(El País 15 ABR 2014)
“Los peores augurios se han
cumplido. Rusia no está dispuesta a dar tregua a su vecina Ucrania: después de
arrebatarle la península de Crimea, ahora siembra la inestabilidad en las
regiones orientales con el propósito de frustrar las elecciones presidenciales
previstas para el 25 de mayo e impedir que su antiguo satélite construya un
futuro viable mirando a Europa.
El Kremlin está dispuesto a hacer
pagar muy caro a Kiev su deseo de volar por libre. No ha necesitado, de
momento, invadir el territorio ucranio, aunque 40.000 soldados rusos esperen al
otro lado de la frontera. Nadie, en las cancillerías europeas y en la Casa
Blanca, tiene dudas sobre el origen de esos uniformados sin identificar que,
como en Crimea, toman comisarías y edificios oficiales en las provincias de
Donetsk, Járkov y Lugansk. Rusia infiltra a sus fuerzas
especiales y al mismo tiempo espolea los temores de la minoría rusohablante con bulos, tan burdos como efectivos, sobre la llegada del fascismo o las persecuciones. Un guion perfectamente previsible, en el que no faltan, por supuesto, líderes prorrusos que piden la intervención de Moscú para evitar “un genocidio”.
especiales y al mismo tiempo espolea los temores de la minoría rusohablante con bulos, tan burdos como efectivos, sobre la llegada del fascismo o las persecuciones. Un guion perfectamente previsible, en el que no faltan, por supuesto, líderes prorrusos que piden la intervención de Moscú para evitar “un genocidio”.
La situación es peligrosa. Hasta
ahora Kiev ha dado muestras de impotencia al incumplir su ultimátum de enviar
al Ejército —ni siquiera puede controlar las deserciones de sus propias fuerzas
policiales—. Pero una respuesta militar daría a los rusos la excusa perfecta
para cruzar la frontera. Tampoco han tenido efecto las promesas del presidente
interino de Ucrania, Alexander Turchínov, de someter a referéndum la futura
organización administrativa del país: lo que Rusia pretende es desgajar de
Ucrania su cinturón industrial, o bien mantener a esa región bajo control
indirecto, mediante una estructura federal que debilite al Estado ucranio y
frustre sus pretensiones de incorporarse a la OTAN.
Y
mientras el este de Ucrania se desliza peligrosamente fuera del control de
Kiev, en Luxemburgo los ministros de Exteriores de la Unión Europea anunciaron
ayer que se ampliará la lista de sancionados —33 rusos y ucranios— con
congelamiento de bienes y retirada de visados. No parece que esto vaya a
incidir en los planes del Kremlin. La UE y la OTAN dieron por perdida a Crimea,
y ahora parece que no saben cómo reaccionar.
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Bla, bla, bla... |
Queda por ver si los mismos países
que aplaudieron el Maidán están dispuestos a asumir daños, o prefieren dejar
que Rusia moldee a su antojo las fronteras. En este caso, Europa habrá ya
confirmado su irrelevancia como jugador internacional.”
…
De
la literatura española me viene a la memoria la fábula de Tomás de Iriarte
sobre los galgos y los podencos, que sienta “como anillo al dedo” a lo que está
aconteciendo en Ucrania.

Ante
ello, el gobierno de Kiev bastante hace con sobrevivir tambaleándose, sin
dinero, sin bases sólidas de actuación, con fuerzas armadas mermadas y sin
moral y maniatado por la tibia posición de USA y la Unión Europea, que han
puesto de manifiesto una vez más que solamente en lo económico radican sus
intereses y que si han de añadir Ucrania a su grupo económico a base de
acciones militares o de gran presión, prefieren que se extinga la nación ella
solita.

Y
también voy a pedir al gobierno español que, como en Sudamérica las comunidades
de habla y cultura hispánica sufren opresión o merma de sus derechos humanos,
constituya una gran fuerza de voluntarios (ahora que hay tantos parados) para
que poco a poco se vayan infiltrando y propicien la posterior integración en un
nuevo Gran Imperio Español.
Es
de vergüenza lo que “no” han hecho USA y la UE, y que ha conducido a Ucrania al
abismo, poniéndola en riesgo de desaparición.
No
han sido ni fríos ni calientes; se han limitado a anunciar sanciones más
teóricas que reales, y a pedir al zorro ruso que respete la gallina ucraniana.
Pena
da, y más pena me dan los ucranianos, la mayoría que se han
sentido felices perteneciendo a una nación liberada de la antigua URSS y con su propia idiosincrasia, singular y distinta de Rusia, de manera que nunca han querido esa protección del “papa” Putín (y pongo acento en la “i”), que lleva al país a su neutralización y extinción.
sentido felices perteneciendo a una nación liberada de la antigua URSS y con su propia idiosincrasia, singular y distinta de Rusia, de manera que nunca han querido esa protección del “papa” Putín (y pongo acento en la “i”), que lleva al país a su neutralización y extinción.

Y
la UE, que tanto ofreció el premio a los ucranianos, ahora es como Pilatos: se
lava prácticamente las manos, evitando costes y preservando su economía, con
tal laxitud, que cualquier acción diplomática de las que sugiere (con la boca pequeña,
eso sí) para resolver la situación, solamente provoca hilaridad en el gigante
ruso.
¡Qué
vergüenza da la conducta de la Unión Europea!

¡Que
Dios proteja a Ucrania, que mucha falta hace!
Y
así tal vez los ucranianos de bien, la mayoría, podrán gritar, como yo les he
oído tantas veces,
¡Gloria a Ucrania!, ¡Slava Ukraina!
¡Gloria a Ucrania!, ¡Slava Ukraina!
Y
por si algún lector no la recuerda, he aquí la fábula en verso de “los galgos y
los podencos”:

seguido de perros,
-no diré corría-,
volaba un conejo.
De su madriguera
salió un compañero,
y le dijo: “Tente,
amigo; ¿qué es esto?”
“¿ Qué ha de ser?” –responde-;
sin aliento llego...
Dos pícaros galgos
me vienen siguiendo.”
“Sí -replica el otro-,
por allí los veo...
Pero no son galgos.”
“¿Pues qué son?” “Podencos.”
“¿Qué? ¿Podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos,
bien visto los tengo.”
“Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.”
”Son galgos, te digo.”
”Digo que podencos.”
En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.
Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.
SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA
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