Dedicado especialmente a los compañeros de las
compañías 4ª y 1ª, de la 1ª Agrupación, de la XXI Promoción (1963/64) de Milicias
Universitarias del campamento de Montejaque -Ronda
Escucha, amigo, este relato que me fue legado por un
compañero que estuvo integrado en las Milicias
Universitarias de la IPS, y que obtuvo su graduación como Oficial de Complemento
en el campamento de Montejaque.
Érase una vez que un alférez del arma de Infantería,
junto con un sargento de su misma promoción, destinados en el acuartelamiento
de Montejaque, en unas lejanas fechas de los años 1.965, fue designado como
Oficial de la guardia de prevención para el último día de estancia campamental;
día de emociones por la despedida de los futuros alféreces en la plaza de armas
y de adiós de los futuros suboficiales, y día de un general “hasta luego” de
todos los compañeros que habían convivido los últimos tres meses.
De esta manera, la guardia de la puerta principal de
entrada y salida a y del campamento (la llamada “guardia de prevención”) estaba
resultando muy laboriosa, porque marchaban muchos milicios con maletas y
querían entrar familiares civiles de los militares para recogerles.
Nuestro alférez, y su sargento en la misma guardia,
se esforzaron por mantener el orden en las entradas y salidas, pero no podían
evitar el pequeño caos que la situación estaba produciendo.
De manera imprevista apareció por la guardia el
Teniente Coronel segundo jefe, quien al ver el barullo y desorden que se había
formado, reprendió al Oficial responsable, y a voz en grito le ordenó que se
considerase arrestado hasta nueva orden junto con el
sargento.
Sin osar ni siquiera replicar, el alférez se resignó
a no dejar el campamento al término de su servicio de armas, y se sintió
frustrado al ser sancionado por una situación ciertamente incontrolable.
Y así llegó el siguiente día, y a éste le sucedieron
muchos más; el campamento ya había quedado prácticamente desierto, y solamente
se escuchaba a lo lejos a unos soldados de las fuerzas auxiliares recogiendo
material y desmantelando instalaciones.
Pero el Teniente Coronel sancionador no aparecía más,
y el alférez y todos los militares que integraban la guardia no se atrevían a
dejar sus puestos, por lo que, aún con comida escasa, fueron sobrellevando los
días hasta caer en una especie de estupor, fruto del cansancio, de la
desnutrición y del desánimo.
Incluso los fríos invadieron la zona y el grupo,
acobardado, se refugió como pudo en las nada acogedoras instalaciones del
cuerpo de guardia, donde todos quedaron al fin profundamente dormidos.
Al cabo de un tiempo, y de forma repentina, sonó una
voz potente, de mando, de orden, que preguntaba a todos si no se habían
percatado del día y la hora que eran.
El súbito despertar permitió a los soldados,
sargento y alférez de la guardia vislumbrar que era anochecido y que llegaba
una luz como de lejos.
Asomaronse a la puerta del cuerpo de guardia y
vieron llegar desde lo lejos, desde la plaza de armas, un rayo blanco y nítido
que arrancaba de una especie de casamata frente a los edificios del cuerpo de
mando.
Se aproximaron a hurtadillas al lugar, temerosos por
un posible abandono del servicio, y contemplaron que la luz en su origen había
tomado la forma de una estrella de seis puntas y posaba sobre una especie de
cuna con un niño con aspecto de recién nacido, y a su lado cuidándole una joven
y bella mujer, acompañada de un hombre de cierta edad, cabellos bastante
blancos, que les inquirió con voz potente qué querían.
Los visitantes, absortos por el hallazgo, no podían
ni responder, pero ese hombre les dijo: ¡Venid hasta aquí, que el Niño Dios
acaba de
nacer en Montejaque!
Al tiempo sonaban unas cítaras que parecían interpretar
un himno que coreaban unas voces como angelicales.
Cayeron postrados todos ante el Niño, cuando sonó un
estridente toque de corneta interpretando la diana floreada.
¡Era el toque de diana de un día tan singular como
el de la despedida de Montejaque!, que se escuchaba al tiempo en que nuestro
alférez, frotándose los ojos con incredulidad, revertía a la realidad, mientras
el capitán de cuartel presente le espetaba autoritario: ¿Usted alférez quiere
quedarse aquí hasta Navidad, o qué pretende?
La respuesta le surgió espontánea: “No, mi capitán;
que ya he vivido felizmente mi Navidad en Montejaque.”
No se sabe si el capitán de cuartel reaccionó a la
tan sorprendente expresión, ni qué criterio formó acerca del alférez, solo se
sabe lo que
me contó un compañero de la promoción siguiente a la
mía; y por lo que tiene de singular y por lo apropiado para estas fechas
navideñas, así traslado la historia.
¡Ojalá vuestras guardias, servicios y desvelos en
esta vida alcancen la Navidad para siempre!
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
Molt creativa l'aportació del company, que Salvador de Pedro Buendia -alias el "coronel Bonmatí"- ha transcrit al seu blog.
ResponderEliminarI molt emotiva, per als que enguany fem els 50 anys del nostre segon campament de Montejaque.
Felicitats.
Marc -"milicio" confés d'aquell temps-