“Soy ucraniana… Estoy en Kiev ahora. Viví por mas de 25 años en Latinoamérica (Peru, Chile y Venezuela).Adoro mi patria, pero me siento extrangera y es muy triste para mí.” (Sic)
He recibido el mail que transcribo, en el que Tatiana, una ucraniana a quien solamente conozco por este mensaje, me inquiere sobre las actividades del Centro de Integración España-Ucrania (CIESPU) y al propio tiempo pone de manifiesto su problema por su inadaptación a Ucrania.
Comprendo la tristeza, mezclada con decepción, que irradia el transcrito e-mail, porque no es la primera vez que se me presenta la historia de una persona que retorna a su patria y se siente como extraña o “desalojada” en ella.
Me trae a la memoria el poema “El desalojado” (1):
“Soy el desalojado de una edad silenciosa,
de una edad que tenía
el mismo ensueño puro del alma de la rosa
y el éxtasis fragante de su azul poesía.
Soy el desalojado de un tiempo de ternura,
de un tiempo que sabía
que la edad de los astros el hombre la inaugura
cuando cree en las rosas del pan de cada día.
Soy el desalojado de una paz hogareña,
de una paz que existía
cuando el hombre cantaba su aventura risueña
de vivir con los otros más niño todavía.
Soy el desalojado de un ayer armonioso,
de un ayer que envolvía
la fragante costumbre de vivir sin acoso,
con la paz en el diálogo y el amor como guía.
Soy el desalojado de cuanto era más mío,
de todo cuanto canta.
Por eso voy muriendo sin ciudad y sin río
y con todo un silencio mayor en la garganta.”
Hace ya algunos años tuve que conocer por razones profesionales la problemática que se presentaba a una inteligente señora española, casada en Ucrania con un nacional, viviendo en Dnipropetrovsk, con una hija de nacionalidad española, que decidió ante las dificultades de la vida diaria trasladarse a vivir a España, su patria, junto con su hija.
Recuerdo que cuando me comentó su decisión, en Ucrania todavía, le recomendé extremara la prudencia, porque España no era ni mucho menos “Eldorado”, porque la vida aquí era bastante ardua, y porque el hecho de ser españoles no iba a conferir a la señora y a su hija ninguna especial ventaja si residían en España.
No me hizo caso y se vino a España con su hija, ya adulta y divorciada, con sus flamantes pasaportes españoles.
Al llegar encontraron las primeras dificultades de idioma, porque la madre aún recordaba el español, pero la hija más bien demostraba que nunca lo había conocido correctamente, de manera que precisó ya desde el inicio una profesora que le desbrozara los elementales conocimientos del idioma castellano.
Acudieron a todas las oficinas públicas en las que presumiblemente se debía prestar ayuda a los españoles retornados y sin medios de subsistencia, a las consejerías autonómicas que tenían competencias en la materia, a los ministerios que tal vez podrían ayudarles.
Buscaron trabajo. La madre tuvo dificultades por su edad, ya no joven. La hija las tuvo por su falta de idioma y porque toda retribución le parecía escasa.
Al cabo de seis meses, después de haber gastado un dineral en su subsistencia en España, un día me visitaron para decirme que se volvían a Dnipropetrovsk, cuyo ambiente conocían mejor, donde la vida era más asequible, plaza en la que algún trabajo iban a encontrar, y en la que siempre habían vivido, por lo que conservaban amigos y conocidos.
Aprobé por mi parte su decisión, sabiendo como sabía de su inadaptación a España y a la vida diaria.
Nada más he sabido desde su despedida, aunque estoy seguro que por la laboriosidad de la madre, ella y la hija habrán hallado en Ucrania lo que buscaron de forma imposible en España.
Hoy, este e-mail recibido, de una ucraniana que se siente extraña en su país después de veinticinco años de ausencia, que se dice envuelta en tristeza, me hace recordar la historia contada, y me hace reflexionar sobre los retornados a su país, después de varios, bastantes, años de ausencia en otras tierras.
Les invade, sin duda, la sensación, los sentimientos del “desalojado”, del que “ni es de aquí ni es de allí”, de quien sufre la enorme decepción de volver a su idealizada patria y ni halla lo que recordaba ni encuentra la acogida que esperaba ni se siente identificada con el actual modo de vida.
Y así, a esta “desalojada”, Tatiana, dedico hoy mi “Carta”, que puede suscitar otros y no necesariamente coincidentes comentarios, sobre el trauma que implica ese “volver”, cuando se llega a lo que fue pero ya no es: una patria idealizada, en la que las costumbres y las gentes han cambiado.
Con mi afecto hacia todos esos retornados, deseando luchen para no sentirse “desalojados” y hallen al fin la adaptación y felicidad que sin duda merecen.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
(1) S. de P. B.- “El desalojado”, 2001
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