Voy leyendo en Internet noticias sobre las promesas de los partidos políticos en España, en esta pre-campaña electoral que todos sufrimos, y voy conociendo cómo los de un lado nos pagarán dinero –dicen – a los electores, y los del otro nos bajarán tanto los impuestos que resultará idílico vivir bajo su gobierno.
Así, los unos son –tratan de aparecer, al menos-- adalides de las libertades que anuncian y proclaman y se vanaglorian de la socialización que han realizado, porque dicen haber logrado una mayor justicia e igualdad, cuando lo único cierto es que han fomentado la desigualdad y producido mayor empobrecimiento económico y moral.
Los del mismo partido pregonan sus logros antiterroristas (a veces ni siquiera reales) con olvido de la lenidad en que incurrieron flirteando de forma casquivana con los asesinos.
Y los del otro lado, rasgándose las vestiduras con razón en muchas ocasiones, pero sin ninguna habilidad, porque parecen “la voz del trueno”, aparentan modos más contenidos pero se dedican a oponerse a todo lo oponible, creando crispación donde no la hay, fomentando en ocasiones con su provocación un inadecuado e indeseable caldeamiento de la vida política, sin autocontrol y sin presentar en definitiva un proyecto ilusionante para determinar en la elecciones ya próximas un cambio de partido gobernante.
En resumen, como ciudadano de a pie me dan ganas de mandar a todos a freir espárragos –es una de las expresiones más suaves que se antojan- y, para evitar reparos de conciencia por mi abstención, presentarme yo mismo a las elecciones, votándome a mi mismo. Y sanseacabó. Al menos este voto me resultará testimonial…
Andando mi sesera por entre estas disquisiciones, leo que en Ucrania los políticos y diputados de la oposición han protestado y se oponen a que el país se aproxime e ingrese en el WTO (Organización Mundial de Comercio) y también han montando alguna que otra algarabía ante el anuncio gubernamental de que se solicitará el ingreso en la OTAN.
Hasta parece que han llegado los irritados opositores a intentar bloquear el acceso y el trabajo en el Parlamento o Rada.
No es que esas cosas no ocurran en Occidente, porque en el Senado italiano hace poco tiempo unos cuantos impresentables protagonizaron incidentes peores o iguales con motivo de la moción e confianza presentada por el amorfo primer ministro Romano Prodi.
Lo que me interesa a los efectos de la presente carta, es que en Ucrania, desde luego, casi nadie se esfuerza en alcanzar el consenso y el entendimiento desde él.
Se comprende que están en competencia dos muy diferentes culturas y dos muy diferentes fuentes de poder e influencia, una pro-rusa y otra pro-occidental, y sin ninguna o escasa experiencia de vida democrática, pero pese a todo es penoso que, sea quien sea el gobierno, la gresca esté servida siempre.
El gran problema es ése: Una nación encrespada nunca alcanza la madurez democrática y política y da grandes bandazos en su progreso económico y social, porque la vida pública, como la economía, estará en manos de los clanes, de los grupos, de los lobbies o de las mafias, llámeseles como se quiera, en perjuicio del pueblo llano, que solamente percibirá engaños y renunciará a la esperanza, después de tanto abuso y fraude.
Leía hoy en el chat de Igor Barrios (que parece vuelve a animarse desde que él ha reaparecido en España) que en Ucrania es muy complicado introducirse en el mundo de los negocios, porque la clase política los tiene controlados desde la corrupción.
No muy distinta cosa ocurre en los otros países democráticos, aunque en el equilibrio constitucional existen (al menos en bastantes ocasiones) otros poderes, como el legislativo y el judicial, que pueden contrarrestar el omni-control de los grupos de presión o de poder económico.
La diferencia es que en los países de democracia más madura, casi siempre la constitución se consensuó y permitió un más amplio juego democrático y una intervención más independiente de los poderes legislativo y judicial.
Ello no implica que en la política se actúe con maneras florentinas, ni que en muchos casos los grupos de poder, los poderes fácticos, o los lobbies, llámeseles como se desee, no traten de bloquear cualquier iniciativa o proyecto que no les interese o no les reporte beneficios bajo su control, o comprar las decisiones del partido al que patrocinan.
“Cambié mis convicciones por pasiones. Solo sé que he sido libre para cambiar de cárcel”, es uno de los pensamientos del librito “Así”, de S. de P. B.
A veces, es cierto, seguimos siendo esclavos cuando nuestras convicciones se tornan pasiones. O viceversa.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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