18 julio 2008

SUAREZ, "FOR EVER"

"Los Reyes han entregado hoy a Adolfo Suárez el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro en una ceremonia privada celebrada en el domicilio del político, primer presidente de la democracia, que hizo posible la transición en España."

El Gobierno español aprobó en junio de 2007 el Real Decreto por el que el Rey le otorgaba el Collar, días antes de cumplirse el 30 aniversario de las primeras elecciones democráticas, que ganó Unión de Centro Democrático (UCD), que encabezaba Suárez.
(EFE., 18/07/2008)


La Insigne Orden del Toisón de Oro es una orden civil y de caballería fundada en 1429 por el duque de Borgoña y conde de Flandes Felipe III de Borgoña para celebrar su matrimonio con la princesa portuguesa Isabel de Avis, hija del Rey de Portugal don Juan I, en la ciudad de Brujas, (aun cuando se creó con el objeto de recordar la gran batalla que el israelita Gedeón ganó a los madianitas para la defensa de la Iglesia de Dios). Fue creada siguiendo el modelo de la Orden de la Jarretera inglesa, de la que Felipe había sido elegido miembro en 1422, pero dedicada a San Andrés (Felipe había rechazado la elección para no ofender al rey de Francia).(De WIKIPEDIA)

Confieso que no ha dejado de emocionarme el hecho de que los Reyes se hayan desplazado hasta la residencia privada de Adolfo Suárez, para hacerle entrega del Toisón de Oro, concedido un año antes.
No se trata de que me alegre sin más porque los Reyes hayan visitado al Duque de Suárez, sino por la forma sencilla y familiar de hacer entrega de la más alta condecoración real a quien tanto hizo y tanto dio por la transición española hacia la democracia, y que ahora, por esas veleidades del destino, está privado del intelecto preciso para saborear el –por fin— reconocimiento de su gran aportación a la democracia.
Me precio grandemente de haber conocido personalmente y haber convivido con Adolfo Suárez.
No fui ni he sido su amigo ni he formado parte de sus íntimos, y además mis contactos y relaciones con el ahora Duque de Suárez fueron cortos.
Pero el poco tiempo ha sido para mí un cúmulo de experiencias y recuerdos.
Corría el año 1977 cuando el entrañable e inolvidable Emilio Attard –mi “maestro abuelo”, maestro de mi maestro, en mi profesión— me sedujo para incorporarme al proyecto de transición democrática que Suárez lideraba, y que culminó en la Constitución de 1978 y posterior hegemonía del partido Unión de Centro Democrático (UCD).
Joven que era uno, bastante inexperto en lo relativo a la cosa política, me dejé llevar por el inolvidable Emilio, y comencé a participar en actividades de la UCD, primero en pequeños cometidos, más tarde en responsabilidades de mayor calado, como la Presidencia de los Comités de Disciplina o de las Asambleas generales, hasta que tuve la honra de brindar mi asesoramiento al equipo de Adolfo Suárez.
Así, con el también inolvidable y también fallecido Fernando Abril Martorell, el hombre más tosco en el hablar pero con la mente más clara que he conocido en muchos años, pude gozar estando cerca de los dos líderes del entonces partido de la evolución y de la transición.
Recuerdo, pues, aquellos tiempos de problemas enormes y dudas aparentemente irresolubles, con la toma de decisiones tan delicadas como la legalización del partido comunista, la preparación de los Pactos de la Moncloa, la transición, en una palabra…
Y allí, siempre, consagrado cual si fuera un sacerdocio, Adolfo Suárez fue trabajador hasta la extenuación, negociador hasta lo imposible, consensuador en todo, audaz rozando la heroicidad.
No podía Adolfo Suárez durar más que la transición que él mismo había conducido, y por eso fue defenestrado, cual los grandes líderes, por sus propios “partidarios”, fruto de las peleas por el poder entre las facciones demócrata-cristianas, las liberales, las populistas.
Y el ahora Duque de Suárez supo, en su generosidad, interpretar su “tempus”, hasta el punto de que dimitió como Presidente del Gobierno y de su partido, la UCD.
Después de él, la historia de España nos ha ofrecido, por el contrario, tristes ejemplos de aferrarse al poder, hasta que en el Parlamento se repitiera aquello de “Señor…., váyase.”
Adolfo Suárez se marchó en pleno triunfo, no sin dudas personales, porque aún le indujeron a liderar un nuevo proyecto político, el CDS, cuando realmente el pueblo español ya había decidido que le quería solamente para situarlo en la historia de la nación para siempre.
Y no olvido cuando en el Congreso de Palma de Mallorca, en el que se materializó la dimisión de Suárez como Presidente de UCD a favor de Leopoldo Calvo-Sotelo, Adolfo dijo con voz casi entrecortada: “Entre Adolfo Suárez y España, yo he elegido España, sin dudarlo; y entre Adolfo Suárez y la UCD, también sin duda, he elegido la UCD”.
La atronadora salva de aplausos que recibió estas palabras escondía tantas emociones, que aún hoy perviven en quienes pudimos ser testigos del momento.
Bueno, pues por eso no me sustraigo a la emoción de ver al Rey abrazando fraternalmente, amicalmente, a quien fue el ejecutor de la transición políticas, ahora cuando sus carencias mentales le han reducido a un ser sin memoria.
Ese abrazo real, pienso, encarna el que todos los españoles de recta razón le hemos dado tantas veces a Adolfo Suárez.
Porque Adolfo Suárez ya no precisa de la memoria, que ya todos los españoles, amigos suyos o no, partidarios suyos o no, le tenemos en nuestra memoria para siempre.
“A veces sucede así en la vida: cuando son los caballos los que han trabajado, es el cochero el que recibe la propina”Dame Daphne du Maurier (1907-1989) Novelista y dramaturga británica
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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