22 noviembre 2013

Efemérides: 50 años del asesinato de John F. Kennedy: La “nueva frontera” que ya nunca se alcanzaría

 “Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”.- John F. Kennedy
“Fueron poco más de 1.000 días de Presidencia. Fue Jackie. La niña Caroline. Fue Camelot. Los derechos civiles. Sus famosas infidelidades. Vietnam. La Crisis de los Misiles... La figura de John Fitzgerald Kennedy queda atrapada en el halo del mito.
Varios expertos trazan el perfil de JFK. Un hombre que cumplió con el sueño de poder de su familia.
El joven John, al que los suyos llamaban Jack, no sabía bien hacia dónde dirigiría sus pasos. El heredero político de la familia Kennedy era Joe, su hermano mayor, del que esperaban que se convirtiera en el mismísimo presidente de los EEUU. La preparación académica de John, que era dos años menor, había seguido los pasos de la de Joe y los dos habían obtenido excelentes calificaciones en Harvard, uno de los centros educativos más prestigiosos de la nación (incluido en la llamada Ivy League) y con el poso aristocrático del Este que los Kennedy deseaban impregnar a cada uno de sus movimientos. Pero sería el primogénito quien cumpliría con las ambiciones no satisfechas del padre, que había sido embajador en Londres pero que hubiera deseado mucho más.
La Segunda Guerra Mundial cambió los planes. Joseph P. Kennedy Jr. (1915-1944), el mayor de los nueve hijos de Joseph P. Kennedy y Rose Fitzgerald, perdió la vida en un accidente durante una misión secreta y John se convirtió en el hombre clave. En el artífice de instalar al clan Kennedy en el poder y romper con los límites —católicos e inmigrantes recientes— que había
impedido a sus antecesores la verdadera gloria. «Era la familia por encima de todo, la raíz irlandesa, los genes de quienes no habían podido conseguir el poder en primera o segunda generación y se empeñan en que sus hijos lo logren. Y lo consiguieron», explica Felipe Sahagún, periodista y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense.
El que sería el presidente número 35 de EEUU empezó por congresista, siguió como senador y custodió las llaves de la Casa Blanca desde que el 20 de enero de 1961 pronunció aquel discurso en el Capitolio que preguntaba a los americanos qué podrían hacer ellos por su país y por extender la democracia (definida, obviamente, por EEUU) a lo largo del planeta. La familia, con Jackie y los dos niños, y sus hermanos, sobre todo Robert, su mano derecha, cumplían con el resto de la estampa. «Es importante recordar que dentro de la sociedad norteamericana la familia juega un papel fundamental. Todos los presidentes apuestan por la familia como uno de los pilares que les ayudan a presentarse como hombres de hogar y hombres de la patria. Y en eso Kennedy fue un gran político», añade Francisco Rodríguez Jiménez, profesor visitante en el Wetherhead Center for Internationals Affairs de la Universidad de Harvard.
«A Kennedy uno de sus principales asesores le definía como un idealista sin ilusiones», asegura Rubén Herrero de Castro, analista político y profesor de la facultad de Políticas de la Complutense. «Llega a la presidencia rodeado de un halo inmenso de que es posible cambiar todo y va a descubrir que es muy difícil cambiar las cosas; que las cosas en política admiten márgenes de maniobra muy estrechos. Es un idealista pero se va quedando sin ilusiones», continúa este experto y se refiere, sobre todo, a sus decisiones y acciones en el exterior, el punto fuerte de su Presidencia frente a su debilidad interna.
Su victoria ante Richard Nixon fue por solo dos décimas (49,7% frente al 49,5% de su contrincante) y muchas de las medidas revolucionarias que había propuesto en su programa electoral, sobre todo las que tenían que ver con el desarrollo de los derechos civiles, se iban descafeinando a su conveniencia y a la de los sectores más conservadores del Partido Demócrata, que no eran en absoluto reacios a la segregación racial. Fue su sucesor, Lyndon B. Johnson, quien desarrolló las leyes
para la integración de negros con blancos que sumaron puntos al mito de Kennedy. Johnson sacó adelante 160 normas frente a la única ley que consiguió JFK.
«Su estilo, su relación con los medios, sobre todo con la televisión, fue clarísimamente una revolución. Como lo fue también el estilo de los miembros de su Gabinete, gente de mucho prestigio y excelente formación. Pero, más allá del aspecto exterior, descubrimos que hay más continuidad que ruptura», describe Felipe Sahagún, que lo ve más como un pragmático que como un idealista. «Tenía en cuenta los límites en su forma de hacer política día a día. En el asunto de los derechos civiles solo actúa cuando no le queda más remedio. Cuando se plantea el desafío del estudiante negro que quiere ingresar en la Universidad de Mississipi o ya en la Marcha de Washington».
«Es difícil hablar de luces y sombras de un presidente que apenas estuvo tres años en el poder», continúa Julio Cañero, director del Instituto de Investigación en Estudios Norteamericanos Benjamín Franklin, de la Universidad de Alcalá. «Desde un punto de vista romántico, siempre está bien considerado por la sociedad norteamericana. Pero desde la perspectiva de los politólogos o historiadores, él nunca está entre los grandes presidentes. Él mismo llegó a decir que no era capaz de valorar a los otros presidentes porque, hasta que uno no llega al cargo, no sabe lo complicada que es la tarea».
Una visión romántica y contagiada, claro está, con el espíritu del joven presidente al que asesinan en Dallas, con una viuda desconsolada y un niño de solo tres años que recibe el paso del ataúd de su padre con un saludo militar. «Creo que si no le hubiesen matado, no se le atribuirían tantos logros», reconoce David García Cantalapiedra, profesor de Relaciones Internacionales de la Complutense y coordinador de su Master de Política Internacional. «Probablemente hubiese ganado en el 64 y entonces habría tenido todos los efectos de guerra de Vietnam. Eso no quiere decir que no hubiera sido
reconocido como el primer presidente moderno. El que creó el tipo de presidencialismo que hemos conocido después».
«Es verdad que fue una persona muy bien preparada para el cargo —apunta Rubén Herrero— pero no supo aplicar esos factores positivos que tenía a la gestión de su cargo. Muchos se refieren a Kennedy, tratando de heredar su legado, como alguien nuevo, diferente. No nos olvidemos de que fue un presidente de EEUU más y todos tienen una misión: que EEUU retenga la hegemonía global. Y en ese sentido, el presidente Kennedy aprobó el mayor rearme de la historia de EEUU. Sin embargo hablaba de cosas diferentes, era un idealista sin ilusiones», insiste en la definición que el propio Kennedy hizo suya.
Francisco Rodríguez, de Harvard, habla de una personalidad compleja y contradictoria, que prestó al desempeño de su cargo: «En su vida personal parece impulsivo e irracional, sobre todo en cuanto a sus infidelidades y líos amorosos. Pero, en sus momentos políticos clave, fue racional y tranquilo a la hora de tomar decisiones. Estoy pensando en octubre del 62, cuando el mundo estuvo al borde de una guerra mundial catastrófica». Había aprendido la lección de Bahía de Cochinos (abril 1961), afirma Sahagún. «La forma en la que llevó la Crisis de los Misiles se ha convertido en el manual de gestión de conflictos, sobre todo por cómo no dejarte arrastrar por las fuerzas de la burocracia o por los intereses ideológicos de un sector u otro». Un hombre que además supo ponerse en la piel de sus rivales. ¿Hay algo más pragmático que eso?”
(Virginia Hernández  en “El Mundo)
La Nueva Frontera, el destino político del gurú JFK
15/11/2013 - Pedro García Luaces
Visión, quebrantamiento de las reglas, resistencia ante la adversidad, carisma, capacidad de comunicación, continuo aprendizaje, saber rodearse de los mejores, toma de decisiones, templanza ante las crisis y capacidad para rentabilizar sus errores, son las diez cualidades del líder según John A. Barnes; Kennedy las tenía todas. 
Decía Antonio Garrigues, padre – según cuenta su hijo en el prólogo de una recopilación de discursos de JFK recién publicada por Tecnos, que lo trató personalmente-- que Kennedy fue un presidente de verdad, es decir, “un presidente en posesión y en plenitud de su misión histórica y no un político, no propiamente un hombre de Estado sino un verdadero líder, que es más y que es menos que un hombre de Estado; es otra cosa”. Para el padre de Antonio Garrigues Walker, JFK tenía esa fuerza magnética de la que están dotados algunos hombres “para mover y conmover a las gentes, para conducirlas a través de terrenos o tiempos difíciles”. Esta última es quizás la verdadera cualidad del líder, la fuerza magnética para mover y conmover. 
El periodista norteamericano John A. Barnes, autor de ‘John F. Kennedy, su liderazgo’, considera que hay diez rasgos que hacen del fallecido expresidente un ejemplo de liderazgo para los políticos actuales y también para los modernos ejecutivos: visión, quebrantamiento de las reglas, resistencia ante la adversidad, carisma, capacidad de comunicación, continuo aprendizaje, saber rodearse de los mejores, toma de decisiones, templanza ante las crisis y capacidad para rentabilizar sus errores. 
Quizás, el rasgo más importante que convierte a Kennedy en un auténtico líder con una misión histórica es su visión. Kennedy tenía una visión muy particular de la política, una visión idealista, donde los valores de la libertad, la igualdad y la justicia ocupaban un lugar destacado. Kennedy quería alcanzar esa Nueva Frontera de la que hablaba en sus discursos, ese nuevo horizonte para una nueva generación que él quería liderar. 
“Más allá de esa frontera están las inexploradas áreas de la ciencia y el espacio, de los problemas no resueltos de la guerra y la paz, de los invictos bolsillos de la ignorancia y del prejuicio, de las preguntas no respondidas de la pobreza y el superávit. Sería más fácil retroceder de esta frontera para mirar hacia la segura mediocridad del pasado, para ser arrullados por las buenas intenciones y la alta retórica; y quienes quieran seguir ese curso no deberían votar por mí, cualquiera que sea su partido”.
Pero del mismo modo que tenía un destino hacia donde ir, también poseía el carisma necesario para “mover y conmover a las gentes”, para conducirlas hacia su visión. Es cierto que muchos políticos se han arreglado sin tener un excesivo carisma, pero es que el carisma, más que la cualidad del político es la cualidad del líder. El carisma – dice el periodista del ‘New York Times’, William Safire, en
su ‘New Political Dictionary’ – es el ‘sex appeal’ del político, ese magnetismo que atrae al otro hacia uno, “esa broma de confianza que se gasta a quienes te rodean”.
Cuenta Ted Sorensen – su asesor y biógrafo – que en una ocasión, en plena crisis de los misiles de Cuba, Kennedy se había reunido de urgencia con su gabinete. Todos estaban apesadumbrados, la responsabilidad era enorme y en el horizonte se dibujaba nítidamente la posibilidad de una guerra nuclear. Mostrarse demasiado altivos podía ofender a los soviéticos pero un exceso de debilidad conducía más directamente si cabe hacia un inevitable enfrentamiento. Toda la humanidad esperaba una respuesta del presidente y este debía encontrar ese punto medio de fortaleza y templanza. En medio de la seriedad, casi la angustia, Kennedy afirmó: “Espero que entiendan que no hay sitio para todo el mundo en el refugio de la Casa Blanca”. La broma permitió que todos liberaran tensiones y como aquello estaba siendo una terapia perfecta, el
presidente continuó, en tono jocoso, elaborando una lista ficticia de quienes podrían quedarse y quienes no. Según Sorensen, aquella broma en medio de la tensión fue una muestra de confianza en sí mismo que animó al grupo y todos continuaron preparando la estrategia con renovadas fuerzas.  
Ante la adversidad, Kennedy había actuado como un líder. 
Rodearse de los mejores
Una de las grandes cualidades de un líder es saber rodearse de brillantes colaboradores, una acción que por lógica que parezca no se pone en práctica tan a menudo como debiera, muchas veces por un lógico temor a ser eclipsado, otras por un ego desmesurado que hace creer al político que su propia cabeza basta. Kennedy no se vio afectado por estas bajas pasiones y contó para su presidencia con un nutrido grupo de asesores elegidos de entre las cabezas más preeminentes de Harvard. Todos ellos jóvenes y brillantes y además, llenos de fuerza e idealismo como el propio Kennedy. 
Uno de sus principales y más notables asesores fue Ted Sorensen, de quien Kennedy llegó a decir que era su “banco de sangre intelectual”. Sorensen no se limitaba a escribir discursos, poseía una fina intuición y una gran capacidad de observación y en la práctica, era quien elaboraba la agenda la Casa Blanca. Otro de los grandes colaboradores de Kennedy fue su hermano Robert, en cierto modo, “su esposa política”. Él era su principalmente confidente y el más íntimo de sus asesores, además de ser un pilar en el día a día de John. “Con Bobby no tengo que pensar en organización, simplemente aparezco”, decía Kennedy. 
Robert Kennedy dirigió la campaña de su hermano hacia el Senado, que fue un prodigio de organización y detalle. Bobby demostró ser meticuloso y trabajador como pocos, hasta el punto de que tachaba de holgazán a todo aquel que no dedicaba 18 horas a la campaña, tal y como él hacía. Robert fue además el más sincero asesor de su hermano, directo y espontáneo en sus juicios, sin pizca de artificios o amables sutilezas. Para el presidente, contar con un colaborador así era un soplo de aire fresco entre tanto juego político y medias verdades como
abundaban en su trabajo. Para el resto de su gabinete, la presencia de Robert era tan inquisidora que circularon bromas como la de tratar de asustar al compañero diciéndole: “El hermano pequeño te está vigilando”. 
Kennedy inspiró, en general, un tremendo afecto y lealtad en todos sus colaboradores, ellos eran los primeros que compartían su visión y apreciaban su carisma. Ninguno escribió, ni siquiera remotamente, una sola palabra que pudiera desacreditar su figura. Ted Sorensen, decía que Kennedy pretendía formar un verdadero ministerio del talento a la hora de formar su equipo y verdaderamente lo logró. Hombres como el escritor Arthur Schlesinger, el empresario Robert S. McNamara, el economista de Harvard John Kenneth Galbraith o el Premio Nobel James Tobin, formaron parte de su gabinete. “
“Tempus fugit”.  
Es verdad. Parece que fue ayer, y ya han pasado cincuenta años desde que un 22 de noviembre todo el mundo se conmovió ante el magnicidio de John F. Kennedy en Dallas.

Recuerdo que a la sazón (año 1963) yo mismo cursaba cuarto curso de la Licenciatura de Derecho en la Universidad de Valencia, después de haber iniciado la asistencia a las Milicias Universitarias en el previo verano (al respecto me remito a lo mucho que ya he escrito en este blog sobre la conmemoración del 50 Aniversario de la XXI Promoción de Milicias Universitarias de Montejaque-Ronda), y solamente habían transcurrido tres años desde que JFK había obtenido la presidencia de los EE.UU por un escasísimo margen de votos populares ( los de compromisarios le resultaron más holgados a favor), y desde que, en el 2º curso de la Licenciatura, en la asignatura de Derecho Político que impartía con brillantez el gran catedrático Don Francisco Murillo Ferrol, estudiaramos, ni más ni menos que “la nueva frontera”, concepto, señuelo, objetivo, que había introducido en su país, para el mundo, el malogrado presidente Kennedy.

Recuerdo también cómo se destacó que era el primer presidente católico de los EE.UU. (aunque realmente poca práctica católica había en su forma de vida, y hasta hubo diletantes en su país que quisieron negativizar esta circunstancia poniendo como ejemplo la "católica" España franquista), y que con él iba a dar un vuelco la vida en todo el mundo, ya que estaba plantando cara de forma gallarda a la entonces “malvada” URSS.

Con todos estos recuerdos que ahora se agolpan en la memoria, renace un inevitable sentimiento de frustración y de dolor, que viene desde hace cincuenta años, cuando las esperanzas e ilusiones de tantos y tantos, de uno mismo, se esfumaron con la muerte (nunca bien esclarecida) de este carismático líder.

Y esa frustración obliga a reflexionar, mejor dicho a especular, a hacer cábalas, sobre lo que hubiera sido del mundo si la figura de JFK hubiera permanecido entre nosotros y no le hubiera sucedido el tosco y ambicioso vaquero tejano Lyndon B. Johnson.

Ciertamente, el concepto de “nueva frontera” se convirtió en un ideal emocionante
y excitante, que implicaba el deseo de cambiar todos los aires, modas y costumbres de después de la post-guerra mundial, para iniciar una época de mayor contenido social, de mayor respeto a los derechos humanos, de reverencia a las instituciones democráticas.

Quién no se sentía “kennediano” en aquellos tiempos...

Y de ahí surgió el mito, porque tampoco puede olvidarse las enormes vacilaciones que tuvo Kennedy junto con su equipo ante el empuje tosco pero brutal de la URSS, de la mano de ese campesino ucraniano que llegó a liderar la URSS, llamado Nikita Kruschov.

Todo iba a ser posible en la “nueva frontera”, nos decíamos los jóvenes de entonces y nos ratificaban nuestros maestros de aquellos tiempos, pero todo se iba a desmoronar cual castillo de naipes por mor de la muerte del líder presidencial norteamericano.

No podemos menos que recordar con nostalgia los momentos ilusionantes que nos propició JFK, en pleno
desarrollo de nuestras ambiciones juveniles y en una España más faldicorta, zaragata y de pandereta pazguata de lo que muchos de nuestros hijos podrán imaginar.

¡Ea! Que nosotros, los de aquellos tiempos de los comienzos de los sesenta en el pasado siglo, también soñamos, y mucho, con un cambio, con un vuelco social, que se nos esfumó un día 22 de noviembre en la tejana Dallas.

¡Qué menos que recordar a aquél cuyos restos reposan en el cementerio de Arlington, y que sigue siendo guía de todo norteamericano que sea capaz de soñar!
“El cambio es ley de vida. Cualquiera que sólo mire al pasado o al presente, se perderá el futuro” .- John F. Kennedy
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

1 comentario:

  1. Como siempre un auténtico "tratado" el articulo de Àngel Pérez, ahora sobre Kennedy.
    Lástima que no abunden más -y vivan lo suficiente- personas -antes que líderes- como JFK.
    Felicitats Àngel! Marc

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