15 septiembre 2008

PERIPLO POR EUROPA (III): TRES DIFERENTES GRUPOS DE PAÍSES (VII): LIECHTENSTEIN Y SUIZA

A quien conozca Liechtenstein, podrá parecerle una boutade su mención en estas crónicas de nuestro viaje.
Liechtenstein es un pequeñísimo país (Principado) incrustado al este de Suiza, con quien comparte idioma (el alemán), costumbres y hasta moneda, país que se distingue no especialmente por ser distinto a la Confederación Helvética, con la que hace mucho tiempo no tiene controles fronterizos, sino por contar con el mayor porcentaje de bancos por metro cuadrado del mundo.
No se trata de bancos al uso europeo, con pomposos edificios, sino medianos establecimientos instalados en casas de no gran tamaño, en los que se registra un enorme volumen de operaciones, ya que el Principado de Liechtenstein constituye una país con bancos off shore, o un paraíso fiscal.
Acceder y trabajar en uno de esos bancos requiere, al menos para comenzar, una buena recomendación de un buen cliente...
Ahora bien, excepto la matrícula de los automóviles (con las siglas FL) y la bandera que ondea en el límite fronterizo, nada distinto a Suiza se aprecia.
Bien; en nuestro periplo, fuimos siguiendo el curso de un joven y pequeño Rhin desde Bregenz (en Austria) hasta Liechtenstein, y después de parar unos minutos para hacer unas fotos y ver el castillo de los príncipes en lo alto de la montaña, emprendimos la marcha por la nación helvética.
Suiza es un precioso país, con bellísimos paisajes, con azules lagos, montañas altas y menos altas, verdor, bellos paisajes y organizadas ciudades.
Pero no es tanta maravilla como pudiera creerse.
Las autopistas (hay una buena red) son de firme no demasiado bueno, probablemente por el clima invernal, y están muy saturadas de tráfico, con muchos camiones (la industria en Suiza está por doquier) y frecuentes atascos, fruto del exceso de vehículos que la vía de dos carriles en cada sentido no puede absorber, y ello con independencia de las muchas obras que abundan.
Llama la atención que hay buenos automóviles, pero ni mucho menos existe la proliferación de automóviles caros que puede encontrarse en Ucrania.
Pues bien, desde Liechtenstein tomamos la autopista hacia Zurich, con bellas vistas sobre los lagos –prefiero no entrar en denominaciones--, hasta llegar a la altura de Zug, para tomar el desvío hacia Luzern o Lucerna.
Esta capital de provincia ofrece un bellísimo panorama alrededor del lago, que cruza un típico y vetusto puente de madera adornado en sus balconadas por preciosos maceteros con coloristas flores.
La ciudad, en su centro muestra la belleza de casas tradicionales, con fachadas adornadas y pintadas tradicionalmente, acogiendo las principales industrias artesanales de fabricación de relojes de “cuco”.
Desde Luzern hasta Zurich apenas si hay unos 50 kilómetros, que se recorren por una hipersaturada autopista, llegando a Zurich en una hora.
Sabido es que Zurich constituye la capital financiera de Suiza, y aunque se ven muchos bancos, no puede vislumbrarse la riqueza que se maneja desde esa ciudad.
El lago de Zurich, que surca el Rhein (proviniendo desde Liechtenstein) es bello y permite ver en sus orillas una catedral cuidada y algunos edificios singulares.
Lo que resulta prohibitivo son los precios. Por ejemplo, un bocadillo normal con jamón York, 7’50 Euros…
Y se adivina alto nivel de vida, pero poca alegría. Demasiado orden y seriedad.
A poco más de una hora de Zurich se encuentra Berna, la capital de la Confederación Helvética, que no denota serlo (más bien parece una ciudad provinciana) si no fuera por las banderas de las embajadas y el movimiento de coches con matrícula diplomática.
En Berna, la calle principal es muy bella, ofrece una perspectiva de balcones adornados con flores, con la “torre del reloj” al fondo, en lo alto.
La catedral también es interesante, especialmente el retablo en alabastro de su puerta principal, representando el juicio final, con cientos de diminutas figuras policromadas.
Desde Bern se puede ir a cualquier parte, pero por una elemental economía de tiempo (ya estábamos en viaje de regreso) decidimos prescindir del resto de la Suiza germano hablante y así nos dirigimos a Fribourg, capital del cantón del mismo nombre, que constituye el límite o frontera de la Suiza francófona, y que no hay que confundir con Freiburg, capital situada al sudoeste de Alemania, a la altura de la francesa Mulhouse, y que viene a ser como la capital de la Selva Negra.
Pues bien Fribourg ofrece, además del necesario cambio al idioma francés, una interesante vista de su ayuntamiento y de su universidad, con una simpática calle principal llena de restaurantes (paradójicamente casi todos de comida italiana), en uno de los cuales pudimos degustar la fondue de queso, y gozar –otra vez—de un vino tiento, que aún siendo de origen suizo, nos empezó a devolver a nuestros orígenes.
Yendo desde Suiza en dirección a Francia, camino ya del regreso a España, resultó de obligada parada el la localidad de Gruyeres, origen del afamado queso del mismo nombre (que, atención, no es el queso "de agujeros", porque éste es el masdam) para llegar por la lujosa ciudad de Vevey --residencia de tantos millonarios y famosos-- hasta el Lago Leman (con ese bonito geiser que alcanza más de 150 metros de altura, impulsando muchos miles de litros por segundo, a una velocidad cercana a los 200 km/hora) ycon las muchas perspectivas que ofrece, y visitar especialmente la ciudad de Geneve o Ginebra.
Ginebra resulta tan bella como cara, por mor de los funcionarios y personal de los distintos organismos europeos de la ONU, y de la vida social distinguida y abundante.
Resulta relajante un paseo alrededor del lago, del que sale el río Rhone o Ródano antes de adentrarse en Francia, y llegar hasta el centro antiguo.
Si se sale de Ginebra, a los pocos kilómetros se halla la frontera con Francia, hoy simplemente un punto en la autopista con banderas de Suiza y de Francia.
En fin, Suiza es bella, vale la pena ser visitada, pero es cara y le falta un poco de “chispa”.
Yo diría que le falta algo de la viveza latina y de las ganas de vivir del sur de Alemania.
Pero, pese a todo, siempre se reserva uno para volver…
“Yo soy una parte de todo aquello que he encontrado en mi camino”Alfred Tennyson (1809-1892) Poeta inglés.

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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