10 abril 2008

UNA HISTORIA DE UNA UCRANIANA

Ayer recibí la visita de una mujer ucraniana, para consultarme sobre ciertos asuntos legales de su incumbencia en España, y la visita en buena medida me entristeció.
Se trataba de una mujer más bien joven, tal vez ni con los cuarenta años cumplidos, de buena presencia, hablando un español casi correcto, que vino hasta mí acompañada de un caballero sencillo y afable; su “compañero”, me dijo ella.
Lo primero que me comentó la señora es que requería estar segura de mi secreto profesional sobre el contenido de nuestra conversación, lo cual le confirmé al instante.
Aún así, no sin cierto reparo, mi consultante me expresó, como excusándose, que ella no se llamaba como había indicado al solicitar la consulta.
Mi respuesta inmediata fu inquirirle cuál era su real y verdadero nombre y apellido, a lo que me replicó que ya me lo diría más adelante. Al final no lo hizo, ni me atreví a exigírselo.
Y me relató que hace unos diez años entró en España con pasaporte de un país ahora de la Unión Europea, pero que ese pasaporte había sido falsificado, de manera que le daba pánico no solamente usarlo sino ni siquiera llevarlo consigo, por si la policía le “pillaba” con el documento falso.
Su consulta final era sobre cómo legalizar su situación en España.
La información por mi parte fue profusa y llena de matices, y le aconsejé que regresara a su país, Ucrania, para organizar su documentación personal, de la que carece absolutamente en España, y, una vez allí, intentar volver a España por cualquiera de los diversos cauces que permite la legislación vigente.
No sin lágrimas, me confesó que ya había vuelto a Ucrania en dos ocasiones (y regresado a España), claro es de manera subrepticia, porque tiene una hija en su país, y, aún corriendo todos los riesgos, no podía pasar sin verla.
Pero asimismo me mostró su temor a volver otra vez a Ucrania, por si no podía regresar a España, ahora que había rehecho su vida junto a su compañero en España.
No voy aquí y ahora a relatar mis advertencias y consejos, sino simplemente resumir que le brindé varias soluciones, todas ellas posibles aunque con un diferente grado de dificultad.
Marcharon los visitantes más tranquilos y al parecer satisfechos y pidieron tener la posibilidad de efectuar nuevas consultas y contar con la ayuda de los profesionales de mi organización, si se decidían a actuar según mis consejos.
Hasta este punto, la anécdota, la historia.
Pero lo triste, lo lamentable, lo impresionante es la necesidad en que se hallaron hace diez y más años, miles de ciudadanos de Ucrania, que hubieron de marchar, de cualquier manera, corriendo todos los riesgos imaginables, a países como España, que les parecían con la “tierra prometida” de la Biblia, y en los que muchos de ellos hallaron a medias su acomodo, pero otros, y bastantes más de lo que se sabe, lucharon en medio de toda serie de adversidades y desventuras, trabajando en empleos inadecuados a su, muchas veces, alta educación, o en trabajos casi vejatorios, de manera que al cabo de unos años, con más o menos dinero, hasta optaron por regresar a su patria.
Y ahora aún quedan algunos sin documento alguno que les ampare.
¿Qué previsiones sobre ello hay por parte del Gobierno de Ucrania?
¿Qué previsiones existen en el presupuesto de Ucrania para el presente año, respecto de ayudas a inmigrantes?
¿Cómo se puede compaginar la permisividad con tanto lujo que de forma insultante se percibe en las calles de Kiev y la falta de ayuda a los que se fueron y en ocasiones no tienen ningún reclamo para regresar?
Se trata de una cuestión ciertamente ácida y amarga, pero que los actuales responsables de Ucrania deberán resolver cuanto antes.
Que no hay peor baldón para un país, que los hijos desperdigados y desprotegidos que tiene por el mundo.
Ojalá estas reflexiones sirvan para algo más que para ser solamente leídas.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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