Como ya anticipo en el título, al volver a tratar sobre mi periplo europeo, quiero hacer una primera clasificación o distinción de los países visitados y conocidos, en tres grupos: Los “veteranos” de la Unión Europea y zona Euro, como España, Francia, Italia, Austria, Alemania, y Suiza (que en la práctica admite el Tratado Schengen y la circulación oficiosa del Euro); los casi “recién llegados”, adheridos al Tratado Schengen –libre circulación sin fronteras— pero todavía con su moneda propia, como Hungría, República Checa y Polonia; y los terceros ”no Euro”, como Ucrania. (Prescindo del Principado de Liechtenstein, porque casi se confunde con Suiza).
He de reconocer que Hungría y República Checa, países que ya visité varias veces desde 1996, me han defraudado. No me ha extrañado que, aún integrados en la UE, su economía esté todavía muy lejos de permitir la vigencia del Euro. Es más, he percibido un exceso de picaresca en las gentes y en los comerciantes a la hora de tratar con extranjeros, principalmente turistas del oeste de Europa, intentando engañarles con cambios de moneda abusivos y engañosos, y “machacando” con carísimos precios, superiores a los normales en el país.
Polonia me ha causado otra impresión bien diferente, tal vez porque esté menos “contaminada” de las malas prácticas de los otros dos países que he mencionado.
Hungría
Aplica el Tratado Schengen a regañadientes y ni siquiera ha adaptado sus infraestructuras fronterizas a la inexistencia de controles.
Es curioso comprobar, cuando el automóvil se acerca a Hungría, sobrepasada la antigua frontera de Austria, que desde Hungría, agazapados, varios policías escrutan la autopista y fotografían con teleobjetivo los vehículos que se aproximan.
Nada más entrar en Hungría, varias advertencias indican la obligatoriedad de comprar la vignete; teóricamente debía ser un adhesivo, pero es un recibito que se paga por el uso de las autopistas, con diferente coste según los días de duración.
Si quien accede no lleva moneda nacional –el forint- puede pagar en Euros, pero a un cambio un 25% más bajo que el oficial (¿acaso la vignete no es oficial?) Y si quiere pagar con tarjeta de crédito, se le dirá amablemente que no funciona en ese momento la conexión con el banco –mentira— para evitar aplicar un cambio oficial.
En toda Hungría, y especialmente en Budapest, el problema es el mismo, llegándose al colmo en los restaurantes, cuando se ofrece en la factura el precio en forints, pero al ladito un papelín con la indicación de su equivalente en Euros, a un cambio escandaloso por lo bajo. La tarjeta de crédito no funciona “desde ayer”; y si uno dice que va a pagar en forints, entonces se indica que el servicio, es decir, el camarero, no está incluido y que ello importa “la voluntad”, pero siempre más del 18 %.
Si uno reclama y no quiere pagar, al instante se amenaza con llamar a la policía.
Pero además el servicio es despectivo, poco ordenado, con ironías aprovechando que el magyar o húngaro es incomprensible para cualquier europeo.
Y los precios… ¡Mamma mía!..Propios de Madrid y Barcelona… Mucho violín, muchas csardas, muchas danzas húngaras, pero un enorme abuso.
Hablo así porque en el año 1996 pude experimentar de la delicia de un buen servicio, de la amabilidad de los húngaros y de unos precios asequibles. Volví a comprobarlo en 1998; lo ratifiqué en 2002. Y ahora, se ve que, como ya son europeos, se dedican a expoliar a los turistas.
Por otra parte, hay mendigos por demasiados sitios; hay desatención en las oficinas de turismo; carecen de glamour en los hoteles (en el mío, de una reputada cadena europea, hube de pedir por tres veces el libro de reclamaciones para obtener una cuenta en regla, y un servicio de desayuno en un buffet que estaba semivacío, pese a ser las 9 de la mañana y deber cerrarse a las 10’30).
Conclusión: Menos violín y más control desde los órganos de la Unión Europea, metiendo en vereda al gobierno húngaro, para que no permita los abusos generalizados.
República Checa
En este país no hay problema de papelitos de autopistas, porque hay pocos kilómetros de ellas.
Pero es el imperio del engaño en el cambio desde el Euro, en la aplicación de precios, en el servicio de los restaurantes.
Llegué a pensar si habían copiado de Hungría… (mi visita a la República Checa fue dos semanas después que a Hungría)
Los precios, también excesivos, especialmente en la hostelería. El servicio, malo de solemnidad, sin el menor caso al cliente, llevando a la mesa, por ejemplo, los platos al tun tun, sin que hubiera servilletas, ni cubiertos, y debiéndose esperar a la bebida cinco minutos (hablo del restaurante de un hotel de cuatro estrellas), y después tener que escuchar del estúpido camarero que ése es el modo de servir allí, que si no nos gusta, no vayamos…
Habrá excepciones, pero no las he visto.
Lo que en Hungría eran mendigos, aquí son ladrones de bolsos, carteras y monederos…
En fin, todo un atropello al visitante.
Estuve en República Checa, no solamente en Praga, en 1998 y en 2000. Ladronzuelos había los mismos o más. Petulancia, mal servicio y carestía, lo hay con creces ahora.
Polonia
Desconocía este país, y no entré en él con buen pie, pues accedí desde Ucrania, después de esperar en la frontera de Krakovets casi cuatro horas, y recibir un exhaustivo control, no de los ucranianos, sino de los polacos, lo cual no me pareció del todo mal si lo hacen con todos los viajeros, ya que al ser frontera Schengen deben de estar muy atentos a los habituales fraudes.
Tiene carreteras bien asfaltadas, pero la mayoría estilo España de los años 80, pasando por todos los pueblos, con interminables colas por los semáforos y los camiones, de manera que una media de circulación superior a 60 km/h es ya una maravilla.
Las autopistas están casi todas en obras y apenas hay áreas de servicio.
Pero es muy diferente a Hungría y República Checa.
En Polonia la gente es seria, pero amable.
Cobra en su moneda –el zlot— pero no se excusa para admitir tarjetas de crédito.
Conocen la hostelería y el servicio al turista, porque tanto en zonas rústicas como en capitales (especialmente me sorprendió Krakow) se trata al visitante con cortesía, los precios son ajustados –mucho más baratos que en los dos países referidos— y no hay engañifas de servicio o de impuestos aparte.
Muy pocos mendigos, mucha limpieza y la apariencia de una buena organización cívica y administrativa.
Fue mi primera visita, pero no será la última.
En fin, estas son experiencias y comentarios que tal vez interesen a más de uno, especialmente en lo que se refiere a estas nuevas naciones emergentes en la Unión Europea, que muy mucho dudo estén preparadas y convengan. (Y no hablo de Rumania y Bulgaria, porque ello es “harina de otro costal” )
Quedémonos con la sentencia: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía”. Anaxágoras (500 A.C.-428 A.C.) Filósofo griego.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
He de reconocer que Hungría y República Checa, países que ya visité varias veces desde 1996, me han defraudado. No me ha extrañado que, aún integrados en la UE, su economía esté todavía muy lejos de permitir la vigencia del Euro. Es más, he percibido un exceso de picaresca en las gentes y en los comerciantes a la hora de tratar con extranjeros, principalmente turistas del oeste de Europa, intentando engañarles con cambios de moneda abusivos y engañosos, y “machacando” con carísimos precios, superiores a los normales en el país.
Polonia me ha causado otra impresión bien diferente, tal vez porque esté menos “contaminada” de las malas prácticas de los otros dos países que he mencionado.
Hungría
Aplica el Tratado Schengen a regañadientes y ni siquiera ha adaptado sus infraestructuras fronterizas a la inexistencia de controles.
Es curioso comprobar, cuando el automóvil se acerca a Hungría, sobrepasada la antigua frontera de Austria, que desde Hungría, agazapados, varios policías escrutan la autopista y fotografían con teleobjetivo los vehículos que se aproximan.
Nada más entrar en Hungría, varias advertencias indican la obligatoriedad de comprar la vignete; teóricamente debía ser un adhesivo, pero es un recibito que se paga por el uso de las autopistas, con diferente coste según los días de duración.
Si quien accede no lleva moneda nacional –el forint- puede pagar en Euros, pero a un cambio un 25% más bajo que el oficial (¿acaso la vignete no es oficial?) Y si quiere pagar con tarjeta de crédito, se le dirá amablemente que no funciona en ese momento la conexión con el banco –mentira— para evitar aplicar un cambio oficial.
En toda Hungría, y especialmente en Budapest, el problema es el mismo, llegándose al colmo en los restaurantes, cuando se ofrece en la factura el precio en forints, pero al ladito un papelín con la indicación de su equivalente en Euros, a un cambio escandaloso por lo bajo. La tarjeta de crédito no funciona “desde ayer”; y si uno dice que va a pagar en forints, entonces se indica que el servicio, es decir, el camarero, no está incluido y que ello importa “la voluntad”, pero siempre más del 18 %.
Si uno reclama y no quiere pagar, al instante se amenaza con llamar a la policía.
Pero además el servicio es despectivo, poco ordenado, con ironías aprovechando que el magyar o húngaro es incomprensible para cualquier europeo.
Y los precios… ¡Mamma mía!..Propios de Madrid y Barcelona… Mucho violín, muchas csardas, muchas danzas húngaras, pero un enorme abuso.
Hablo así porque en el año 1996 pude experimentar de la delicia de un buen servicio, de la amabilidad de los húngaros y de unos precios asequibles. Volví a comprobarlo en 1998; lo ratifiqué en 2002. Y ahora, se ve que, como ya son europeos, se dedican a expoliar a los turistas.
Por otra parte, hay mendigos por demasiados sitios; hay desatención en las oficinas de turismo; carecen de glamour en los hoteles (en el mío, de una reputada cadena europea, hube de pedir por tres veces el libro de reclamaciones para obtener una cuenta en regla, y un servicio de desayuno en un buffet que estaba semivacío, pese a ser las 9 de la mañana y deber cerrarse a las 10’30).
Conclusión: Menos violín y más control desde los órganos de la Unión Europea, metiendo en vereda al gobierno húngaro, para que no permita los abusos generalizados.
República Checa
En este país no hay problema de papelitos de autopistas, porque hay pocos kilómetros de ellas.
Pero es el imperio del engaño en el cambio desde el Euro, en la aplicación de precios, en el servicio de los restaurantes.
Llegué a pensar si habían copiado de Hungría… (mi visita a la República Checa fue dos semanas después que a Hungría)
Los precios, también excesivos, especialmente en la hostelería. El servicio, malo de solemnidad, sin el menor caso al cliente, llevando a la mesa, por ejemplo, los platos al tun tun, sin que hubiera servilletas, ni cubiertos, y debiéndose esperar a la bebida cinco minutos (hablo del restaurante de un hotel de cuatro estrellas), y después tener que escuchar del estúpido camarero que ése es el modo de servir allí, que si no nos gusta, no vayamos…
Habrá excepciones, pero no las he visto.
Lo que en Hungría eran mendigos, aquí son ladrones de bolsos, carteras y monederos…
En fin, todo un atropello al visitante.
Estuve en República Checa, no solamente en Praga, en 1998 y en 2000. Ladronzuelos había los mismos o más. Petulancia, mal servicio y carestía, lo hay con creces ahora.
Polonia
Desconocía este país, y no entré en él con buen pie, pues accedí desde Ucrania, después de esperar en la frontera de Krakovets casi cuatro horas, y recibir un exhaustivo control, no de los ucranianos, sino de los polacos, lo cual no me pareció del todo mal si lo hacen con todos los viajeros, ya que al ser frontera Schengen deben de estar muy atentos a los habituales fraudes.
Tiene carreteras bien asfaltadas, pero la mayoría estilo España de los años 80, pasando por todos los pueblos, con interminables colas por los semáforos y los camiones, de manera que una media de circulación superior a 60 km/h es ya una maravilla.
Las autopistas están casi todas en obras y apenas hay áreas de servicio.
Pero es muy diferente a Hungría y República Checa.
En Polonia la gente es seria, pero amable.
Cobra en su moneda –el zlot— pero no se excusa para admitir tarjetas de crédito.
Conocen la hostelería y el servicio al turista, porque tanto en zonas rústicas como en capitales (especialmente me sorprendió Krakow) se trata al visitante con cortesía, los precios son ajustados –mucho más baratos que en los dos países referidos— y no hay engañifas de servicio o de impuestos aparte.
Muy pocos mendigos, mucha limpieza y la apariencia de una buena organización cívica y administrativa.
Fue mi primera visita, pero no será la última.
En fin, estas son experiencias y comentarios que tal vez interesen a más de uno, especialmente en lo que se refiere a estas nuevas naciones emergentes en la Unión Europea, que muy mucho dudo estén preparadas y convengan. (Y no hablo de Rumania y Bulgaria, porque ello es “harina de otro costal” )
Quedémonos con la sentencia: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas dos, es mía”. Anaxágoras (500 A.C.-428 A.C.) Filósofo griego.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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