Debáltsevo, la Grozni de Ucrania .- La estratégica ciudad del este del país, reconquistada por los prorrusos, intenta recobrar el pulso tras un asedio devastador
Pilar Bonet Debáltsevo
2 MAR 2015
En el centro de Debáltsevo, decenas
de personas rodean una mesa de jardín, sobre la cual sus teléfonos móviles son
alimentados por una maraña de cables y enchufes desde un transformador vecino.
Con los pies en el fango, los propietarios de los teléfonos, exhaustos y desaliñados,
esperan a completar la recarga para regresar a sus casas sin electricidad, sin
agua, sin calefacción ni cristales y a menudo sin techo.
Esta es la realidad cotidiana de
Debáltsevo, según se apreciaba el viernes en una visita a la localidad ferroviaria
que los insurgentes prorrusos acabaron de conquistar el 18 de febrero. En
teoría, desde el 15 estaba vigente el alto el fuego acordado en Minsk (Bielorrusia). Las
fuerzas leales a Ucrania dominaron Debáltsevo desde la huida de las milicias
prorusas en la segunda mitad de julio. Pero los secesionistas culminaron con éxito el asedio iniciado el 19
de enero y vuelven a controlar el centro ferroviario.
En el
cerco de Debáltsevo, Ucrania ha sufrido un gran revés: 2.971 soldados
escaparon; 128 fueron heridos; 107, capturados, 19 desaparecieron y 18
murieron, según datos de Kiev del 23 de febrero. “Esto es una verdadera guerra
y aún hay cuerpos en los bosques”, cuenta Víctor Goncharov, un coronel jubilado
que en 1968 participó en la invasión soviética de Checoslovaquia. “Esto ha sido
mucho peor. Me dan pena estos jóvenes que luchan en uno y otro
lado”, afirma.
El paisaje en ruinas de Debáltsevo
recuerda a Grozni en 1996, durante la guerra de Chechenia, y supera a
Tsjinvali, la capital de Osetia del Sur, tras la guerra ruso-georgiana de 2008. Edificios
desplomados, reventados, acribillados, quemados, hierros retorcidos, cristales
hechos añicos y escombros por doquier. Es muy probable que bajo las ruinas aún
haya cadáveres, señala un médico.
“Estábamos atrapados. Disparaban de
todos los lados”, afirma Goncharov, que pasó un mes en el sótano y, ahora,
ayudado por su mujer, parchea lo que queda de su casa. Los Goncharov viven en
la calle Krásnaya y junto con los vecinos, abrieron boquetes entre huerto y
huerto para formar un corredor de emergencia. El matrimonio no quiere cobijarse
con los hijos residentes en Kiev. “Nos quitarían lo poco que tenemos aquí.
Robaban los de antes y roban los de ahora”, afirma Víctor, mientras en las
cercanías los artificieros hacen explotar las minas abandonadas.
Los insurgentes, que en julio no pudieron
retener la ciudad, han vuelto mejor equipados y en una operación coordinada
entre las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL), explican unos
jóvenes que dicen haberse escondido mientras el pueblo estuvo bajo la
administración de Kiev.
En Debáltsevo, antes de la guerra,
residían 25.000 personas, que en su mayoría fueron evacuadas. Ahora, los
habitantes salen de los escondrijos donde se han refugiado y otros regresan
poco a poco.
“Hacemos visitas a domicilio y todavía hay gente traumatizada que
teme abrirnos”, afirma el doctor Maurice Negre, de Médicos Sin Fronteras (MSF),
que llegó con su equipo el 21 de febrero. En la ciudad, calcula, debe de haber
unas 5.000 personas y su número aumenta.
De Donetsk a Debáltsevo hay 75
kilómetros, pero, por seguridad, los civiles prefieren una ruta de casi 170.
Por el camino, desfila una caravana de vehículos procedente de la frontera con
Rusia, con cerca de 60 camiones marcados con la inscripción Ayuda Humanitaria
de la Federación Rusa y 21 cisternas de crudo. En la zona secesionista la
gasolina escasea y la que hay sube de precio a ojos vistas.
Las restricciones al transporte
desde el territorio controlado por Kiev revalorizan la frontera rusa y la
importancia del tren para los insurgentes. En vez de camiones que saltan sobre
la carretera deformada por las bombas y cisternas de 20 toneladas de capacidad
media, el tren puede traer contenedores de gran capacidad. A unos 10 kilómetros
de Debáltsevo, atravesamos lo que queda de un puente, debajo del cual se extiende
la vía del tren, en parte dañada. Los insurgentes no han restablecido aún el
transporte ferroviario con Rusia.
En los accesos a Debáltsevo aún hay
huellas de los combates: tanques carbonizados, restos de municiones, ropa
militar e incluso un ligero olor a materia orgánica en descomposición. Ante el
local de reparto de ayuda humanitaria los civiles forman una larga cola para
recibir comida, agua, pan, prendas de abrigo y otros objetos básicos. Se
repartían mantas y velas. Entre las cajas marcadas con las siglas de Unicef y
Cruz Roja Internacional deambula una mujer en traje de camuflaje. Dice llamarse
Zhana y haber venido desde Kiev a luchar del lado de los insurgentes. “Mi hijo
que es estudiante cree que estoy aquí de enfermera”, afirma, mientras recoge
comida para sus soldados “en primera línea del frente”.
Un grupo de chicos preguntan si es
verdad que el jefe del Gobierno ruso, Dmitri Medvédev, prometió financiar la
reconstrucción de Debáltsevo. Los jóvenes critican a Kiev y a sus
representantes y se crispan cuando Tatiana, empleada en una empresa de los
ferrocarriles afirma que, con la llegada de los insurgentes, “han desaparecido
nuestros ordenadores”.
Entre los uniformados que circulan
por Debáltsevo están los cosacos. Uno de ellos, que se presenta como Nikolái
Pashkovski, dice que entre sus misiones está el detectar la presencia de
“agentes de Ucrania” vestidos de paisano.
La clínica de Debáltsevo tiene los
cristales rotos, pero su reconstrucción ha comenzado. El médico jefe Valeri
Lutsenko admite que durante estos meses el personal sanitario ayudó a dos
milicianos heridos a huir a Rusia. Otros dos milicianos fueron detenidos por
los ucranios al recibir el alta. Ahora, uno de ellos ha vuelto “vivo, pero con
una herida sin cicatrizar”. Del otro, no saben nada. “Esto es una guerra
civil”, dice el doctor.
(De “El País”)
…
Impresionante.
Impresionante como todas las
crónicas desde la zona de guerra en el este de Ucrania.
A la destrucción casi absoluta se ha
unido la ruptura casi total de los vínculos convivenciales con la población que
ha quedado en lo que ahora se llama “Ucrania”, ya que el resto son las dos
regiones en conflicto, denominadas por los líderes de la secesión como “Nueva
Rusia”.
Y es que no podemos olvidar que el
odio genera odio; la guerra genera más guerra; el extremismo produce mayor
extremismo.
Recuerdo mis visitas a la región de
Donbass, capital Donetsk, en la que se hallaba una importante actividad
industrial y negocial, de gentes con perfil moderno y “europeo”, con industria
próspera y buena actividad económica.
La ciudad de Mariúpol, por ahora
retenida por el ejército regular ucraniano, se presentaba activa y bella, a las
orillas de mar de Azov,
con edificios singulares y signos de prosperidad como
la abundante construcción y la frenética actividad callejera.
Lugansk, mientras tanto, era la zona
minera por excelencia, mucho más atrasada, especialmente porque las explotaciones
mineras era obsoletas, pero con mucho trabajo de extracción, amén de la
implantación de importantes complejos fabriles.
Actualmente, ya lo relata con pelos
y señales la crónica transcrita, todo es “campo de soledad, mustio collado”,
que diría el clásico español, y la destrucción, los recuerdos de la sangre
vertida, los restos bélicos son la muestra del desgarramiento social y cívico
que se ha producido.
No voy en este momento a volver a
los argumentos de la Rusia absolutista y predominante, sino simplemente hacer
un a modo de elegía o endecha, por lo que fue una bella zona de un bello país y
que hoy solamente alberga campos de muerte y desolación.
Cierto que la población de Ucrania
es muy sufrida, porque ha tenido que soportar invasiones de toda clase y
tiranías inenarrables, como la
Holomodor que impuso Stalin, o la destrucción
nazi. Pero ahora soporta lo peor: La destrucción sin sentido de su “alma”, de
su espíritu culto, trabajador, creativo, pacífico.
Y por el norte, en Moscú, no se sabe
por qué (o tal vez se sospecha todo y mucho) la muerte del opositor Nemtsov
pone de manifiesto que el “zar” de Rusia y sus acólitos con ansias
imperialistas están dispuestos a hacer lo que sea para lograr sus propósitos de
ensoñaciones imperialistas.
¡Lloro por ti, Ucrania!
“La guerra vuelve estúpido al vencedor
y rencoroso al vencido”.- Friedrich Nietzsche (1844-1900) Filósofo alemán.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
No hay comentarios:
Publicar un comentario