”Mandela, el político
(Alejandro Muñoz Alonso, en “El
Imparcial”, 09-12-2013)
Nelson Mandela, muerto a los 95
años, ha sido objeto de emocionados pero también gozosos homenajes por parte de
los sudafricanos de todas la etnias y todos los colores, de la piel e
ideológicos, que han visto en él a un auténtico Padre de la Patria. Pero a esos
homenajes se han sumado también millones de personas de todo el mundo porque no
hay ninguna duda de que Mandela, por su mensaje de paz y reconciliación de ha
sido el africano más importante del siglo XX, especialmente durante su segunda
mitad. Tras la matanza de Sharpeville, en 1960, Mandela -que, como abogado,
venía trabajando para mejorar la situación de los negros y contra el brutal apartheid-se
sumó a la resistencia armada y fue condenado a cadena perpetua en 1964.
Durante sus 27 años de prisión se
produce en él una extraordinaria transformación que le lleva a rechazar
totalmente la violencia y a convertirse en el gran motor de la reconciliación
de todos los sudafricanos, profundamente divididos, no solo entre negros y
blancos, ya que, entre los primeros, los enfrentamientos tribales eran también
enormemente violentos. Mandela pertenecía al clan madiba de la tribu de los
xhosas y, dentro de ella a una familia distinguida, conectada con la “realeza”
tribal. Sus tradicionales adversarios eran los zulúes, que a veces se habían
aliado con el opresor blanco en contra de los xhosas, incansables luchadores a
favor de la igualdad entre todas las etnias.
En un reciente e interesante
artículo, Guy Sorman escribe que “el camino que le llevó a Mandela de la
violencia a la redención fue trazado por su fe cristiana”. La reconciliación
entre los sudafricanos pudo llevarse a cabo porque en 1989 el primer ministro
Bootha, defensor del apartheid, fue sustituido por Frederik Willem de
Klerk, que, decidido a terminar con aquella vergüenza, liberó a Mandela en
febrero de 1990. Ambos hombres, Mandela y de Klerk, merecen el reconocimiento
de sus conciudadanos y del mundo entero porque, contra toda esperanza, lograron
culminar con éxito la titánica tarea de reconciliar a los sudafricanos,
haciendo con todos ellos una única nación. Mandela y de Klerk fueron
distinguidos conjuntamente con el Premio Nobel de la Paz en 1993. Pocas veces
se ha otorgado ese premio más merecidamente. Sorman escribe que esa
reconciliación “fue, sin lugar a dudas, un acto de fe compartido por dos
hombres que pertenecían a la misma confesión cristiana”.
Contemplando estos días en la
pantalla de la televisión cómo los sudafricanos en toda su variopinta
diversidad celebraban al que veían como padre de todos ellos, recordé unas
páginas de Bertrand de Jouvenel en las que subraya que la política es una
técnica de agregación de voluntades. “Siempre y en todas partes —escribe- se ha
mirado como el mayor crimen social la acción contra el agregado”.
Efectivamente, si el mejor político es el que sabe unir a los que antes estaban
separados o divididos e incluso enfrentados, el peor es el que
el divide y separa lo que había estado unido. Recuerda de Jouvenel cómo ya entre los romanos el peor de los crímenes era el perduellion, acto que tiende a destruir el agregado a erosionar o dividir al conjunto y que se consideraba equivalente al acto de alta traición y al crimen de lesa majestad.
el divide y separa lo que había estado unido. Recuerda de Jouvenel cómo ya entre los romanos el peor de los crímenes era el perduellion, acto que tiende a destruir el agregado a erosionar o dividir al conjunto y que se consideraba equivalente al acto de alta traición y al crimen de lesa majestad.
En ese sentido, Mandela ha sido un
político por excelencia porque ha llevado a cabo esa tarea, casi mágica, de
unir a los diferentes sin ceder ante supuestos hechos diferenciales -¡Y había
tantos en Sudáfrica!- que son siempre la raíz de la división y, por lo tanto,
de la destrucción. No hay nada más negativo para la prosperidad y el bienestar
común que esgrimir identidades peculiares y exclusivas que siempre enmascaran
privilegios o abusos. Hace un cuarto de siglo —y aún menos- nadie pensaba que
el problema sudafricano pudiera tener una solución fácil o próxima. Por
aberrante que fuera aquella situación, el apartheid se había convertido
en un elemento del paisaje internacional, con el que parecía que,
necesariamente, había que contar, al que no había más remedio que soportar,
porque no se veía medio de que los opresores dejaran de serlo ni de que los
oprimidos lograran la libertad.
Era un penoso ejemplo de eso que se
ha llamado la tiranía del status quo. No era un caso único. Pensemos, por
aludir a otro escandaloso asunto, al contencioso palestino-israelí. ¿Cuántas
veces nos han dicho que la solución estaba próxima? ¿Cuántas veces todo ha
acabado en el abismo de la frustración y del desencanto? En Sudáfrica tuvieron
la enorme suerte de contar con una figura gigantesca, con Mandela, o para ser
más justos con dos, porque reitero que no se puede minimizar el papel de de
Klerk, por más que la acción de Mandela adquirió, aún antes de salir de la
cárcel, una dimensión mundial porque su mensaje de reconciliación llegó a todos
los rincones de este ancho mundo. No han tenido esa suerte en Israel-Palestina.
En esta España nuestra, por diversas
que sean las latitudes, se hizo algo parecido durante la Transición. Y todo
funcionó muy bien hasta que se hizo oficial la política de revisión y
descalificación de aquella etapa y que se concretó en la malhadada ley de
Memoria Histórica, aberrante documento que trató —y en buena medida logró-
dividir a los españoles, abrir viejas heridas ya cicatrizadas y oficializar eso
que se ha llamado el “guerracivilismo”. Si Mandela ha sido el político por
excelencia porque adoptó como lema la reconciliación, Zapatero sería un buen y
patético ejemplo del antipolítico porque se opuso con saña a la gran empresa de
reconciliación que fue la Transición.
Guy Sorman, en el artículo citado más
arriba (aparecido en ABC el pasado día 7) alude a la Comisión para la Verdad y
la Reconciliación, fundada por Mandela y presidida por Desmond Tutu y escribe:
“En vez de las venganzas y en los ajustes de cuentas que se esperaban y se
temían después de los años de violencia interracial, esta comisión se basó en
la confesión y el perdón. La mayoría de los que aceptaron reconocer su culpa, e
incluso los crímenes cometidos en nombre del apartheid, blancos y
negros, fueron amnistiados. Exceptuando los que cometieron los crímenes más
graves, fueron muchos los que regresaron a la vida civil, exonerados por su
confesión”. Un párrafo que se comenta por sí mismo.
Desgraciadamente, en España no es
Zapatero el único caso flagrante de antipolítico, aunque posiblemente sí es el
más grave. Habría que
meter en el mismo saco a todos los divisores por excelencia —los mal llamados soberanistas y partidarios del supuesto derecho a decidir-; a los que tratan de excluir del juego democrático por medio de cordones sanitarios —en pleno delirio totalitario y con nostalgia de partido único- a todos cuantos no les gustan; a todos los que están dispuestos a vender su alma —seguramente porque no creen tenerla- por una victoria electoral; a los que “entienden” y hasta apoyan ciertas formas de violencia y hasta las consideran ejercicio de un supuesto derecho.
meter en el mismo saco a todos los divisores por excelencia —los mal llamados soberanistas y partidarios del supuesto derecho a decidir-; a los que tratan de excluir del juego democrático por medio de cordones sanitarios —en pleno delirio totalitario y con nostalgia de partido único- a todos cuantos no les gustan; a todos los que están dispuestos a vender su alma —seguramente porque no creen tenerla- por una victoria electoral; a los que “entienden” y hasta apoyan ciertas formas de violencia y hasta las consideran ejercicio de un supuesto derecho.
Hay ahora en España —y también en
otros países- una sistemática campaña contra la política y los políticos. Los
meten a todos en el mismo saco, son “la casta”. De ahí a cualquier versión del
autoritarismo no hay más que un paso. Es reconfortante que existan figuras como
Mandela que devuelven a la política su dignidad.”
…
Se ha tratado de un líder
excepcional, de un “self made man”, que ha sabido girar sobre sí mismo, para
pasar de líder reaccionario y en cierta manera terrorista contra el poder
establecido en Sudáfrica, a líder de la conciliación nacional, por mor de su
generoso enfoque de la convivencia entre los blancos y los de color oscuro o
de diferente etnia.
No cabe duda de que el gran acierto
de Nelson Mandela ha sido que ha controlado el ansia reaccionaria de los de su
clase y raza frente a los hasta entonces opresores blancos, para conducir a
unos y a otros a una entente y a una convivencia modélica.
Gracias a Mandela existe hoy, y es
pujante, la nación de Sudáfrica.
Pero no hay que olvidar que el carisma
de líder conciliador y constructor de una realidad y concordia nacional ha
difuminado un aspecto no tan positivo de su gestión como gobernante.
En efecto, por mor de esa reconciliación
y unión nacional, Nelson Mandela hubo de soslayar aspectos concretos de la
vertebración social del país, que indudablemente mejoró en lo económico, pero
que mantuvo y aun tiene grandes sectores de la población viviendo en
condiciones indignas y sin perspectivas de mejora.
Se comprende bien que cuando un
dirigente se ocupa de grandes y ambiciosas trazas de la sociedad que tiene
confiada, se olvida un tanto de la minuciosidad de la labor de gobierno
cotidiana, que es la que en definitiva lleva a procurar el “mejor estar” de las
clases más necesitadas y más débiles.
En eso, realmente, Mandela, no puso
demasiado empeño.
No quitemos valor ni méritos a
Nelson Mandela, pero aprovechemos la enseñanza de su figura y su carisma para
percatarnos de que en nuestro país, por ejemplo, se proclama ahora que ya hemos
salido de la recesión, que ya se inicia el desarrollo, pero eso solamente se da
en la macroeconomía y en las grandes empresas y fortunas, porque el ciudadano
de a pie sigue atado al desempleo, a los bajos salarios, a la contratación
basura, a la pérdida de poder adquisitivo, a las dificultades de subsistencia,
etc., etc.
Es algo así como que se ha remendado
los grandes rotos y se ha dejado los pequeños agujeros, muchos y excesivos,
por los que se escapa, no ya el estado del bienestar sino la mínima
supervivencia.
En esta España nuestra, los líderes
ya no arrastran multitudes ni consiguen concitar consensos, y antes al
contrario siguen enzarzados en una esgrima del “y tú más…”, que solamente
conduce a que los peces grandes sigan dominando y “comiéndose” a los peces
chicos.
Honor y recuerdo al gran Nelson Mandela,
sí; pero extraigamos las enseñanzas de que “lo mejor es enemigo de lo bueno”.
Ha ocurrido como con el Cid
Campeador, de quien se dice que ganó una batalla después de morir, aunque en
realidad salió de la Historia y se adentró en la Leyenda. Y no solo de
leyenda vive el hombre…
"Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo.".- Nelson Mandela (1918-2013)
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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