(Adela Cortina, en "El País", 28/03/2017)
Ese
relato resulta familiar a quienes hemos vivido la experiencia de la transición
española a la democracia. En los años setenta del siglo pasado creíamos haber
ingresado en la senda del progreso social y político, quedaban atrás los
conflictos bélicos, propiciados por ideologías enfrentadas, por la desigualdad
en oportunidades y riqueza, y se abría un camino de cambios a mejor. Hoy, sin
embargo, es urgente aprender de europeos como Zweig para tomar conciencia de
que las semillas del retroceso pueden estar puestas y es necesario frenar su
crecimiento destructivo. Como bien dice Federico Mayor Zaragoza, la Unión
Europea debería ser el catalizador de la unión mundial. Una de esas semillas
destructivas, como en el tiempo de Hitler y Stalin, es el triunfo de los
discursos del odio.
Se
entiende por discurso del odio cualquier forma de expresión cuya finalidad
consiste en propagar, incitar, promover o justificar el odio, el desprecio o la
aversión hacia determinados grupos sociales, desde
una posición de intolerancia.
Quien recurre a ese tipo de discursos pretende estigmatizar a determinados
grupos y abrir la veda para que puedan ser tratados con hostilidad, disuelve a
las personas en el colectivo al que se agrede y lanza contra el conjunto su
mensaje destructivo.
Hay que tomar conciencia de que las semillas del retroceso pueden estar puestas
Tal
vez el rótulo “odio” no sea el más adecuado para referirse a las emociones que
se expresan en esos discursos, como la aversión, el desprecio y el rechazo,
pero se trata en cualquier caso de ese amplio mundo de las fobias sociales, que
son en buena medida patologías sociales que se deben superar. Se incluyen entre
ellas el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la misoginia, la homofobia,
la aversión a los miembros de determinadas confesiones religiosas, o la forma
más común de todas, la aporofobia, el rechazo al pobre. Y es que las emociones,
a las que tan poca atención se ha prestado en la vida pública, sin embargo la
impregnan y son especialmente manipulables por los
secuaces del flautista de
Hamelín. Así fue en la primera mitad del pasado siglo y está siéndolo ahora
cuando los discursos fóbicos proliferan en la vida compartida.
Desde
un punto de vista jurídico, el principal problema estriba en el conflicto entre
la libertad de expresión, que es un bien preciado en cualquier sociedad
abierta, y la defensa de los derechos de los colectivos, objeto del odio, tanto
a su supervivencia como al respeto de su identidad, a su autoestima. El
problema es sumamente grave, porque ninguno de los dos lados puede quedar
eliminado.
En
principio, por decirlo con Amartya Sen, la libertad es el único camino hacia la
libertad y extirparla es el sueño de todos los totalitarismos, lleven el ropaje
del populismo o cualquier otro. La experiencia de países como China, Corea del
Norte o Venezuela no puede ser más negativa.
Se trata de defender los derechos de quienes son socialmente más vulnerables
Pero igualmente el derecho al reconocimiento de la propia dignidad es un bien innegociable en cualquier sociedad que sea lo bastante inteligente como para percatarse de que el núcleo de la vida social no lo forman individuos aislados, sino personas en relación, en vínculo de reconocimiento mutuo. Personas que cobran su autoestima desde el respeto que los demás les demuestran. Y, desde esta perspectiva, los discursos intolerantes que proliferan en países de Europa y en Estados Unidos están causando un daño irreparable. Por sus consecuencias, porque incitan al maltrato de los colectivos despreciados, y por sí mismos, porque abren un abismo entre el “nosotros” de los que están convencidos equivocadamente de su estúpida superioridad, y el “ellos” de aquellos a los que, con la misma estupidez, consideran inferiores .
Naturalmente,
el derecho está abordando desde hace tiempo estas cuestiones, preguntándose por
los
criterios para distinguir entre el discurso procaz y molesto, pero
protegido por la libertad de expresión, y los discursos que atentan contra
bienes constitucionales. Como se pregunta también por las políticas de
reconocimiento desde el marco de las instituciones.
Sin
embargo, el derecho, con ser imprescindible, no basta. Porque el conflicto
entre libertad de expresión y discurso del odio no se supera solo intentando
averiguar hasta dónde es posible dañar a otros sin incurrir en delito, hasta
dónde es posible humillar su imagen sin llegar a merecer sanciones penales o
administrativas. En realidad, las libertades personales, también la libertad de
expresión, se construyen dialógicamente, el reconocimiento recíproco de la
igual dignidad es el auténtico cemento de una sociedad democrática. Tomando de
Ortega la distinción entre ideas y creencias, que consiste en reconocer que las
ideas las tenemos, y en las creencias somos y estamos, podríamos decir que
convertir en creencia la idea de la igual dignidad es el modo ético de superar
los conflictos entre los discursos del odio y la libertad de expresión, porque
quien respeta activamente la dignidad de la otra persona difícilmente se
permitirá dañarla.
En
su libro El discurso del odio se preguntaba Glucksmann si el odio
merece odio y respondía que para combatirlo basta con sonreír ante su ridículo.
Sin embargo, y regresando al comienzo de este artículo, no creo que haya que
sonreír ante el odio, ni siquiera con desprecio. Porque es destructor y
corrosivo,
quiebra el vínculo humano y provoca un retroceso de siglos.
Cultivar
un êthos
democrático es el modo de superar los conflictos entre la libertad de expresión
y los derechos de los más vulnerables. Porque de eso se trata en cada caso: de
defender los derechos de quienes son socialmente más vulnerables y por eso se
encuentran a merced de los socialmente más poderosos”
(Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía
Política en la Universidad de Valencia, miembro de la Real Academia de Ciencias
Morales y Políticas y directora de la Fundación ÉTNOR.)
No
puedo resistirme a recoger y reproducir el interesante escrito de la Dra. Adela
Cortina, quien una vez más brinda su sapiencia y finura analítica abordando un
tema tan actual e interesante como el “odio”, en el sentido en el que la autora
lo considera, ya que, de una u otra manera, “odio” entrañan los desprecios, la
animadversión hacia grupos concretos, la ofensa, el insulto y tantas y tantas
formas lesivas y rechazables de nuestra sociedad actual.
Viene
todo ello a cuento de la situación que actualmente estamos soportando,
atónitos, en esta España nuestra, en la que el insulto se ha convertido en
medio fácil y barato (si no gratuito, según bastantes tribunales) de lastimar y
lacerar a los otros, sean oponentes, “enemigos”, adversarios, o en cualquier
caso no gusten al autor del atentado.
Basta
contemplar el lamentable espectáculo que cada vez con más asiduidad nos brindan
en el parlamento español las “aguerridas” (por lo de guerra) huestes de un “P(j)odemos”
que es una mezcla de marxismo-leninismo trotskista y de benefactores de la
humanidad (cual “hermanitas” de la caridad), cuyas gentes utilizan la santidad
de la tribuna parlamentaria
para ofender e insultar a otras formaciones, sin ni
siquiera paliar su nefanda actuación mediante expresiones correctas, ya que
vienen utilizando el más vulgar y barriobajero de los lenguajes. O, si se
quiere otro ejemplo, resulta también irritante y lamentable el espectáculo que
la grey socialista está ofreciendo por vía de uno de sus candidatos a las
elecciones primarias a la secretaría general, ya que este caballerete,
defenestrado por sus compañeros ante el cúmulo de extremismos y destarifos en
que incurría, se dedica a predicar cual martillo de herejes contra el resto del
partido, sembrando una imagen de ruptura y división, y todo ello por una indisimulable ansia
personal de poder. O, en otro caso, las querellas internas de los propios miembros
del partido en el gobierno de nuestra nación, que disimulan zancadillas cada minuto. O, por tener otra muestra, esos chicos imberbes en la política que son
los llamados
“ciudadanos”, los "naranjitos", que en sus
actuaciones políticas ponen “una vela a Dios y otra al diablo”, apoyando
en unos parajes a la derecha y en otros a la izquierda, promoviendo situaciones
absurdas y poco éticas. Y viviendo de la doblez y de la indefinición.
En
fin, que de una u otra manera, el “odio” nos viene invadiendo cual magma
volcánico, en una sociedad en la que ya casi no es noticia el maltrato (y
muerte en varias ocasiones) a la mujer, ni el acoso entre escolares, ni las
agresiones entre menores, ni tantas y tantas cosas…
Es
que en nuestra sociedad está fallando la ética, la que tanto y tan bien proclama,
predica y enseña la Dra. Cortina, en sus múltiples y feraces actividades, para
que en este mundo nuestro, en esta España nuestra, se regenere el respeto
mutuo, la educación en la convivencia, el respeto entre sexos y clases. En una
palabra, se retorne a la “urbanidad cívica”, cada vez más ausente.
“Cuando
odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros” Hermann Hesse
(1877-1962) Escritor suizo, de origen alemán.
SALVADOR
DE PEDRO BUENDÍA
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