06 marzo 2008

El 23 de febrero

“El fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 en España, también conocido como 23-F, fue un intento de golpe de estado perpetrado por algunos mandos militares, siendo la parte más representativa el asalto al Congreso de los Diputados por un numeroso grupo de guardias civiles a cuyo mando se encontraba el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, durante la votación del candidato a la Presidencia del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, de la Unión de Centro Democrático.”(De WIKIPEDIA)
Me perdonaréis, queridos Igor y Natalia, como seguro estoy de que me excusarán los demás lectores, por el hecho de que hoy, 23 de Febrero de 2.008, no pueda evitar el recuerdo, mis recuerdos, del mismo día, veintisiete años atrás.
“Tempus fugit”, reza el dicho, o “Panta rei” (frase en lengua griega atribuida a Heráclito de Éfeso, que significa “Todo pasa” o “Todo fluye”, equivalente al “nada permanece”, filosofía del devenir que algún día podrá motivar una de mis “Cartas”).
Sí. El tiempo pasa, más bien corre, y a los que ahora no solamente peinamos canas, sino que podríamos contarlas, nos parece que fue ayer cuando un 23 de febrero de 1981, nos llevamos, como mínimo, un susto morrocotudo, y al propio tiempo recibimos una inolvidable lección para la vida democrática.
Eran sobre las cinco y media de la tarde de ese día, cuando me hallaba trabajando normalmente en mi despacho profesional de Valencia, cuando una de mis secretarias me interrumpió para decirme que en Madrid, en el Congreso de los Diputados, se había producido una invasión o un ataque, por unos hombres disfrazados de guardias civiles y que habían sonado disparos.
Terminé súbito los trabajos que me ocupaban y comencé una serie de llamadas telefónicas (en aquel entonces era impensable la información por Internet de la que hoy disfrutamos) para conocer lo que estaba ocurriendo.
Uno de mis interlocutores, muy allegado al Gobernador civil de Valencia, similar cargo al actual Delegado del Gobierno, me contó que un Teniente Coronel de la Guardia civil había invadido el Congreso de los Diputados en Madrid, con un buen número de guardias civiles, había interrumpido la sesión de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo (que sería el segundo Presidente del Gobierno de la democracia, después del entonces dimisionario Adolfo Suárez) y había prácticamente secuestrado el gobierno de la nación; y que se esperaba un levantamiento militar en Valencia..-
Otro de mis contactos telefónicos me contó que la radio de Valencia había comenzado a difundir un Bando u Orden del Capitán general de la región militar, derogando todos los derechos constitucionales, ordenando el cese de cualquier actividad política y partidaria, conminando a la población a dirigirse a sus casas y erigiéndose en la única autoridad.
Confieso que en un principio no me creí nada, o mejor desconfié de toda esa información, pero después vi. con mis propios ojos cómo las calles de mi ciudad iban siendo tomadas por patrullas de soldados, y al cabo de dos horas, en medio del natural estruendo, muchos carros de combate iban ocupando puntos estratégicos y las principales calles de la ciudad, inclusive uno de los tanques quedaba frente al entonces gobierno civil apuntando directamente al edificio.
Me consideré obligado a ir a mi domicilio, en el que felizmente se hallaba mi familia (las comunicaciones telefónicas no estaban interrumpidas), pero decidí ir por el camino más largo, en el sentido de las agujas del reloj, que coincidía con la ronda interior de la ciudad, cuando realmente en el sentido opuesto, a través de algunas callejas del casco antiguo, mi itinerario sería de tres minutos.
Y, aunque tenía el coche en el aparcamiento del despacho, decidí –aún no me explico por qué— hacer el recorrido a pie.
Así, durante un período de cuarenta minutos, a través de la citada ronda, fui dirigiéndome a casa, pero especialmente fui viendo que algo así como un centenar de carros de combate y vehículos blindados, con los demás vehículos de apoyo, habían evolucionado hasta ocupar no solamente esa ronda sino situarse frente a edificios oficiales y representativos, como el Ayuntamiento, la Diputación Provincial, la delegación de Hacienda, el Palacio de la Generalitat valenciana (la autonomía era entonces solo “pre”).
Los soldados y sus oficiales estaban en unos casos encaramados en los vehículos y en otros en el pavimento departiendo con aparente normalidad, de manera que, sin que nadie me interceptara ni menos me solicitara identificación, pude dar toda la vuelta y llegar a mi domicilio.
La escena, por insólita, me había parecido también increíble, pues no se me alcanzaba ver mi ciudad ocupada militarmente, y entonces, tras comprobar por la televisión la falta de toda información por el momento –ya eran las diez de la noche— pude comunicarme con el Gobernador civil, que era muy buen amigo mío, y le pregunté qué pasaba. Me respondió que en medio de la confusión se había comprobado que el teniente coronel de la Guardia Civil, al parecer instado por el Capitán General de Valencia, había intentado dar un golpe de estado, secuestrando al Gobierno en el Parlamento, de manera que había inmovilizado dos de los tres poderes; que aunque se había murmurado que el rey apoyaba el golpe de estado, ello era falso, y que se había reunido la comisión de Subsecretarios (a falta de los ministros) y con el Rey habían decidido asumir la situación y neutralizar la intentona golpista.
Me añadió que le parecía todo un poco “bananero”, y me invitó a acercarme a Gobierno civil, lo que así hice casi inmediatamente (se hallaba a menos de cien metros de mi casa, y pude acceder a través de vericuetos callejeros en los que no había tropas)
Una vez en el edificio, con mis propios ojos y presencia, comprobé al gobernador y otros dirigentes políticos en reunión informal, se fueron recibiendo noticias sobre la evolución del golpe, e inclusive se recibió la visita de un general de división enviado por el Capitán General, conminando a la “rendición”, exigencia un poco absurda a dichas horas, vista la evolución de los acontecimientos.
La impresión general que, dentro de la tensión y el disimulado nerviosismo, fue avanzando era que todo aquello podría quedar en nada, pero existía el riesgo de una acción aislada que produjera derramamiento de sangre, y que aquél pudiera ser el detonante para una situación más peligrosa e incontrolada.
Sin embargo, poco después de medianoche, desde el Ministerio de la Gobernación (hoy del Interior) se recibió el informe de que todo estaba controlado, como iba a anunciar un mensaje del Rey poco después.
Y así fue. Sobre la una de la madrugada, el Rey desautorizó todo lo hecho en aquella conspiración y golpe de estado anunciado “para preservar la democracia”, y reiteró que solamente apoyaba el orden constitucional,
Se impuso la calma, coincidiendo con el fragor de los motores de las unidades blindadas, que ya iniciaban su marcha.
Sobre el alba, la televisión emplazada en el Hotel Palace de Madrid captó las imágenes de los guardias civiles que comenzaban a abandonar el Palacio de las Cortes…
Seguramente más de uno de los lectores se preguntará que a qué viene ahora el relato precedente.
Me explicaré.
Sin el menor ánimo de ser cronista de lo acontecido aquél 21 de febrero de 1981, que ha merecido muchos y muy buenos análisis de expertos y prestigiosos comentaristas, pretendo transmitir mis recuerdos sobre cómo notamos en aquel entonces lo que era la falta de la libertad conquistada a través de la democracia constitucional, porque se habían prohibido mediante el bando militar los partidos políticos, porque se había suspendido la libertad de circulación, y la libertad de reunión, y la libertad de prensa… y…
Y también pretendo contar que con motivo de este fallido golpe de estado, muy “bananero”, sí, pero golpe al fin, las fuerzas políticas, que anidaban a la “súper greña” lograron por arte de ensalmo el consenso de actuar unitariamente en una gran manifestación en pro de la democracia y en defensa de la normativa constitucional, dejando tan de un lado sus rencillas políticas, que inclusive en el debate de investidura de Leopoldo Calvo Sotelo, interrumpido precisamente por la invasión del Congreso de los Diputados, no se registró ¡ni un solo voto en contra!
Así, aquel 23 de febrero, además de generarse una nueva anécdota sobre las chapuzas políticas y golpistas, se cimentó lo más importante: El auténtico deseo, el plebiscito popular y callejero de un sistema, la democracia, que el pueblo, manifestándose por millones en todo el país, se encargó de ratificar en forma indudable.
Por lo que he contado, podréis comprender, Igor y Natalia, queridos lectores, que cuando se produjo en Ucrania la mal llamada “revolución naranja”, yo no pudiera menos que evocar lo que ha motivado esta carta. Y no por el temor al derramamiento de sangre, que existía, sino comparando lo afortunados que habíamos sido los españoles, porque el 23 F de 1981 ya teníamos una democracia constitucional que defender, mientras que en Ucrania, entonces, ni siquiera se barruntaba (hoy tampoco) una auténtica democracia.
No dudo que en Ucrania el ejército evitó y evitará golpes “a la española”, pero deseo fervientemente que el pueblo ucraniano, los partidos políticos, todos, de una vez, hagan como hicimos los españoles el 23 de Febrero de 1.981: Decir ¡Sí a la democracia!
Pido perdón por personalizar la historia, pero estas raíces enterradas que todos tenemos son precisamente las que han venido permitiéndonos mantenernos vivos, activos, creadores, confiados el futuro, en que “tempus fugit”, “panta rei”, “ todo cambia”, “nada permanece”…¡excepto los recuerdos!
Lo dice uno de mis poemas (1):

Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.

Porque después de todo he comprendido
por lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
(1) “La Musa de Internet”, 2000

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