“El gran error de marginar al PP
Por primera vez en la historia democrática española,
el Parlamento ha sido incapaz de investir a un presidente del Gobierno y, en
consecuencia, salvo sorpresa de última hora, el próximo dos de mayo se procederá a la automática disolución de las
Cámaras y a la convocatoria de elecciones. Los partidos políticos
transfieren a los ciudadanos la responsabilidad de deshacer un bloqueo
institucional que tiene, es preciso recordarlo, su causa última en el rechazo
del principal partido de la izquierda española, el PSOE, a reconocer la
victoria electoral del Partido Popular, en una inaudita maniobra de
deslegitimación del adversario que no sólo suponía romper los acuerdos básicos
de la Transición, sino que estaba condenada al fracaso. Sólo desde esta
perspectiva cabe explicar la estrategia políticamente estéril con la que se ha
conducido el secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, a lo largo
de los últimos cuatro meses, con el agravante, nada menor, de haber solicitado
a Su Majestad que propusiera su investidura pese a que, era sabido, no podía
contar con los votos suficientes, una vez que el Comité Federal de su partido
le había vetado cualquier posibilidad de acuerdo con los populares, pero
también con aquellas formaciones que pusieran en cuestión el modelo territorial
recogido en la Constitución. En esas circunstancias, la pretensión
de Pedro Sánchez tomaba tintes temerarios y así se le hizo llegar desde todos los sectores del arco parlamentario. Que ayer reconociera a Su Majestad que no podía afrontar una nueva sesión de investidura era, simplemente, la tardía constatación de los hechos. Pedro Sánchez, que ayer aprovechó la rueda de prensa posterior a la audiencia con Su Majestad para marcar las líneas de su próxima campaña electoral, trata de excusar su fracaso histórico –es el primer candidato a una investidura que no consigue su propósito– en una supuesta pinza de bloqueo entre el Partido Popular y Podemos, en la que, sin embargo, no es fácil encontrar intereses comunes. Muy al contrario, ha sido el Partido Socialista quien se ha colocado en una posición imposible y, de paso, ha impedido cualquier salida razonable al «impasse» institucional. Porque desde el primer momento, desde el mismo día 21 de diciembre, ya con los resultados de las urnas en la mano, era evidente que sólo cabían dos opciones de pacto con posibilidad de gobierno: el gran acuerdo de Estado que ofrecía el vencedor de las elecciones, Mariano Rajoy, y la coalición de izquierda radical que le propuso Podemos, para la que era imprescindible contar con el concurso de las formaciones independentistas. Ciertamente, Pablo Iglesias reclamaba el legítimo reparto del Poder Ejecutivo entre dos socios a los que sólo separaban 500.000 votos, oferta con toda la lógica política que el PSOE, sin embargo, nunca ha estado dispuesto a aceptar, pues sería tanto como reconocer el estrecho margen por el que se mantiene como primer partido de la izquierda. En este sentido, que Pablo Iglesias, apoyado en una consulta directa a sus militantes, no haya sucumbido al habitual señuelo socialista del «todos contra el PP» ha sido, sin duda, una imprevista contrariedad para el candidato socialista, que ayer demostró con sus ataques directos a Iglesias que le está costando digerirla. Todo ello, con independencia de que los presupuestos políticos e ideológicos que separan al Partido Socialista de la izquierda radical que representa Podemos son lo suficientemente divergentes como para salvarlos con el cliché del «cambio». Y esta última reflexión nos lleva directamente a la otra vertiente del error de Sánchez, la que tiene que ver con la decisión de rechazar, sin opción alguna, la oferta que le hizo
llegar Mariano Rajoy –y que
el presidente del Gobierno en funciones todavía mantiene en vigor– , propuesta
que no sólo se incardina en la práctica de las grandes democracias europeas,
sino que, a nuestro juicio, era la salida más razonable a la situación y la que
hubiera permitido abordar desde la fortaleza de una gran mayoría parlamentaria
de consenso constitucional las reformas institucionales que precisa nuestro
país. De hecho, existen entre el Partido Popular y el PSOE suficientes puntos
de confluencia en los asuntos de Estado y en la concepción del modelo económico
y territorial de España como para haber hecho posible el gobierno de
concentración. Por ello, que Pedro Sánchez atribuya a Mariano Rajoy la mayor
responsabilidad en el fracaso de la legislatura y en la repetición de las
elecciones roza el cinismo político. Porque lo que pretendía el secretario
general socialista era, nada
menos, que el vencedor de las elecciones, que le
había sacado cerca de dos millones de votos de ventaja en las urnas, le abriera
gentilmente el camino a La Moncloa por derecho propio y con un programa que
prometía deshacer toda la labor legislativa llevada a cabo por ese mismo
Gobierno. Al final, sólo apelando a la inveterada presunción de superioridad
moral del socialismo español se puede entender la estrategia llevada a cabo por
el PSOE y su secretario general. Porque desde la racionalidad política se hace
imposible. Pretender gobernar con 90 escaños y con las manos atadas a derecha e
izquierda, sin voluntad de pacto, sólo podía llevar hasta donde ahora estamos.
Abocados a repetir suerte.”
de Pedro Sánchez tomaba tintes temerarios y así se le hizo llegar desde todos los sectores del arco parlamentario. Que ayer reconociera a Su Majestad que no podía afrontar una nueva sesión de investidura era, simplemente, la tardía constatación de los hechos. Pedro Sánchez, que ayer aprovechó la rueda de prensa posterior a la audiencia con Su Majestad para marcar las líneas de su próxima campaña electoral, trata de excusar su fracaso histórico –es el primer candidato a una investidura que no consigue su propósito– en una supuesta pinza de bloqueo entre el Partido Popular y Podemos, en la que, sin embargo, no es fácil encontrar intereses comunes. Muy al contrario, ha sido el Partido Socialista quien se ha colocado en una posición imposible y, de paso, ha impedido cualquier salida razonable al «impasse» institucional. Porque desde el primer momento, desde el mismo día 21 de diciembre, ya con los resultados de las urnas en la mano, era evidente que sólo cabían dos opciones de pacto con posibilidad de gobierno: el gran acuerdo de Estado que ofrecía el vencedor de las elecciones, Mariano Rajoy, y la coalición de izquierda radical que le propuso Podemos, para la que era imprescindible contar con el concurso de las formaciones independentistas. Ciertamente, Pablo Iglesias reclamaba el legítimo reparto del Poder Ejecutivo entre dos socios a los que sólo separaban 500.000 votos, oferta con toda la lógica política que el PSOE, sin embargo, nunca ha estado dispuesto a aceptar, pues sería tanto como reconocer el estrecho margen por el que se mantiene como primer partido de la izquierda. En este sentido, que Pablo Iglesias, apoyado en una consulta directa a sus militantes, no haya sucumbido al habitual señuelo socialista del «todos contra el PP» ha sido, sin duda, una imprevista contrariedad para el candidato socialista, que ayer demostró con sus ataques directos a Iglesias que le está costando digerirla. Todo ello, con independencia de que los presupuestos políticos e ideológicos que separan al Partido Socialista de la izquierda radical que representa Podemos son lo suficientemente divergentes como para salvarlos con el cliché del «cambio». Y esta última reflexión nos lleva directamente a la otra vertiente del error de Sánchez, la que tiene que ver con la decisión de rechazar, sin opción alguna, la oferta que le hizo
(De la prensa diaria)
…
“¿Y ahora qué vamos a
votar?
Nos encontramos ante una segunda
vuelta en toda
regla. El 20-D dejó un resultado abierto pero un camino señalado: la gran coalición que deberían haber formado PP y PSOE. Tan sólo la suma de ambos conseguiría una mayoría absoluta el Congreso de los Diputados. Pero, finalmente, no ha podido ser y regresamos a la casilla de salida para volver a tirar los dados.
regla. El 20-D dejó un resultado abierto pero un camino señalado: la gran coalición que deberían haber formado PP y PSOE. Tan sólo la suma de ambos conseguiría una mayoría absoluta el Congreso de los Diputados. Pero, finalmente, no ha podido ser y regresamos a la casilla de salida para volver a tirar los dados.
La mayoría de las encuestas
publicadas hablan de un escenario político semejante al de diciembre de 2015,
pero con algunas diferencias que permitirían que la suma de escaños de PP y
Ciudadanos se acercara o incluso llegara a los 176 diputados que representa la
mayoría absoluta, ambos quedaron el 20-D a tan sólo 13 parlamentarios de
lograrla.
Ante el 26-J cabrá esperar un
descenso en la participación, más por fatiga del electorado que por rechazo al
sistema parlamentario, además es de manual considerar que el voto tenderá a
concentrarse o polarizarse en dos opciones antagónicas. En el centroderecha la
fuerza que más voto atraería debería ser el PP, pues es la única que podría
disputar el gobierno a una fuerza de la izquierda. Obviamente el voto útil
desde la derecha
hasta el centro sería atraído como un imán hacia los populares para reforzar al PP ante lo incierto del resultado final. Pero la duda está en lo que ocurrirá en la izquierda, prácticamente dividida en dos bloques muy igualados entre sí; los socialistas por un lado y toda la galaxia Podemos por otro.
hasta el centro sería atraído como un imán hacia los populares para reforzar al PP ante lo incierto del resultado final. Pero la duda está en lo que ocurrirá en la izquierda, prácticamente dividida en dos bloques muy igualados entre sí; los socialistas por un lado y toda la galaxia Podemos por otro.
Las encuestas de NC Report para
LA RAZÓN de este mes de abril nos revelan un debilitamiento de los socialistas
a favor de los de Iglesias. El PSOE lleva cuatro semanas consecutivas
retrocediendo y Podemos otras tantas subiendo hasta el extremo que a mediados
de abril los morados habían dado ya el «sorpasso» a los socialistas. El
tracking del día 16 confirmaba el adelanto de Podemos al PSOE con el 20,9%
frente al 20,7%. La semana pasada se confirmaba la situación e incluso se
ampliaba la distancia entre ambos con un 21,2% de Podemos frente a un 20,5% del
PSOE.
Pero en el centroderecha español
también empieza a haber movimientos. Durante el presente mes el PP no ha parado
de crecer, pasando del 29,4% al 29,9% en cuatro semanas, mientras que C’s que
tras las elecciones generales se reforzaba, ha empezado a dar signos de
agotamiento, alcanzando su techo a principios de este mes con el 15,5% para
comenzar un lento descenso en la tercera semana y que lo dejó en el 15,2% en la
cuarta semana de abril.
Son señales que nos indican que
podemos estar ante el inicio de la concentración del voto indeciso del
centroderecha en el PP y el de la izquierda en Podemos. Y que confirmaría la
teoría de la polarización electoral en estos dos partidos, relegando a un
segundo plano al PSOE y a Ciudadanos.
Los populares esperan
beneficiarse del voto útil y mejorar sus resultados del 20-D, incluso
compensando la previsible pérdida de votos y escaños de C’s. Su objetivo es
acercarse a los 140 escaños que junto a la treinta larga que obtendrían los de
Rivera aseguran sumar la mayoría absoluta. De hecho, el PP volvería a ser la
primera fuerza política en escaños y votos el 26-J. Es el partido que más
votantes del 20-D retendría, concretamente el 89,7%, frente al 84.2% de
Podemos, el 81,8% del PSOE, el 80,7% de Ciudadanos.
Los socialistas luchan por
obtener entre 82 y 85
escaños, frente a los 90 del 20-D, mientras que Podemos aspira a sumar entre 68 y 71, y C’s pretenden alcanzar de 41 a 46 diputados.
escaños, frente a los 90 del 20-D, mientras que Podemos aspira a sumar entre 68 y 71, y C’s pretenden alcanzar de 41 a 46 diputados.
La otra consecuencia de la
repetición de las elecciones es enfrentarnos a una gran abstención, la mayor de
toda la etapa democrática. De hecho las pérdidas más importantes de votos de
los cuatro grandes partidos es debido a la abstención, que le quita el 12,7%
del electorado a Ciudadanos, el 10,2% al PSOE, el 9,2% a Podemos y el 6.3% al
PP. En total la abstención se incrementaría del 30,6% del 20-D al 35,9% el
26-J, lo que supone un descenso en la participación de 5,4 puntos en seis meses
y alcanzando el mínimo histórico desde 1977.
(Lorente Ferrer, en ”La Razón”,
27/04/2016)
…
Desde las elecciones generales
del pasado 20 de diciembre he procurado no manifestarme demasiado sobre el
esperpento que algunos líderes políticos –más bien proyectos “non natos” de
ello— han brindado al pueblo español.
Parto de la base de que el
“galleguismo” inmovilista del líder del PP ha sido nefasto, al dejar evidente
que vive atenazado por la realidad de la corrupción cada vez más desvelada.
Pero no menos lamentable y
errónea ha venido siendo la trayectoria del de los socialistas, un “chuleta” a
la vez que inepto dirigente, que se ha creído que solamente con decir lo que se
le ocurre, y en su beneficio, ya es el ombligo del mundo e iba a
alcanzar el olimpo de una presidencia del gobierno que ni sabe en qué consiste y que es demasiado para su mucha codicia y su poca capacidad.
alcanzar el olimpo de una presidencia del gobierno que ni sabe en qué consiste y que es demasiado para su mucha codicia y su poca capacidad.
No le anda a la zaga ese proyecto
de “tibieza” llamado Rivera, el de Ciudadanos, que ha demostrado esencialmente
ser “de pueblo”, aliándose en apariencia con unos socialistas que solamente le
podían ofrecer buena propaganda (que de eso saben y mucho), pero olvidando que
el pueblo español, de uno u otro signo, quiere consistencia, verdades,
realidades.
No olvido, ni mucho menos, a los
de “P(j)odemos”, que en verdad son la mayor noticia de esta nueva etapa
política, porque, pese a sus habilidades
dialécticas, siguen manteniendo sus principios ideológicos “neo-estalinistas”, que bendicen cualquier medio con tal de alcanzar el fin del poder y del control gubernamental de la sociedad.
dialécticas, siguen manteniendo sus principios ideológicos “neo-estalinistas”, que bendicen cualquier medio con tal de alcanzar el fin del poder y del control gubernamental de la sociedad.
Esos sí que son auténticos y por
tanto los peligrosos para quienes, como yo mismo, desde luego no somos
iconoclastas ni de izquierda radical.
Así pues, salvo algún “invento”
de última hora por parte de ese conglomerado falsario de los de “Compromís”
(que solamente están comprometidos con su ansia de poder y de dineritos) que
sea cogido al vuelo por el convenenciero de Pedrito (no el “Picapiedra”, sino
el Sánchez), nos vamos a encontrar el próximo 20 de junio ante las urnas.
Y ahí estará la única realidad; y
ahí no valdrán los “cuentos de la lechera” de Sánchez; ni las bonitas palabras
del muchachito Rivera; ni la aparentemente sesuda razón inmovilista del gallego
Rajoy.
Ahí prevalecerá la verdad que
arrojan los votos de los ciudadanos, que ni son tan listos y clarividentes como
los analistas políticos quieren atribuirles, ni son tan “borreguiles” como
algunos otros les tratan.
Son el pueblo, en democracia. Y
lo que resulte de su voto deberá armonizarse para organizar, más bien o más
mal, esta realidad de convivencia que es la España nuestra.
“No preguntemos si estamos
plenamente de acuerdo, sino tan sólo si marchamos por el mismo camino” Goethe (1749-1832) Poeta y dramaturgo
alemán.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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