El pasado Agosto he experimentado una nueva modalidad de vacaciones, que ha consistido en viajar por carretera, conduciendo mi propio automóvil, hasta Ucrania. Y, claro es, regresar desde aquel país.
Para ello había varios alicientes: Mi esposa e hija solo conocían algunos países europeos; podía organizar (como así hice) la ida a través de unos países y el regreso por otros; se podía contrastar de forma inmediata la diferencia en las formas de vida, de cultura, de atención al turista, en unas y en otras naciones.
Se unió a este proyectado interés la circunstancia de que prácticamente estrenaba un automóvil híbrido, es decir, con un motor eléctrico y otro de 1.6 CV, a gasolina, automático, anunciado como el máximum de la economía y de la ingeniería ecológica.
Ahora que ha terminado mi periplo por Europa, después de haber recorrido exactamente 9.641 kilómetros, un sin fin de experiencias y vivencias se han acumulado y deseo compartirlas con los lectores de este blog.
Diré, para empezar, que en el viaje de ida a Ucrania recorrimos Francia, Italia, Austria y Hungría; y el regreso lo hicimos por Polonia, República Checa, Alemania (Baviera y el Allgau), Austria, Suiza y Francia otra vez.
Hasta llegar a Ucrania, nos detuvimos y visitamos (en algunos casos, solamente en lo esencial) Niza, Innsbruck, Salzburg, Linz, Viena –dos días--, Budapest, y, ya en Ucrania, Ivano-Frankivsk, Ternopil, Vynitsia y Kiev.
Al volver, nos detuvimos nuevamente en Ivano- Frankivsk (la capital de Precarpathia), cruzamos la frontera con Polonia por Krakovets, y visitamos Krakow, Praga, Munchen, Füssen, Bad Oberstaufen, Bregenz, Luzern, Zurich, Bern, Fribourg y Grenoble, hasta llegar a España.
Como puede comprobarse, todos los países, excepto Ucrania, están integrados en la Unión Europea –bueno, Suiza no lo está, pero tiene suscritos acuerdos de libre circulación— y además han acordado constituirse en territorio de libre paso, según el Tratado de Schengen.
Podría decirse que estas naciones presentan caracteres comunes, pero en varios casos no es así.
En cuanto a moneda, el Euro aún no rige ni en Hungría ni en Polonia ni en la República Checa, y aunque en Suiza se usa el Franco Suizo, realmente el Euro es la segunda moneda.
En cuanto a idiomas, los orígenes latinos de España, Francia e Italia contrastan con el sajón del alemán de Austria y Alemania; pero el magyar o húngaro es algo así como un galimatías parecido al Suomi o finlandés; y el checo se acerca al polaco y al ucraniano.
Menos mal que el inglés, bien o mal hablado, sirve de lenguaje común en todos los países. En unos, hasta en la calle. En otros, solamente en los establecimientos turísticos y en algunas tiendas, y con dificultades.
En fin, como ya he adelantado el resumen de lo vivido, en sucesivas entradas iré desgranando aspectos de cada país.
Terminaré recordando la sentencia del filósofo latino Lucio Anneo Séneca (2 AC-65): “El cabalgar, el viajar y el mudar de lugar recrean el ánimo”
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
Para ello había varios alicientes: Mi esposa e hija solo conocían algunos países europeos; podía organizar (como así hice) la ida a través de unos países y el regreso por otros; se podía contrastar de forma inmediata la diferencia en las formas de vida, de cultura, de atención al turista, en unas y en otras naciones.
Se unió a este proyectado interés la circunstancia de que prácticamente estrenaba un automóvil híbrido, es decir, con un motor eléctrico y otro de 1.6 CV, a gasolina, automático, anunciado como el máximum de la economía y de la ingeniería ecológica.
Ahora que ha terminado mi periplo por Europa, después de haber recorrido exactamente 9.641 kilómetros, un sin fin de experiencias y vivencias se han acumulado y deseo compartirlas con los lectores de este blog.
Diré, para empezar, que en el viaje de ida a Ucrania recorrimos Francia, Italia, Austria y Hungría; y el regreso lo hicimos por Polonia, República Checa, Alemania (Baviera y el Allgau), Austria, Suiza y Francia otra vez.
Hasta llegar a Ucrania, nos detuvimos y visitamos (en algunos casos, solamente en lo esencial) Niza, Innsbruck, Salzburg, Linz, Viena –dos días--, Budapest, y, ya en Ucrania, Ivano-Frankivsk, Ternopil, Vynitsia y Kiev.
Al volver, nos detuvimos nuevamente en Ivano- Frankivsk (la capital de Precarpathia), cruzamos la frontera con Polonia por Krakovets, y visitamos Krakow, Praga, Munchen, Füssen, Bad Oberstaufen, Bregenz, Luzern, Zurich, Bern, Fribourg y Grenoble, hasta llegar a España.
Como puede comprobarse, todos los países, excepto Ucrania, están integrados en la Unión Europea –bueno, Suiza no lo está, pero tiene suscritos acuerdos de libre circulación— y además han acordado constituirse en territorio de libre paso, según el Tratado de Schengen.
Podría decirse que estas naciones presentan caracteres comunes, pero en varios casos no es así.
En cuanto a moneda, el Euro aún no rige ni en Hungría ni en Polonia ni en la República Checa, y aunque en Suiza se usa el Franco Suizo, realmente el Euro es la segunda moneda.
En cuanto a idiomas, los orígenes latinos de España, Francia e Italia contrastan con el sajón del alemán de Austria y Alemania; pero el magyar o húngaro es algo así como un galimatías parecido al Suomi o finlandés; y el checo se acerca al polaco y al ucraniano.
Menos mal que el inglés, bien o mal hablado, sirve de lenguaje común en todos los países. En unos, hasta en la calle. En otros, solamente en los establecimientos turísticos y en algunas tiendas, y con dificultades.
En fin, como ya he adelantado el resumen de lo vivido, en sucesivas entradas iré desgranando aspectos de cada país.
Terminaré recordando la sentencia del filósofo latino Lucio Anneo Séneca (2 AC-65): “El cabalgar, el viajar y el mudar de lugar recrean el ánimo”
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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