(J. I. Torreblanca , 28/09/2017, en “El País”)
Llegamos aquí divididos, con un Gobierno tan débil como patético en su incapacidad de dirigirse a la ciudadanía para tranquilizarla sobre el presente y, como sería su obligación, dibujar un futuro mejor donde los problemas y la insoportable tensión que vivimos se encauzara políticamente en las instituciones democráticas de todos.
Pero también llegamos aquí con una oposición gastada, desdibujada e irrelevante a la que nadie parece escuchar, ni cuando acierta ni cuando disparata, y que solo se exige y a la que solo se le pide no empeorar las cosas. Y mientras, soportamos la presión de un magma de fuerzas de izquierda radical que ha visto en el proyecto independentista la oportunidad de empujar su propia agenda de desbordamiento populista.
Muchos ciudadanos, demócratas que solo aspiran a vivir en paz, se sienten abandonados por la inoperancia de su Gobierno, pero también por aquellos catalanes con quienes pensaban que compartían un espacio de convivencia y de quienes ahora solo reciben desprecio e insultos. Tan huérfanos de sentido común están que se reconfortan enviándose frases de Kennedy que recuerdan lo obvio —que sin ley no hay democracia—. A otros, sin embargo, les da por
sacar su bandera —como si el nacionalismo se combatiera con más nacionalismo—. Agotadas las razones y los procedimientos, nos vamos todos a los instintos y las pasiones.
La democracia es la igualdad, el nacionalismo es la diferencia. De ahí su incompatibilidad radical. La igualdad ante la ley y dentro de ley es el único instrumento que tienen los débiles para imponerse a los poderosos, las minorías para sobrevivir a las mayorías y los individuos para oponerse a la irracionalidad de la masa. Con una asombrosa candidez, Puigdemont confesó el pasado domingo que al carecer de la fuerza necesaria en el Parlamento, se veía obligado a forzar la ley desde la calle y mediante la presión popular. Convertirse en víctima para justificar la ilegalidad y asaltar la democracia en nombre de ese victimismo es puro fascismo; Europa lo ha vivido mil y una veces. Esto va de democracia, nos dicen los independentistas. Pero no es cierto, esto va de nacionalismo, puro y duro, y del imperdonable intento de romper la democracia y la convivencia. @jitorreblanca”
El aceite de ricino , en muchas ocasiones mal traducido como aceite de castor por su denominación en inglés (castor oil), se obtiene a partir de la planta Ricinus communis , que contiene aproximadamente un 40-50% del aceite. El aceite a su vez contiene el 70-77% de los triglicéridos del ácido ricinoleico. A diferencia de las propias semillas, no es tóxico.
Desde tiempos faraónicos se utiliza la planta de ricino con fines medicinales. La aplicación más conocida es como purgante. Una dosis típica contiene entre 10 y 30 ml de aceite de ricino. De éste, las enzimas del intestino liberan el ácido ricinoleico (un ácido carboxílico con 18 átomos de carbono), que es el principio activo. La reacción se produce a las dos o cuatro horas de haber suministrado la dosis.
El mecanismo de acción del principio activo es similar al de la toxina diftérica, es decir, es capaz de desactivar la síntesis proteica. El efecto se basa, por una parte en la acumulación de agua en el intestino y por otra, en la irritación de las mucosidades que aceleran el vaciado del sistema intestinal. Como
efecto secundario, se inhibe la asimilación de sodio y agua, además de las vitaminas lipofílicas del intestino. En dosis elevadas se pueden producir náuseas, vómitos, cólicos y diarrea aguda, lo cual ha hecho que este aceite haya sido usado como herramienta de castigo y tortura (sumado a su desagradable sabor). Además, se ha descrito la aplicación del aceite de ricino en mezclas para inducir el parto.
(De Wikipedia y otras fuentes)
Porque, en efecto, no cabe duda de que por parte del gobierno español ha predominado la blandura y la excesiva prudencia, casi el miedo a decisiones enérgicas, probablemente por su conciencia de debilidad parlamentaria.
Pero no cabe duda de que las demás fuerzas llamadas “constitucionalistas” casi se han puesto de perfil ante el problema catalán, pues han preferido decir que el gobierno es poco eficaz antes que brindar su claro apoyo ante semejante problema. La mirada y la atención a las posibles nuevas elecciones nacionales les han castrado en su tardíamente mostrado apoyo al poder ejecutivo.
Y así, como ln a fábula de que “viene el lobo” no se ha creído nadie que los "putshdemont" y compañía, por paranoicos, podían armarla buena y se ha permitido que dos o cuatro pandillas de golfos, ácratas y antisistema se apoderen del parlamento catalán y hagan trascender al español escenificaciones groseras e indignantes (ahí están los “P(j)odemos”, el Tardá, el Rufián –pocas veces un apellido es más adecuado a una persona- y algunos otros esquizofrénico paranoicos. Y añadan mentiras y manipulaciones por doquier.
A ellos se han sumado las huestes catalanas de unos “JuntspelSí” que se han embarcado en conseguir a la tremenda y por encima de todo, la ruptura con España que les permita disimular lo mucho que robaron en el pasado, bajo el aplauso de los delincuentes revolucionarios de la
ANC y Ómnium, porque todos ellos, que se denominan pacifistas y que predican calma y manifestación ordenada, no han dudado en recurrir a las más tradicionales maniobras revolucionarias y alborotadoras (mal populistas, claro), de incitar a las gentes que les secundan a echarse a la calle, y gritar, acosar, romper, vulnerar los más elementales principios de la convivencia. ¡Todo por el supuesto ejercicio de lo que llaman libertades fundamentales!
Y, por si faltara algo, como ya sentenció Don Quijote, “ con la iglesia hemos topado”, porque a la pléyade de curitas rompedores e independentistas, que proclaman como evangélico deshacerlo todo, en aras a la libertad de expresión, a ellos se ha sumado la Conferencia Episcopal Española mediante una declaración amorfa, tibia. inconcreta, convenenciera y poco definitoria del magisterio doctrinal que debería ejercer, porque a los obispos católicos correspondía sentar las rectas y sensatas bases de la convivencia en libertad y con respeto a las leyes.
En resumen, lo de Cataluña nos sirve a los españoles, como si fuera aceite de ricino, como purgante, que tal vez nos limpie de politiquerías de vía estrecha, de visionarios independentistas, de pastores religiosos tibios y sin
claridad de ideas y de mensaje de gobierno timorato…
Si así aconteciere por ventura, al menos la falta de “seny” de los alborotadores y díscolos catalanes que buscan la independencia, propiciaría un replanteamiento político y una revisión de las normas convivenciales de esta España nuestra, en la que ya no podemos permitirnos ni la “santa siesta” ni “los versos de poeta” que recogen el poema y la canción, porque ha habido tantos errores y negligencias que se vislumbra por doquier inseguridad, crispación, egoísmo y ciega terquedad.
Acertada fábula del aceite de ricino. Lo de Kenedy de total actualidad y aplicable al 100%.
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