ha ido prosperando, no
solamente en lo económico y en lo social, sino en el bienestar, que mucho hay
que recordar cuando para entrar a la nación se requería una Visa, y para
desplazarse los ucranianos a Europa precisaban el tormentoso y difícil proceso
de obtener una “Visa Schengen”.
Actualmente, ni para entrar ni para salir a y de Ucrania
se necesita ese visado que tantas zozobras ha causado, y la realidad es que los
ucranianos emigrados a Europa no han causado prácticamente ningún problema en
la Unión Europea, a diferencia de tantos otros oriundos de países de credo
islámico o de territorios segregados de la ex Unión Soviética. Es más, los
ucranianos son un gran ejemplo de integración en las sociedades de occidente a
las que emigran, porque conservan sus hábitos y tradiciones pero se amoldan al modo de vida de su destino.
Por tanto, Ucrania ha mejorado en ese aspecto de
mejor
economía y mejor convivencia, pero se ha quedado enquistada en la inmadurez que
supone su propia diversidad, ya que las regiones del norte y del este son de
cultura predominante rusa, las del oeste no pueden ocultar (hasta en el idioma)
la querencia hacia Polonia y países occidentales, y en el sur, la mezcla de
influencia rumana y húngara es indudable.
Dentro de poco proyecto realizar mi acostumbrado viaje en
los tiempos de la Pascua, y espero confirmar in personam lo que casi a diario percibo en el contacto con la
familia, los amigos, las empresas y las instituciones del entrañable país del
Dniéper, de los Cárpatos, del Dniéster y del Prut, del mar de Azov y del mar
Negro, y hasta de la arrancada (¡ay, dolor!) Crimea. Y hasta del denostado y
semiocultado
Chernóbyl.
Mas entre tanto, no puedo sustraerme a la realidad que
sigue presentándose de esta Ucrania que ha sido capaz de superar tantas
distorsiones sociales, económicas y étnicas, pero está siendo tan incapaz de
alcanzar la estabilidad que sirve la paz.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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