16 febrero 2012

A modo de elegía o endecha: A la madre que ya está en la plenitud

A una madre se la quiere
siempre con igual cariño
y a cualquier edad se es niño
cuando una madre se muere.

José María Pemán (1898-1981) Escritor español.

La Elegía es un subgénero de la poesía lírica que designa por lo general a todo poema de lamento, aunque en su origen no era necesariamente así, como demuestran las elegías de los poetas griegos arcaicos. La actitud elegíaca consiste en lamentar cualquier cosa que se pierde: la ilusión, la vida, el tiempo, un ser querido, un sentimiento, etcétera. La elegía funeral (también llamada endecha o planto, en la Edad Media) adopta la forma de un poema de duelo por la muerte de un personaje público o un ser querido, y no ha de confundirse con el epitafio o epicedio, que son inscripciones ingeniosas y lapidarias que se inscribían en los monumentos funerarios, más emparentados con el epigrama, otro género lírico.

Poetas latinos

Los Latinos, excepto Ovidio, no conocieron de ningún modo otros usos de este poema bien sea que alabasen los placeres de la vida campestre o bien que llorasen los males que trae consigo la guerra era siempre por relación al amor de ellos, el alabar tales placeres o llorar los propios males. Los modernos han despreciado comúnmente esta regla. Cualquier asunto que hayan tratado, lo han adscrito el titulo de Elegía después que de tal le habían dado la forma, como si solo la forma bastara a caracterizar un poema sin la materia que le es propia o que fuese la naturaleza de los versos y no la de la imitación, la que distinguiese los poetas.

Entre los Latinos los mas conocidos son Tibulo, Propercio y Ovidio, el primero de estos tres, puede ser el único que concibió el verdadero carácter de la elegía o al menos el que la expresó perfectamente.

Edad moderna

Los franceses han tenido pocos buenos poetas elegiacos, exceptuando según dictamen de algunos, a la condesa de Suza. Los españoles no se han dado a este genero de verso, aunque en la literatura en lengua española destacan como elegías:
Coplas por la muerte de su padre (Jorge Manrique).
Platero y yo (Juan Ramón Jiménez)
Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (Federico García Lorca).
Elegía a Ramón Sijé (Miguel Hernández, incluida en su libro El rayo que no cesa.).
Elegía ininterrumpida (Octavio Paz).
Rusticatio Mexicana (Rafael Landívar).
Réquiem por Mariela (Diego de Santis).
Requiem (Humberto Díaz-Casanueva)
Algo sobre la muerte del mayor Sabines (Jaime Sabines)

(De Wikipedia y otras fuentes)
Ayer fue un día de claroscuros; de blanquinegros contrastes; de agridulces sensaciones.

Ayer fue un día especial, señalado, inolvidable, para toda nuestra familia, hermanos, cuñados, hijos, nietos, bisnietos, sobrinos, re-sobrinos…

Ayer acompañamos hasta el cementerio el cuerpo sin vida humana de nuestra madre, abuela, bisabuela.

Ayer comprobamos una vez más lo que entrega una madre: Doce hijos (más una ausente que bien presente sentimos), sus parejas, veinte y muchos nietos, unos cuantos bisnietos… todos ellos, publicaban en los periódicos locales la triste nueva del óbito de su madre, suegra, abuela y bisabuela.

Ayer todos nos congregamos junto a multitud de parientes, amigos, conocidos, en torno a los restos de esta mujer que honró al mundo por la vida que derramó, que desparramó (diríase exagerando) en su derredor.

Ayer fue, decía antes, un día triste, porque nos separamos del cuerpo que nos dio vida, pero fue también un día de sereno gozo, que si siempre nuestra madre estuvo junto a nosotros, ayer "quedaba" como “nuestra” para siempre.

Ayer, para los que estamos seguros, porque lo creemos, que la muerte no es el final, y que la línea recta es el camino más corto entre dos estrellas, fue un día de consuelo, porque esa madre que físicamente nos había dejado se nos había convertido (ya lo era en vida, ciertamente) en el lucero más grande que en el firmamento de los humanos y en nuestro cielo familiar pudiera brillar, pues su recuerdo (más que ello, su presencia perenne) pasaba a ser la fuerza, la verdad y la luz que seguiría velando por todos y cada uno de los miembros de la gran familia.

Ayer todos recordamos con alegría los actos egregios de esa mujer menuda en apariencia,  inmensa en inteligencia y en corazón, que supo entregarse en la vida como esposa y entregó su propia vida como madre y se prodigó como abuela y como bisabuela, hasta dejar  huella indeleble de sabiduría, de cuidado, de generosidad, de bondad.

Ayer, también, no solamente quienes experimentamos la hidalguía de ser sus descendientes, sino tantas y tantas gentes que se honraban de haberla conocido, no hacíamos sino rendir tributo a esta mujer tan excepcional.

Ayer, en fin, pasamos a tener una nueva valedora Allí, donde la vida es dulce, el viento brisa suave, y el amor es plenitud.

Ayer, pues, nuestra familia pasó a tener “Allí” alguien a quien pedir la ayuda, el consejo, el consuelo, el cariño perfecto, cual en su existencia terrenal nos regaló a manos llenas.

Ayer, cuando concluidas las honras fúnebres de nuestra madre, suegra, abuela, bisabuela, tía, hermana, nos despedimos con emocionado afecto todos los muchos que integramos la familia que ella tanto mimó, a todos sin excepción nos inundaba un sentimiento de serenidad y paz, revestido de la alegría de saber que ella, María Desamparados (aunque para nosotros era “Amparo”, que eso y no otra cosa nos regalaba siempre), era por siempre nuestra nueva valedora, junto a nuestro padre y a la hermana ya partida antes.

Ayer todos encontramos un motivo más para esperar en la paz de la conciencia el momento en que podamos reunirnos en plenitud con nuestra madre partida.

Ayer rememoramos tantas y tantas cosas…, aunque permítaseme que reviva ahora en público, aquella gozosa celebración de su ochenta aniversario, en la que quien esto escribe tuvo el inmenso don y el orgullo de poder recitarle y dedicarle este poema de propia autoría:


¡QUE DIOS TE PREMIE, YA QUE DISTE TANTO!
(Soneto a María Desamparados Bonmatí Beneito, en su ochenta aniversario)

Cuando al poeta fluyen las palabras
y el verso brota fácil en tu honor,
es que tu musa en clamor ensalza
y nos sentimos colmados de tu amor.

Aquí nos encontramos, madre amada;
 tus trece hijos brindándote loor;
 que ochenta años de vida apasionada
diste a los tuyos con tu fino candor.

¡Felicidades mil, Amparo amada!
¡Nos hiciste felices por tu amor!
¡Somos todos por tí, Madre adorada!

¡Que Dios te premie, ya que diste tanto!
¡Que tú seas por siempre nuestra alba,
tus trece hijos le ruegan con pasión!
 
Muchas maravillas hay en el universo; pero la obra maestra de la creación es el corazón materno.- Ernest Bersot (1816-1880) Filósofo francés.

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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