“El Papa Negro y otras pifias
(Por Javier Caraballo en “El Confidencial”, 14/03/2013)
Una vez más
se cumplieron los pronósticos: el nuevo Papa es aquel que en todas las quinielas aparecía con una
ínfima posibilidad de
salir elegido. En la cuidada liturgia de la Iglesia, la pifia de las
previsiones de los vaticanistas debe figurar en último lugar del protocolo,
como una especie de cierre mediático del cónclave que durante varios días logra
captar la atención del mundo. Si una de las claves fundamentales del
comportamiento de la Iglesia católica, a lo largo de sus dos mil años de
existencia, ha sido el control preciso
de tiempo, de los tiempos, con el ridículo habitual de las expectativas
que se levantan, se cierra el círculo de cuanto ha acontecido, ese ritual
magnífico de terciopelos rojos, intrigas de pasillos, documentos secretos y una
chimenea que se comunica con humo ante un mundo digitalizado.
A fin de cuentas, si la elección de
un Papa solo está condicionada por el Espíritu Santo, es normal que también los
designios de un cónclave sean inescrutables. Y como esto es así, por eso la
Iglesia siempre se ve rodeada de especulaciones fútiles y profecías
apocalípticas, como esta última del Papa
negro, tan inconsistente como todas las demás.
De todas formas, pese a las
lecciones de humildad y distancia que nos impone la Iglesia cada vez que se
intenta adivinar por dónde irán sus pasos, la elección de este Papa argentino
sí parece que tiene un mensaje muy claro que se pretende trasmitir al mundo. Es
muy significativo, por ejemplo, que el elegido sea, precisamente, el cardenal que resultó derrotado en el
último cónclave frente a Benedicto XVI. Si Joseph Ratzinger ha tenido alguna influencia en las deliberaciones
del cónclave, no resultaría descabellado contemplar ahora su renuncia como una
especie de vuelta al pasado, al punto exacto de la historia en el que él fue
elegido para una misión que no ha podido completar.
El nombre elegido, Francisco I, es
una invocación directa a la pobreza. Y el primer gesto desde el balcón de la
Plaza de San Pedro, ha sido la inclinación de la cabeza ante el pueblo, con el gesto de humildad
de la cabeza inclinada, buscando la bendición de aquel. Nunca
antes un Papa se había estrenado de esa forma. Debe tenerse en cuenta, además,
que algunas de las filtraciones que se han producido sobre el informe secreto que Benedicto
XVI ha dejado bajo llave para que sólo lo pueda leer su sucesor señalan que el
Papa dimisionario considera necesario un 'reequilibrio ideológico' en la cúpula
vaticana, como palanca de cambio para emprender la profunda reconversión
interna que la Iglesia se exige a sí misma para frenar cualquier declive.
Frente al poder creciente de los sectores más conservadores de la Iglesia
católica, en especial del Opus Dei desde el papado de Juan Pablo II, llega
ahora el nombramiento del primer Papa jesuita, con lo que el reequilibrio
interno del que se hablaba se puede dar ya por garantizado.
El cardenal Bergoglio, hijo de un
trabajador ferroviario de origen piamontés y de un ama de casa, es un Papa inesperado elegido para un
pontificado imprevisible por la dimensión proteica de la misión
que tiene encomendada. Sólo eso podemos certificar ahora, porque el resto
consiste, sencillamente, en un ejercicio metódico que sólo nos lleva a ordenar
las primicias de los últimos días para hilvanarlas y construir el único relato
cierto que podemos atestiguar.
El primer Papa moderno que renuncia
al pontificado, el primero en siete siglos, el primer cónclave que se inclina
por un Papa de América, el primer jesuita
que llega a la silla de San Pedro, y el primer cardenal que elige el
nombre de Francisco. Los designios de la Iglesia son inescrutables y eso es lo
que, una vez más, acaba de demostrarse en el Vaticano. La Iglesia ha entendido
el mensaje rupturista que le envió Benedicto XVI con su renuncia y ha roto
todos los esquemas, con esa capacidad de adaptación que ha demostrado a lo
largo de la historia.
Cuando Ratzinger presentó su
renuncia, se destacó aquí la frase de un sermón de novela, de La peste de Camus, y que aparecía entonces como el
corolario del pontificado de aquel dimisionario: “Me avengo a ser lo que soy, he
conseguido llegar a la modestia”. Menos de un mes después, el nuevo
Papa, con sus gestos primeros, parece señalarnos en la misma dirección.
Modestia para enmendar con firmeza el camino.”
…
Menos mal que los medios de
comunicación, por mucho que lo intenten, no consiguen penetrar en el secreto y
sigilo que rodean la elección de Sumo Pontífice de la Iglesia Católica.
Por ello, al anuncio de la chimenea de
la capilla Sixtina evacuando humo blanco, se sucedieron ayer unos interminables
65 minutos, en los que fue dado escuchar toda suerte de conjeturas y
especulaciones sobre quién podría ser el electo.
Ni una de ellas acertó, porque
probablemente se estaba midiendo la posibilidad de resultados con mentalidad
ultrapositivista y concretizadora, cuando el ceremonial de la elección de Sumo
Pontífice, en su arcaísmo indiscutible, entraña la razón de su impenetrabilidad
y pervivencia.
Y ¡vaya sorpresa la decisión sobre
un Papa sudamericano, de habla española, de la Compañía de Jesús, y de un país
tan lejano de Roma como la República Argentina!
Sorpresa para quienes, denotando un
conocimiento apriorístico que de nada les ha servido, vaticinaban, de una
parte, que ahora “tocaba” un Papa italiano; y de otra, que había de ser de
color, probablemente por aquello de buscar el exotismo.
Así que ahí tenemos al cardenal
Bergoglio, que ni era un desconocido, ni tampoco gozaba de la popularidad que
se atribuía a otros candidatos.
Lanzarse en este momento a las
conjeturas de si será “pastor”, o si será guardián de lo ortodoxo, o si buscará la renovación,
es como un canto a la esperanza, si es que se tiene ésta, porque habrá que
esperar a conocer sus primeras decisiones y orientaciones.
Lo que sí parece evidente es que ni
habrá un modernismo rompedor ni un conservadurismo enquistador, sino más bien
una adaptación de la Iglesia católica al signo de los tiempos presentes.
Contemplando las imágenes de la
televisión, con las múltiples entrevistas a miembros de la Compañía de Jesús,
los jesuitas, me ha llamado la atención que casi ninguno de ellos lucía el
alzacuello y, por el contrario, su indumentaria era absolutamente seglar y
laica. Parecióme como un signo de lo que podría llegar, y probablemente
arribará; un nuevo concepto de la religión para el hombre del siglo XXI, tan
atribulado por cuestiones sociales y de supervivencia, y muchas veces enredado en liturgias excesivas.
En fin, era imprevisible el
nombramiento de Francisco I, pero era absolutamente previsible que se elegiría
un Pontífice adecuado a los tiempos presentes, y además, ni demasiado joven, ni
demasiado anciano, aunque su edad le forzará a adoptar prontas medidas de
cambio y evolución.
Al margen del credo de cada cual y
de la fe religiosa que cada uno profese, no deja de ser sintomático lo acaecido,
y ojalá constituya el principio de la renovación espiritual del orbe, no
solamente en lo tocante al catolicismo, sino en lo referido al bienestar y a la
paz social, basados en una más justa distribución de la riqueza, y en esa paz y
hermanamiento que el nuevo Papa ya ha repetido tantas veces.
Y, eso sí, sin que se olvide rezar…cada uno a su manera...que
falta hace…
“Dios mira las
manos limpias, no las llenas”.- Publio Siro (Siglo I AC-?) Poeta dramático romano.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
DESDE LUEGO ESO ES LO QUE HACE FALTA EN ESTE MUNDO, DARNOS A LOS DEMÁS Y NO LAMENTARNOS Y QUERER SER LOS MÁS EN TODO.
ResponderEliminaresperemos sea un buen papa.
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