07 mayo 2008

LA JUSTICIA Y SU INFARTO

“El Gobierno de Zapatero ha perdido cuatro años en su política judicial. Si todo el esfuerzo desplegado por sus ministros de Justicia —López Aguilar y Bermejo—, en luchar por el control del Consejo General del Poder judicial, o por el manejo del Tribunal Constitucional, o por causa de la ruptura de la unidad judicial y jurisdiccional de España, a la que llevan los Estatutos de Autonomía de Cataluña y Valencia, se hubiera dedicado a reorganizar, modernizar y dotar de medios a la administración de la Justicia, ahora no estaríamos ante la tremenda noticia de colapso de los tribunales españoles, donde cerca de 30.000 juicios esperan sentencia, es decir, Justicia.”
(LA ESTRELLA DIGITAL, 07/05/2006)

Recojo este editorial, anticipando que su contenido me parece demasiado suave y light.

Conozco profundamente y he vivido durante años la administración de Justicia de España, y puedo comentar que nunca antes hallé, de una parte, tamaña desorganización e ineficacia, y de otra, peor nivel de capacidad y competencia en que quienes trabajan en ella, salvo contadas y honrosas excepciones.

Me contaba semanas atrás un buen amigo Abogado, que tenía señalado un juicio en un Juzgado de lo Contencioso-administrativo, a las 9’30 de la mañana, por lo que presumió que, siendo el primer señalamiento, no tardaría demasiado en celebrarse.

Mi amigo acudió puntual al Juzgado, en el que se le informó que “en cuanto llegue la Secretaria” comenzaría el juicio, aunque unos profesionales que también aguardaban su señalamiento le comentaron con ironía que la dicha Secretaria "suele llegar a partir de las diez de la mañana”.

Tristemente así aconteció, y cuando llegó la Secretaria y se incorporó a la sala de vistas, comenzó una amena tertulia entre la Jueza, dicha fedataria y la Abogada del Estado, hasta que las reiteradas aperturas de puerta por el Abogado que esperaba, permitieron ¡50 minutos después de la hora señalada! el comienzo del juicio.

Cuando el Abogado de la parte actora comenzó su exposición, fue interrumpido a los dos minutos por la Juez, rogándole abreviara al máximo, “ya que vamos muy retrasados”.

El profesional advertido, se controló al máximo y solamente espetó: “El retraso no es precisamente por mi culpa…”; a lo que la Juez le replicó que si acaso quería reclamar algo más, que lo hiciera, pero que se atuviera a las consecuencias.

El Abogado sonrió y calló, y así se celebró el juicio, que terminó precisamente unos 70 minutos después de la hora señalada para su inicio.

Ésta es una buena muestra de la lenidad que impera en algunos órganos judiciales.

Otra vertiente del problema la presenta un Juzgado de lo Penal de Valencia que carece de Secretario (todos los nombrados o causan baja o piden excedencia) y de agente (lo mismo ocurre con ellos) de manera que es la propia Juez quien toma nota de los presentes y ausentes a la puerta y quien inclusive acomoda el micrófono a los declarantes.

Este problema perdura más de un mes.

Conociendo lo expuesto, me vienen a la memoria tiempos en los que ni se sospechaba que fuera a existir la informática y en los que todo se escribía a mano, con plumilla y tintero.

En aquél entonces había retrasos, pero al menos se observaba dedicación vocacional por parte de los trabajadores, desde el Juez hasta el último ordenanza.

Hoy, a veces podría decirse de los trabajadores de los Juzgados que “por las mañanas no trabajan, y por las tardes no van”, porque con tanta tecnología, no se exceden en las horas que deben trabajar.

Y no me parece mal, porque si nuestro Gobierno se gasta los dineros públicos en pagar rescates, arreglar pisos para ministros, hacer propaganda de los logros, crear ministerios para desigualar más aún lo desigualado, etcétera, y regatea sueldos y horas extras a los funcionarios, ¿por qué “puñetas” los trabajadores deben regalar su tiempo a unos políticos que, cuanto menos, son unos deficientes gestores?

Esto es lo que hay. Éste es el afán de estos días. Afán que se antoja tan difícil de resolver como que la Justicia satisfaga a todos…

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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