27 abril 2016

Esta España nuestra: La previsible nueva convocatoria electoral. O cómo las dobleces y mentiras solamente conducen al realismo. ¿A dónde quiere llegar la oposición?

“El gran error de marginar al PP
Por primera vez en la historia democrática española, el Parlamento ha sido incapaz de investir a un presidente del Gobierno y, en consecuencia, salvo sorpresa de última hora, el próximo dos de mayo se procederá a la automática disolución de las Cámaras y a la convocatoria de elecciones. Los partidos políticos transfieren a los ciudadanos la responsabilidad de deshacer un bloqueo institucional que tiene, es preciso recordarlo, su causa última en el rechazo del principal partido de la izquierda española, el PSOE, a reconocer la victoria electoral del Partido Popular, en una inaudita maniobra de deslegitimación del adversario que no sólo suponía romper los acuerdos básicos de la Transición, sino que estaba condenada al fracaso. Sólo desde esta perspectiva cabe explicar la estrategia políticamente estéril con la que se ha conducido el secretario general de los socialistas, Pedro Sánchez, a lo largo de los últimos cuatro meses, con el agravante, nada menor, de haber solicitado a Su Majestad que propusiera su investidura pese a que, era sabido, no podía contar con los votos suficientes, una vez que el Comité Federal de su partido le había vetado cualquier posibilidad de acuerdo con los populares, pero también con aquellas formaciones que pusieran en cuestión el modelo territorial recogido en la Constitución. En esas circunstancias, la pretensión
de Pedro Sánchez tomaba tintes temerarios y así se le hizo llegar desde todos los sectores del arco parlamentario. Que ayer reconociera a Su Majestad que no podía afrontar una nueva sesión de investidura era, simplemente, la tardía constatación de los hechos. Pedro Sánchez, que ayer aprovechó la rueda de prensa posterior a la audiencia con Su Majestad para marcar las líneas de su próxima campaña electoral, trata de excusar su fracaso histórico –es el primer candidato a una investidura que no consigue su propósito– en una supuesta pinza de bloqueo entre el Partido Popular y Podemos, en la que, sin embargo, no es fácil encontrar intereses comunes. Muy al contrario, ha sido el Partido Socialista quien se ha colocado en una posición imposible y, de paso, ha impedido cualquier salida razonable al «impasse» institucional. Porque desde el primer momento, desde el mismo día 21 de diciembre, ya con los resultados de las urnas en la mano, era evidente que sólo cabían dos opciones de pacto con posibilidad de gobierno: el gran acuerdo de Estado que ofrecía el vencedor de las elecciones, Mariano Rajoy, y la coalición de izquierda radical que le propuso Podemos, para la que era imprescindible contar con el concurso de las formaciones independentistas. Ciertamente, Pablo Iglesias reclamaba el legítimo reparto del Poder Ejecutivo entre dos socios a los que sólo separaban 500.000 votos, oferta con toda la lógica política que el PSOE, sin embargo, nunca ha estado dispuesto a aceptar, pues sería tanto como reconocer el estrecho margen por el que se mantiene como primer partido de la izquierda. En este sentido, que Pablo Iglesias, apoyado en una consulta directa a sus militantes, no haya sucumbido al habitual señuelo socialista del «todos contra el PP» ha sido, sin duda, una imprevista contrariedad para el candidato socialista, que ayer demostró con sus ataques directos a Iglesias que le está costando digerirla. Todo ello, con independencia de que los presupuestos políticos e ideológicos que separan al Partido Socialista de la izquierda radical que representa Podemos son lo suficientemente divergentes como para salvarlos con el cliché del «cambio». Y esta última reflexión nos lleva directamente a la otra vertiente del error de Sánchez, la que tiene que ver con la decisión de rechazar, sin opción alguna, la oferta que le hizo
llegar Mariano Rajoy –y que el presidente del Gobierno en funciones todavía mantiene en vigor– , propuesta que no sólo se incardina en la práctica de las grandes democracias europeas, sino que, a nuestro juicio, era la salida más razonable a la situación y la que hubiera permitido abordar desde la fortaleza de una gran mayoría parlamentaria de consenso constitucional las reformas institucionales que precisa nuestro país. De hecho, existen entre el Partido Popular y el PSOE suficientes puntos de confluencia en los asuntos de Estado y en la concepción del modelo económico y territorial de España como para haber hecho posible el gobierno de concentración. Por ello, que Pedro Sánchez atribuya a Mariano Rajoy la mayor responsabilidad en el fracaso de la legislatura y en la repetición de las elecciones roza el cinismo político. Porque lo que pretendía el secretario general socialista era, nada
menos, que el vencedor de las elecciones, que le había sacado cerca de dos millones de votos de ventaja en las urnas, le abriera gentilmente el camino a La Moncloa por derecho propio y con un programa que prometía deshacer toda la labor legislativa llevada a cabo por ese mismo Gobierno. Al final, sólo apelando a la inveterada presunción de superioridad moral del socialismo español se puede entender la estrategia llevada a cabo por el PSOE y su secretario general. Porque desde la racionalidad política se hace imposible. Pretender gobernar con 90 escaños y con las manos atadas a derecha e izquierda, sin voluntad de pacto, sólo podía llevar hasta donde ahora estamos. Abocados a repetir suerte.”
(De la prensa diaria)

“¿Y ahora qué vamos a votar?
Nos encontramos ante una segunda vuelta en toda
regla. El 20-D dejó un resultado abierto pero un camino señalado: la gran coalición que deberían haber formado PP y PSOE. Tan sólo la suma de ambos conseguiría una mayoría absoluta el Congreso de los Diputados. Pero, finalmente, no ha podido ser y regresamos a la casilla de salida para volver a tirar los dados.
La mayoría de las encuestas publicadas hablan de un escenario político semejante al de diciembre de 2015, pero con algunas diferencias que permitirían que la suma de escaños de PP y Ciudadanos se acercara o incluso llegara a los 176 diputados que representa la mayoría absoluta, ambos quedaron el 20-D a tan sólo 13 parlamentarios de lograrla.
Ante el 26-J cabrá esperar un descenso en la participación, más por fatiga del electorado que por rechazo al sistema parlamentario, además es de manual considerar que el voto tenderá a concentrarse o polarizarse en dos opciones antagónicas. En el centroderecha la fuerza que más voto atraería debería ser el PP, pues es la única que podría disputar el gobierno a una fuerza de la izquierda. Obviamente el voto útil desde la derecha
hasta el centro sería atraído como un imán hacia los populares para reforzar al PP ante lo incierto del resultado final. Pero la duda está en lo que ocurrirá en la izquierda, prácticamente dividida en dos bloques muy igualados entre sí; los socialistas por un lado y toda la galaxia Podemos por otro.
Las encuestas de NC Report para LA RAZÓN de este mes de abril nos revelan un debilitamiento de los socialistas a favor de los de Iglesias. El PSOE lleva cuatro semanas consecutivas retrocediendo y Podemos otras tantas subiendo hasta el extremo que a mediados de abril los morados habían dado ya el «sorpasso» a los socialistas. El tracking del día 16 confirmaba el adelanto de Podemos al PSOE con el 20,9% frente al 20,7%. La semana pasada se confirmaba la situación e incluso se ampliaba la distancia entre ambos con un 21,2% de Podemos frente a un 20,5% del PSOE.
Pero en el centroderecha español también empieza a haber movimientos. Durante el presente mes el PP no ha parado de crecer, pasando del 29,4% al 29,9% en cuatro semanas, mientras que C’s que tras las elecciones generales se reforzaba, ha empezado a dar signos de agotamiento, alcanzando su techo a principios de este mes con el 15,5% para comenzar un lento descenso en la tercera semana y que lo dejó en el 15,2% en la cuarta semana de abril.
Son señales que nos indican que podemos estar ante el inicio de la concentración del voto indeciso del centroderecha en el PP y el de la izquierda en Podemos. Y que confirmaría la teoría de la polarización electoral en estos dos partidos, relegando a un segundo plano al PSOE y a Ciudadanos.
Los populares esperan beneficiarse del voto útil y mejorar sus resultados del 20-D, incluso compensando la previsible pérdida de votos y escaños de C’s. Su objetivo es acercarse a los 140 escaños que junto a la treinta larga que obtendrían los de Rivera aseguran sumar la mayoría absoluta. De hecho, el PP volvería a ser la primera fuerza política en escaños y votos el 26-J. Es el partido que más votantes del 20-D retendría, concretamente el 89,7%, frente al 84.2% de Podemos, el 81,8% del PSOE, el 80,7% de Ciudadanos.
Los socialistas luchan por obtener entre 82 y 85
escaños, frente a los 90 del 20-D, mientras que Podemos aspira a sumar entre 68 y 71, y C’s pretenden alcanzar de 41 a 46 diputados.
La otra consecuencia de la repetición de las elecciones es enfrentarnos a una gran abstención, la mayor de toda la etapa democrática. De hecho las pérdidas más importantes de votos de los cuatro grandes partidos es debido a la abstención, que le quita el 12,7% del electorado a Ciudadanos, el 10,2% al PSOE, el 9,2% a Podemos y el 6.3% al PP. En total la abstención se incrementaría del 30,6% del 20-D al 35,9% el 26-J, lo que supone un descenso en la participación de 5,4 puntos en seis meses y alcanzando el mínimo histórico desde 1977.
(Lorente Ferrer, en ”La Razón”, 27/04/2016)

Desde las elecciones generales del pasado 20 de diciembre he procurado no manifestarme demasiado sobre el esperpento que algunos líderes políticos –más bien proyectos “non natos” de ello— han brindado al pueblo español.
Parto de la base de que el “galleguismo” inmovilista del líder del PP ha sido nefasto, al dejar evidente que vive atenazado por la realidad de la corrupción cada vez más desvelada.
Pero no menos lamentable y errónea ha venido siendo la trayectoria del de los socialistas, un “chuleta” a la vez que inepto dirigente, que se ha creído que solamente con decir lo que se le ocurre, y en su beneficio, ya es el ombligo del mundo e iba a
alcanzar el olimpo de una presidencia del gobierno que ni sabe en qué consiste y que es demasiado para su mucha codicia y su poca capacidad.
No le anda a la zaga ese proyecto de “tibieza” llamado Rivera, el de Ciudadanos, que ha demostrado esencialmente ser “de pueblo”, aliándose en apariencia con unos socialistas que solamente le podían ofrecer buena propaganda (que de eso saben y mucho), pero olvidando que el pueblo español, de uno u otro signo, quiere consistencia, verdades, realidades.
No olvido, ni mucho menos, a los de “P(j)odemos”, que en verdad son la mayor noticia de esta nueva etapa política, porque, pese a sus habilidades
dialécticas, siguen manteniendo sus principios ideológicos “neo-estalinistas”, que bendicen cualquier medio con tal de alcanzar el fin del poder y del control gubernamental de la sociedad.
Esos sí que son auténticos y por tanto los peligrosos para quienes, como yo mismo, desde luego no somos iconoclastas ni de izquierda radical.
Así pues, salvo algún “invento” de última hora por parte de ese conglomerado falsario de los de “Compromís” (que solamente están comprometidos con su ansia de poder y de dineritos) que sea cogido al vuelo por el convenenciero de Pedrito (no el “Picapiedra”, sino el Sánchez), nos vamos a encontrar el próximo 20 de junio ante las urnas.
Y ahí estará la única realidad; y ahí no valdrán los “cuentos de la lechera” de Sánchez; ni las bonitas palabras del muchachito Rivera; ni la aparentemente sesuda razón inmovilista del gallego Rajoy.
Ahí prevalecerá la verdad que arrojan los votos de los ciudadanos, que ni son tan listos y clarividentes como los analistas políticos quieren atribuirles, ni son tan “borreguiles” como algunos otros les tratan.
Son el pueblo, en democracia. Y lo que resulte de su voto deberá armonizarse para organizar, más bien o más mal, esta realidad de convivencia que es la España nuestra.
“No preguntemos si estamos plenamente de acuerdo, sino tan sólo si marchamos por el mismo camino” Goethe (1749-1832) Poeta y dramaturgo alemán.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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