“No se puede subir al Everest con alpargatas”, dijo ayer, tan
suelto de pico como de costumbre, tan aficionado a las metáforas, el presidente
en funciones de la Generalidad, y a fe que no cabe definición más ajustada para
el proyecto independentista que este mesías de mentón enhiesto y cara de
cemento armado pretende con la anuencia del 47,6% del voto escrutado el pasado
27-S, un tercio del censo electoral catalán o menos de 2 de los 7,6 millones de
habitantes que pueblan Cataluña. La montaña del famoso prusés parió ayer un
nuevo y divertido ratón con el nombramiento de uno que pasaba por allí, un tal
Puigdemont, un salchichón convergente dispuesto a gozar de su minuto de gloria
como nuevo presidente de la Generalidad por unos meses, más menos hasta que el
amo de la cosa, ese virrey catalán que es don Arturo, le ordene de nuevo la
vuelta a casa, en un perentorio “lárgate de ahí, que vuelvo a ponerme yo” al
frente del negocio. El pequeño Putin catalán ha encontrado a su Medvédev. Basta
ver cómo el susodicho, alcalde de Gerona, agradecía anoche el gesto de un Mas a
quien está dispuesto a servir fielmente en la sombra o a plena luz del día, lo
que sea menester, porque quien va a seguir mandando es Mas, quien va a seguir
manipulando al muñeco, tipo Romeva, que los convergentes sacaron ayer del
desván es Mas, que el chico, un periodista subvencionado de los muchos que
pueblan Cataluña, no pasa de ser un empleado del capo di tutti capi.
Es verdad que el
heredero de Pujol ha tenido que aceptar la derrota, tremenda humillación para
su orgullo desmedido
Es imposible encontrar en el panorama europeo un personaje a
quien sus fieles se entreguen en pleitesía comparable a la que el independentismo
catalán rinde a Mas. Un culto a la personalidad, propio de régimen totalitario,
equiparable al que Serbia dedicó en su día a Milošević, o la antigua URSS al
siniestro Iósif Vissariónovich, alias Stalin. Es la identificación de Cataluña
con Mas del imaginario nacionalista. Es el “Gràcies, president, per liderar i
per perseverar” de Carles Puigdemont. Servilismo inaudito. Es verdad que el
heredero de Pujol ha tenido que aceptar la derrota, tremenda humillación para
su orgullo desmedido, que le ha impuesto la CUP al tener que hacerse a un lado,
pero el sacrificio se antoja menor por lo dicho arriba y aún podría calificarse
de mínimo ante la perspectiva de un adelanto electoral que hubiera resultado
catastrófico para Convergencia o como ahora se llame, y naturalmente para su
propio historial como padre de la patria catalana, un papel que hubiera sido
arrastrado por el vendaval de ese Frente Popular de extrema izquierda que se
dibuja en Cataluña a las órdenes de la maga Colau. La burguesía nacionalista
evita, pues, in extremis unas elecciones en las que tenía todo que perder. No
es mala jugada. Y no es menos patético el papelón de estas famosas, temibles,
inmarcesibles CUP, a quien papá Doc acaba de administrar un tamayazo en toda
regla, porque tampoco hay precedente en la UE para una operación en la que el
Duvalier catalán tranquilamente birla dos diputados a un grupo parlamentario
cualquiera y los mete, los absorbe, en el suyo propio porque así conviene a sus
intereses.
Un partido que ha obtenido apenas el 13% de los votos
catalanes el 20D ostenta, cabría decir detenta, un poder casi omnímodo en la
región, ocupando la presidencia, la consellería en cap, la totalidad del
Gobierno y la mayoría del Parlamento. Grande Mas. Enorme Mas. Y todo para
seguir escalando el Everest con alpargatas, para que, inhiesto el mentón
desafiando la Historia, pueda seguir jugando el bonito juego de las “naciones”
de la señorita Pepis cuando lo suyo son los negocios, lo que ha hecho muy bien
durante 40 años en Barcelona y en Madrid son los negocios, y ello gracias a esa
eficaz gestoría que fue CiU en la capital del reino. Digamos enseguida que lo
sucedido ayer no es malo para quienes apuestan por la idea de una España unida
y democrática, sometida al imperio de una ley igual para todos. Puede que
alguno se escandalice y piense que se trata de una simple boutade, pero, a mi
modesto entender, las CUP han hecho a España un favor impidiendo que encallara
el prusés y evitando ese Frente Popular que amenazaba con hacerse en Cataluña
con los destrozos de una burguesía desnortada. El prusés debe continuar. Es el
cuanto peor, mejor. Con la ley en la mano, España debe aceptar de una vez por
todas el choque de trenes que desde hace cuatro años viene proponiendo Mas y su
tropa. Es el momento de poner las cartas sobre la mesa. En el supuesto, claro
está, de que al otro lado del Ebro haya jugadores con sapiencia y determinación
bastante, también con algo de lo que hay que tener, como para aceptar ese reto.
Lo ocurrido ayer en Barcelona cambia de forma dramática el
horizonte de cosas que se venían diciendo y escribiendo en la España
empantanada por unos resultados electorales imposibles de digerir por tirios y
troyanos. Ahora sí que ya no vale jugar a los soldaditos de plomo. No valen los
fatuos ejercicios de poder personal a los que Mariano y Pedro nos tienen
acostumbrados. Particularmente importantes son los destrozos que lo ocurrido
ayer va a provocar en la estrategia de pactos de Pedro Sánchez. Ahora más que
nunca parece obligado acabar con la guerra civil que de forma solapada se viene
librando en el socialismo español entre quienes piensan en soluciones de corte
socialdemócrata para los problemas del país, y los que se inclinan por fórmulas
mucho más radicales que incluyen pactos con la izquierda populista y
antisistema. Es casi un estado de naturaleza en el PSOE. Salvadas todas las
distancias, es la eterna vieja lucha entre reformismo y revolución. Fue el
encontronazo de los años treinta del siglo pasado entre los reformistas de
Prieto y Besteiro y los prosoviéticos de Largo Caballero. “Largo era la
izquierda radical y pedía reformas más profundas; Prieto era un socialdemócrata
que quería reformar desde dentro”, resume la hispanista británica Helen Graham
(“El PSOE en la Guerra Civil”, Ed. Debate), para quien el socialista fue un
partido dividido durante toda la guerra civil. Casi como ahora.
Ni Susana es Prieto ni Sánchez es Caballero. Ni contigo ni
sin ti tienen mis males remedio. La tentación de viraje a babor por parte de un
joven dirigente que ha perdido 20 escaños estando en la oposición y que siente
en el cogote el aliento de una bestia que le pisa los talones y le roba los
votos es comprensible. Ocurre que la base electoral del PSOE, en parte culpa de
la crisis y en parte por la atracción del coletas, hace tiempo que abandonó el
centro político para instalarse en la izquierda pura y dura, y una parte ha
dado ya el salto a Podemos. Es una razón de peso que esgrime Sánchez a la hora
de considerar como un suicidio cualquier tipo de alianza, siquiera
circunstancial, con el PP de Mariano Rajoy. Pretender, sin embargo, formar
Gobierno con todo lo que hay a su izquierda se antoja más locura que quimera,
teniendo en cuenta que el objetivo de Pablo Iglesias no es salvar el culo de
Sánchez sino zamparse al PSOE de un gran e histórico bocado. Ahí es nada. Y
mientras tanto, el bello Pedro se afana en poner diques de contención a la
marea de los barones que pretenden cortarle la cabeza porque le consideran un
pobre cartel electoral. Toda su aspiración se resume en seguir siendo jefe de
la oposición y candidato del partido a las eventuales generales de mayo. Y,
naturalmente, retrasando con todo tipo de artimañas la celebración del Congreso
del partido.
Y Mariano a lo suyo, calladito cual novicia asustada en
espera del resultado del conflicto interno que sacude al socialismo. Como el
viernes contaba aquí Federico Castaño, el presidente en funciones se dispone a
lanzar al PSOE en su discurso de investidura una oferta de acuerdo de Gobierno
casi imposible de aceptar por parte de Sánchez, entre otras cosas porque todo
su programa electoral se basa en desmontar lo hecho, bien o mal, por el PP
durante los últimos cuatro años. Todo eso era válido hasta ayer mismo. Hoy,
cuando la unidad de España se encuentra seriamente amenazada por una minoría
que pretende quedarse con el santo y la limosna en Cataluña, ni uno ni otro
pueden seguir anteponiendo sus intereses personales y de partido a los
generales de la nación. He aquí una nueva línea estratégica para el líder del
PSOE: exigir la retirada de Rajoy a su registro de Santa Pola para cerrar un
acuerdo de Gobierno con el PP. Un gesto de patriotismo por parte de Mariano
echándose a un lado y dando paso a otro candidato a la presidencia podría
ayudar a
vencer la obstinada negativa de Sánchez, y sin duda pondría las cosas mucho más difíciles a los largocaballeristas del PSOE, además de aumentar las posibilidades electorales del PP si al final resultara inevitable, los dioses no lo quieran, acudir a esa segunda vuelta electoral.
vencer la obstinada negativa de Sánchez, y sin duda pondría las cosas mucho más difíciles a los largocaballeristas del PSOE, además de aumentar las posibilidades electorales del PP si al final resultara inevitable, los dioses no lo quieran, acudir a esa segunda vuelta electoral.
Nada permite
aventurar que de la nueva consulta fuera a surgir un panorama distinto del que
ahora tenemos
Mariano no puede seguir a lo
suyo, que no es otra cosa que contribuir en lo que pueda al descrédito de
Sánchez para, a la altura de mayo florido, poder presentarse de nuevo ante los
electores como el garante del orden frente a la amenaza de caos del coletas y
sus Podemos. Yo o el diluvio. Eso, a estas alturas, no pasa de ser política de
alcantarilla. Algún ministro del Gobierno especula estos días con que,
siguiendo la lógica de este discurso, el PP podría irse hasta los 135 diputados
(se supone que a costa de Ciudadanos), mientras los Pablemos podrían escalar
hasta los 90, relegando al PSOE a tercera fuerza con unos 70 y con C’s recluido
en los 25/30, en cuyo caso la gran coalición a tres bandas sería una realidad
incuestionable a la que nada podría objetar un Sánchez caído en acto de
servicio. Todo política de salón, juegos malabares, verdura de las eras, porque
nada permite aventurar que de la nueva consulta fuera a surgir un panorama
distinto del que ahora tenemos, y bien pudiera ser que, seis meses después del
20D, los españoles se encontraran el próximo junio tan empantanados como ahora,
pero más frustrados, después de haber malgastado tiempo y dinero. Con la
rebelión del nacionalismo catalán en todo su apogeo.
Afirmar Cataluña y
sanear la democracia
Más que nunca urge el acuerdo entre los dos grandes
partidos, cuyos líderes, incapaces de gestionar los resultados electorales del
20D, podrían caer en una grave irresponsabilidad en caso de prestar oídos
sordos al sentir mayoritario de la ciudadanía. Razones políticas lo reclaman y
económicas también. Aunque la confianza de los consumidores aún no ha dado
muestras de resentirse, no hace falta ser adivino para predecir el parón
económico que nos espera en caso de anunciarse nuevas generales. Imposible imaginar
a un gestor tomando una decisión de inversión importante en tanto en cuanto no
se despejen las incógnitas actuales. Un permanente wait and see. A pesar del
influjo beneficioso que siguen ejerciendo los precios del crudo y la política
monetaria expansiva del BCE, hay quien opina que, desde el punto de vista
económico, 2016 va a ser un año perdido. La desaceleración se empezará a notar
en el primer trimestre del año y será mucho más acusada en el segundo. Los más
pesimistas hablan de un PIB que podría quedar reducido al 1,5% para este
ejercicio, a pesar de haber cerrado el año a un ritmo del 3,2%. La mitad o
menos. Urge hacer frente con la determinación que merece al desafío planteado
por Artur Mas y los suyos y, en la misma tacada, abordar de una vez por todas
el saneamiento integral de este país cuarteado por la corrupción, una
corrupción que esta semana alcanzará su máxima expresión con una hija y hermana
de rey sentada en el banquillo de los acusados."
(De “Voz populi”, 09/01/2016)
…
Aquello que popularizó el descarado y sin embargo
inigualable periodista José María García, la frase de que “hasta el rabo todo
es toro”, ha vuelto a ser de rabiosa realidad ante los apresurados y casi
agónicos acontecimientos en Cataluña, para “salvar” a los del partido de Artur
Mas y a sus paranoicos independentistas.
Ahí es nada que a punto de sonar el “gong” para la nueva
convocatoria de elecciones autonómicas, se haya “parido” el cierre en falso de
esa crisis que en Cataluña no ha hecho más que continuar.
Tan es así que a las cinco de la tarde del domingo día 10,
se convoca pleno para la investidura del “valido” Puigdemont, con el tiempo
justo para que se
produzca antes de medianoche, porque ese minuto determinaría fatalmente la nueva convocatoria de elecciones.
produzca antes de medianoche, porque ese minuto determinaría fatalmente la nueva convocatoria de elecciones.
Ha tenido que ser en el último suspiro cuando el Mas (que es
“menos”) se haya visto forzado a retirarse, aunque como siempre “perdonando la
vida” a todo el mundo. Y ese retardo sin motivo, ese empecinamiento en que el
círculo de la lógica política se convirtiera en cuadrado, ha destrozado la vida
política catalana y quién sabe si no lo ha hecho también con el panorama
político español.
Convergencia, el partido de Mas, ha quedado convertido en un
solar, sin poder ni credibilidad, necesitando apoyarse (ni más ni menos) que en
un grupo ácrata, anti-sistema e iconoclasta por definición, como la CUP, que asimismo
resulta resquebrajado por esos malsanos equilibrios de que, negándose a
cualquier colaboración con los llamados “conservadores”, les ceda ahora el apoyo
de seis de sus diez escaños y simule su crisis interna mediante la renuncia de dos de
sus componentes.
Farsa, pura farsa.
Mentira, pura mentira.
Mentira, pura mentira.
Desastre para Cataluña, que ya veremos cómo encara su futuro
en medio de la ruina económica, mientras se sigue columpiando en la utopía
independentista.
Y hay más.
Lo de Cataluña va a trascender a España, porque el PP en el
poder va a estar obligado a tomar posturas definidas, dejando la ambivalencia “a
la gallega” de Rajoy; y el PSOE, sus líderes Sánchez y Díaz, habrán de
definirse por salvaguardar la unidad de España o por embarcarse en pactos
contra natura con todos los separatistas e independentistas.
Se avecina en fin un buen cisco, que volverá a mostrarnos
las más auténticas esencias de la España faldicorta y zaragata que la clase
política ha vuelto a recrear, dejando al pueblo fiel, a la ciudadanía, entre estupefacta
y harta, porque tanto juego malabar (sucio además) solamente lleva al hastío.
Artur Mas parece que ha fenecido para la política.
Ahora falta conocer qué otros líderes se ahogan en las aguas
turbulentas que provoca su caída.
Yo mucho me temo que acabaremos como predijo la castiza frase del
borracho ante los avatares políticos del siglo XIX:
¡AL FINAL NOS SUBIRÁN EL VINO!
¡AL FINAL NOS SUBIRÁN EL VINO!
"Un fracasado es un hombre que ha cometido un error, pero que no es capaz de convertirlo en experiencia".- Elbert Hubbard (1856-1915) Ensayista estadounidense.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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