21 enero 2017

La que se avecina: Trump llega a la Casa Blanca envuelto en patrioterismo.- Como en la fábula del escorpión y la rana…al final…


“PATRIOTERISMO DEL CÉSAR

En medio de la cutrez general del acto de juramento presidencial celebrado en Washington, Donald Trump pronunció un discurso especialmente esperado. Fue una soflana patriotera, no patriótica, bien interpretada con una oratoria eficaz en la palabra, el énfasis y la expresión corporal. He repasado con atención el resumen de prensa que todos los días me pasan. En Estados Unidos, con las debidas excepciones, el discurso ha gustado en general; en el resto del mundo,
ha alarmado. Conviene, en todo caso, que los dirigentes occidentales y orientales no pierdan la calma y esperen con serenidad a que la Casa Blanca aprisione a su nuevo inquilino.
Hace unos meses escribí que se había iniciado la carrera en pelo para encaramarse al carro del vencedor. En Estados Unidos, y no solo en Estados Unidos, los oportunistas, los lameculos, los babosos, los arribistas, los tiralevitas, los pelotas, los periodistas alfombra y los políticos de pantalón gris, prenda que va bien con todas las chaquetas, pelean por ocupar la primera fila y disfrutar del placer imperial de contemplar al César. España es un virreinato tributario de Estados Unidos. También lo son Francia, Alemania o Italia. El Imperio permite la presunción de soberanía a sus virreinatos pero, eufemismos aparte, las bases militares estadounidenses definen la realidad. Vivimos en la pax americana. Tras concluir la Guerra Mundial, desguazado el portaviones imperial británico, derrotada la Unión Soviética con la caída del muro de Berlín, la fuerza colosal de los Estados Unidos de América -militar, económica y, sobre todo, tecnológica- se impone con escasas resistencias. Por eso la gestión presidencial en aquella nación interesa en una buena parte de los países del mundo como una cuestión de política interior. En la gran nación americana el mando real no corresponde al presidente sino al Pentágono, a los servicios de inteligencia y al gigantesco entramado financiero. La política estadounidense es muy parecida esté en el poder Nixon, Carter, Bush o Clinton. Desde el templo de Juno, los gansos sagrados del Capitolio graznan airados si algún presidente se desmanda. La endeblez de Hillary Clinton favoreció de forma decisiva a Donald Trump. Y también la frenética campaña contra él en los medios de comunicación norteamericanos. “El exceso de crítica y los ataques desmedidos suelen provocar una reacción contraria”, escribió Noam Chomsky.
Donald Trump es ya el hombre más poderoso del planeta. Condiciona la economía mundial, maneja la fuerza militar más abrumadora de la Historia y tiene el dedo sobre el gatillo del revólver nuclear. Deberá envainarse, igual que Obama, una buena parte de sus proyectos porque el establishment le embridará las manos y le peinará la grotesca pelambrera, cardada y gualda. Encenderá Donald Trump en la Casa Blanca muchos fuegos, pero serán artificiales. No parece probable que se produzca el incendio. Todavía hay Imperio estadounidense para muchos años”
(Luis María ANSON, de la Real Academia Española, en “El Imparcial”, 21/01/2017)
No quise perderme seguir en directo, vía televisión, el acto de investidura y toma de posesión de Donald Trump como cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América.
Nada fue especialmente sorprendente, pero sí hubo anécdotas y detalles que parecieron anticipar lo que será el mandato de este hombretón cuya soberbia no tiene límites, y su poder tampoco, a partir de ahora. Va a haber, seguro, esperpentos, rarezas y salidas de tono, seguro.
De todo el acto (embutido y rebosante de patriotismo “a la americana”) me llamó la atención el discurso presidencial, que no fue sino una repetición de frases y lugares comunes, como prometiendo la “redención” a los americanos, aunque soslayando algo tan esencial como que ese prometido paraíso de las
clases medias será desde las oligarquías dominantes, que volverán a quedar sin su influencia económica y social, de manera que serán éstas las que recuperen el control que casi habían perdido.
Un buen amigo y compañero de profesión que vive y ejerce en Nueva York ya me comentó, a raíz de la elección de George W. Bush como presidente norteamericano, que ello era lo que le faltaba (en el sentido pesimista) a la nación USA, porque si ya predominaba el derechismo tendente al exceso, con el radicalismo que iba a portar ese líder, la radicalización sería mayor.
Basta repasar lo acontecido bajo la presidencia “bushiana” para comprobar que así ocurrió, porque desde “inventarse” lo de las armas químicas de Sadam Hussein en Irak hasta repartir por el mundo conflictos bélicos, acabando con la ignominiosa violación de los derechos humanos en la prisión macabra de Guantánamo, todo fueron auténticos abusos de poder y desastres.
De ahí, claro está, la llegada de Obama, quien, dejando aparte el color de su
piel, puso de manifiesto una madurez y una sensatez fuera de lugar, no obstante tropezar con las barreras legislativas impuestas desde la minoría de su partido en las cámaras legislativas.
Ahora el péndulo ha oscilado hacia la parte opuesta, impulsado principalmente por el inmovilismo de las clases rurales (manipulables al máximo) y por las maniobras cuasi conspiratorias de la derechona poderosa y absolutista, protectora y conservadora del capital logrado, desde los orígenes sionistas y oligárquicos.
Pues bien, el discurso de Trump no resultó decepcionante, porque el propio Bush ya había marcado el tope, sí se ha situado entre elemental e irritante, suscitando un pánico justificado en los países extranjeros.
Ahora bien, el ciudadano norteamericano de a pie (dejando al margen a las clases menos favorecidas y minorías no tan minoritarias como los negros, los latinos y los ilegales) ahora se siente feliz y arropado en su siempre exacerbado
nacionalismo (patriotismo mal entendido), pensando que lo importante es que su nación sea la mejor, que lo importante es que domine el mundo, y que el deseo es que todo el orbe se pliegue bajo el águila que arrastra la bandera de las barras y estrellas. Las casas seguirán siendo de madera en muchos lugares; las instalaciones obsoletas; las discriminaciones permanecerán. Pero ¡ah! el orgullo de ser americano...
Vamos a asistir, querámoslo o no, a un despliegue de populismos (en la acepción más negativa del término) adobados del nepotismo del magnate que ni por asomo dejará sus negocios, sino que ya procurará que él, sintiéndose salvador de su país y tal vez del mundo, no prive a su familia –que es él mismo—de la opulencia que ya había alcanzado.
No hay que esperar, en mi opinión, cambios a mejor.
Ni mucho menos.
Es como en la fábula del escorpión y la rana, en la que el escorpión usó a la rana para vadear el río, pero a mitad del trayecto no pudo sustraerse a su naturaleza: aguijonear al batracio aun a riesgo de perecer.
Ya veremos lo que pasa con Trump, aunque mucho me temo que lo que vaya a hacer será bien distinto de la elegancia y sentido de estado que ha puesto de manifiesto Barack Obama.
Es la diferencia entre el zafio millonario y el político ilustrado.
¡Que Dios salve y proteja América de ese “nuevo rey” americano!
¡Y especialmente al resto del mundo!
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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