06 marzo 2008

La independencia de Kosovo

MADRID.- Con la declaración de independencia, los albano-kosovares consiguen, con la ayuda de EE.UU., Francia, la RFA e Italia, el sueño de su vida, pero abren otra caja de Pandora con graves riesgos de desestabilización dentro y fuera de los Balcanes.
La independencia de Kosovo cierra el círculo de las guerras balcánicas iniciadas por Slobodan Milosevic cuando proclamó, a finales de los ochenta, en territorio kosovar su proyecto de una Gran Serbia que incluía dos tercios de Bosnia, un tercio de Croacia, todo Montenegro y Kosovo.
Aunque el derecho internacional está claramente de parte de Serbia, que considera "nula e ilegal" la independencia kosovar, hace muchos años que, con su represión y violencia, el régimen serbio perdió su autoridad moral sobre la mayoría albano-kosovar.”
(Felipe Sahagún.- el mundo.es internacional, 18/02/2008)

Por si lo que quedaba de la antigua Yugoslavia no fuera suficiente avispero, después de la desmembración de Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y Montenegro, aparece ahora el tema de la independencia de Kosovo.
En mis tiempos de estudiante de Derecho internacional, mi estimado Profesor, el Catedrático Doctor Adolfo Miaja de la Muela, predicó en memorables lecciones desde su cátedra, que además del pacto, en el orden jurídico internacional, se consagraba muchas veces la vía de hecho.
También mantenía este preclaro profesor que si la mayoría de los países aceptaban el nacimiento de uno nuevo, además de la vía de hecho, aparecía la “fuerza de los hechos”.
Fríamente visto desde España, el problema de Kosovo no merece en modo alguno la consideración de un problema de creación de una nueva nación, porque se trata simplemente del intento secesionista de una provincia de Serbia (el reducido núcleo matriz de la ex-Yugoslavia), en la que, por la proximidad a Albania, hay una mayoría de población de etnia albanesa y religión musulmana, y la minoría es de población de etnia serbia y religión cristiana.
Como bien comenta el profesor y periodista Felipe Sahagún, aunque Serbia tiene todo el derecho internacional de su parte, ha perdido toda fuerza moral para aplicarla, después de la represión y violencia que ejerció con los albaneses y especialmente con los bosnios, es decir, con los de creencias y costumbres islámicas.
A falta de una derecho positivo internacional, es decir, unas leyes concretas reguladoras de la forma de obtención de la independencia, es a la Comunidad internacional a quien corresponde debatir, regular y admitir cómo acceder y aceptar esa independencia.
Y esa Comunidad internacional se presenta en este caso en un doble plano: el de las Naciones Unidas, ámbito en el que solamente el consenso o los acuerdos vinculantes son válidos, y en el que el derecho de veto de los cinco miembros fundadores bloquea aquellos temas que a alguno o varios de ellos no interesan o convienen; y el de la Unión Europea, que, aún sin la enjundia y volumen de la ONU y con diferente autoridad moral, engloba nada menos que a veintisiete países de la “vieja Europa”, alguno de ellos (Eslovenia) perteneciente en el pasado a la Federación Yugoslava; y otros (Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria) provinientes del ámbito de influencia soviética, aunque con muy diferentes características y matices.
Esa Unión Europea aparenta una gran autoridad moral y potencia económica, aunque no deja de ser un gigante con pies de barro, trufado de dificultades derivadas del diferente desarrollo económico y social de sus integrantes.
Pues bien, el Consejo de Seguridad de la ONU, que se reunió para tratar del tema de Kosovo a instancias de Rusia, acabó sin adoptar resolución alguna, poniendo de manifiesto el enfrentamiento entre Rusia, de una parte, y Estados Unidos, Alemania, Francia e Italia, de otra.
Y la Unión Europea, en su reunión de ministros de asuntos exteriores, ha decidido que cada país trate el problema con arreglo a “sus prácticas nacionales o reglas jurídicas”, criterio tan amplio y ambiguo que equivale a establecer que cada nación haga lo que mejor le parezca, con el fin de que no quiebre la endeble apariencia de entendimiento y unidad en la Unión Europea.
No alcanzo a ver por qué Kosovo debe ser una nación, aunque entiendo que a los países que lo apoyan les parezca bien, ya que con ello tratan de contrarrestar la tradicional influencia rusa en Serbia.
Y ahora, al final, se presenta un nuevo espacio de confrontación entre Rusia y los países occidentales, en el que resulta muy peligroso dejarse llevar solamente por las querencias del occidentalismo, ya que podría estar sentándose un peligroso precedente para provincias o regiones de etnias y culturas religiosas discrepantes con las naciones a las que pertenecen, que podría facilitar su secesión o independencia.
No pretendo hacer un exhaustivo análisis del problema, sino simplemente, con motivo de lo acaecido, reflexionar sobre lo que acontece cuando se desmembra o desintegra un sistema o una federación de países sometidos a un régimen autoritario, por no decir dictatorial o carente de libertades.
Viene ello a cuento, porque Ucrania también se desgajó de la extinta URSS, aunque no era realmente una provincia sino una República integrada en aquélla, y la propia Ucrania hubo de lidiar con el intento secesionista e independentista de Crimea.
Piénsese si en Ucrania hubiera una tendencia segregacionista de varias provincias del este, por diferente lengua, discrepante cultura y costumbres respecto de los oblasts del oeste. Sería el fin.
Por eso, siempre se presenta como preferible el diálogo, la transacción, la armonización de diferencias, el respeto a las diferentes etnias, religiones y culturas, frente a la defensa a ultranza de esencias que más bien provienen de reminiscencias históricas y de ultra-doctrinarismos que solamente conducen a quebrar la armonía entre las gentes y las naciones.
En definitiva, Ucrania entraña la importante enseñanza de cómo armonizar diferentes orígenes históricos, tradiciones, costumbres, lenguas, religiones, etcétera.
Que el problema de Kosovo sirva para que en Ucrania se reconduzcan los enfrentamientos por las diferencias y se busquen más los lugares comunes que los puntos de discrepancia.
Así, no se correrá el riesgo de que Ucrania mude su joven independencia por un fraccionamiento que la desintegre
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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