Un año más, afortunadamente, vamos a celebrar la Navidad, con su barahúnda
de encuentros, felicitaciones, regalos por mano del anglosajón Santa Claus,
mensajes de afecto y recuerdo, y nostalgias sin fin por aquellos seres que se
nos fueron, al menos físicamente, para siempre.
Es tradicional, es bonito y entrañable, asociar la Navidad a esa estrella
rutilante que en los tradicionales belenes se situaba junto a la cueva en la
que se representaba el nacimiento de Jesús, y que lucía como señuelo para los
pastores que la tradición cuenta que fueron a adorar a Jesús, y hasta para los
Reyes Magos que desde Oriente se dirigían en
búsqueda de quien se les había
anunciado como su Salvador.
Entrañables y emocionantes leyendas
que, en su vertiente fantasiosa, han llenado nuestras infancias y nuestra juventud,
hasta que la desacralización de los tiempos actuales ha trocado aquella
estrella y aquella representación de los nacimientos de Jesús en árboles
iluminados y guirnaldas que contornean las plazas y calles.
Mas por encima de aquellas o estas representaciones actuales, el tiempo de
Navidad sigue entrañando una llamada al afecto entre las gentes, entre las
personas de la misma familia, entre los amigos, entre los vecinos, y hasta
entre los conciudadanos, que llegan a ser capaces de enervar sus cuitas y
diferencias, sus
extremismos a veces fanáticos, para que parezca (al menos para
que parezca) que sobre el mundo y sobre la sociedad empieza a reinar la armonía
del cariño.
Tiempo también de recuerdo a aquellos que ya se nos fueron de nuestra vida
material, bien por largas ausencias, bien porque sus existencias pasaron a otro
estadio.
Y ahí surgen las nostalgias de los tiempos vividos con ellos, en su compañía,
y de las bondades de sabiduría y cariño que nos legaron.
Surgen así en la Navidad “las estrellas”, esos otros astros o planetas que
en las oscuras noches de la Navidad orlan y acompañan a la estrella de Belén,
la que según la tradición marcó el camino hacia Jesús.
Esas otras “estrellas de la Navidad” nos reconfortan en la nostalgia,
porque nos hacen sentir cercanos, como revividos, como permanentes, a quienes
ya dejaron este mundo y que , al menos deseamos, ya gozan de la paz y el
descanso que al despedirles les deseamos.
Sirvan estas líneas para desear a todos y cada uno de los lectores que
luzcan en el firmamento de sus
vidas esas “estrellas de la Navidad”, que
identifican en sus corazones a los padres, hijos y familiares que ya adornan
los cielos de nuestra memoria afectiva; y para hacer votos inspirados en el
cariño y en el aprecio para que estos tiempos navideños les sirvan de estímulo
y consuelo, y les hagan más humanos, más comunicativos, más generosos, más auténticos,
más dispuestos a hacer el bien y acompañar en lo necesario a los demás.
Y entre esas “estrellas de la Navidad”, en esta ocasión no puedo dejar de
tener presente a la egregia persona que durante los últimos años ha significado
un modelo de humanidad, sabiduría y
afecto para un grupo de mozalbetes que
recibieron su formación humana y militar en el campamento de Milicias
Universitarias de Montejaque-Ronda, aquellos ya lejanos e inolvidables años
1963 y 1964, encuadrados en la XXI Promoción de las Milicias Universitarias
IPS: Don José Manuel Sánchez Gey. El muy querido “Capitán general” que el 1 de
octubre pasado, a sus noventa y ocho años bien cumplidos, decidió convertirse
para siempre en otra de nuestras “estrellas de la Navidad”.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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