05 marzo 2008

¿Son los ciudadanos tan complicados como sus políticos? Algunas consideraciones con motivo de la ardua elección del Primer Ministro de Ucrania

Estamos habituados a escuchar por doquier que cada país tiene los gobernantes que se merece.
Opino que así acontece en general, aunque hay casos en los que los gobernantes resultan peores de lo que se esperaba cuando acceden a la “cosa política”.
En España hemos tenido varios ejemplos (no voy ahora a entrar en detalles, porque algún insensato o extremista podría replicarme que aprovecho la actual situación de pre-campaña electoral, para hacer proselitismo o campaña a favor de uno u otro partido) y en general se puede observar cómo en el transcurso de cada legislatura, el desencanto de las gentes se va incrementando a medida que la acción del partido en el poder va transcurriendo.
Unos llaman esto “desgaste de la acción de gobierno”, pero realmente implica una desilusión de la ciudadanía ante el incumplimiento en unos casos y el mal cumplimiento en otros, de compromisos electorales por el partido gobernante.
Por tanto, mi opinión, sometida a toda clase comentarios y críticas, es que, al computarse el voto en las urnas, y antes de la formación de gobierno, con las coaliciones y pactos que a veces implica, el resultado de las elecciones no solamente refleja la voluntad del pueblo (así debe respetarse, como regla esencial de la democracia) sino que determina la tendencia de lo que el ciudadano votante desea.
En este aspecto, pues, puede afirmarse que cada país tiene los gobernantes que elige, y en general los que se merece.
Repito que prefiero obviar comentarios sobre posteriores cumplimientos o violaciones de compromisos electorales en España, pero no me sustraigo a referir lo principal de este artículo a lo que viene aconteciendo en Ucrania.
Que Ucrania es un país políticamente inmaduro, queda fuera de toda duda. Y el país no es sino la suma de los ciudadanos que lo integran.
De una parte, los “lobbies” pro-rusos, incardinados en las zonas del Este, se han agrupado disciplinadamente en torno a “su” partido: el de las regiones. No se trata solamente de un apoyo a una idea política y a una cultura filo-rusa, sino de un entramado de poder oligárquico al estilo de situaciones políticas ucranianas anteriores a la mal llamada “revolución naranja” (que no me canso de repetir apenas si fue un pronunciamiento político más desde el corazón que desde el realismo).
De otra parte, los fragmentados “ex naranjas”, con una irreconciliable posición entre los “lobbies” del Presidente y de la inefable (por singularmente egoísta) Yulia, que, con tal de no armonizar sus posiciones hiper-personalistas, han dilapidado una posible mayoría absoluta.
Y, como “restos de fábrica” (pero con importancia), los comunistas y los del partido de Litvin, quienes “no quitan ni ponen rey”, pero desde luego no se decantan por los “naranjas”.
Y bien. ¿Se merecen los ucranianos estos políticos? (Y no hablo de gobernantes, porque a esta fecha todavía es una incógnita quien conseguirá ser nominado primer ministro, porque lo de gobernar es otra cosa).
Me respondo: Pues si; y no.
Sí se los merecen, porque a los ucranianos les ha faltado el vigor reactivo para luchar contra el corrupto sistema de partidos y clase política, no apoyando a quienes ya les fallaron (y en mi opinión, fueron todos).
Y no se los merecen, porque los ciudadanos depositaron su encargo para unos partidos que les ofrecen la menor desconfianza, para que estos entiendan el mensaje implícito de las urnas: Que es necesario un entendimiento nacional; que es urgente un consenso sobre las cuestiones esenciales; que hay que desterrar las posiciones extremistas y tendentes a la violencia…
O sea, todo lo contrario a lo acontecido en la sesión parlamentaria de investidura de la primer ministro, en la que se sospechó de manipulación del voto electrónico, en la que un grupo de diputados del partido de las regiones “incautó” al Presidente de la Rada la tarjeta de control del sistema de votaciones. O posteriormente, cuando se vedó el acceso del Presidente a través de sus puertas habituales. O cuando se convierte el Parlamento en un gallinero… mediante “niñerías” y gamberradas más propias de un colegio de imberbes.
Todos estos cerrilismos, estas sandeces, estas faltas de educación, no se los merecen los ciudadanos de Ucrania. Y deberían tomar buena nota para evitar en el futuro que vuelvan a nutrirse de la política quienes no son sino los “mamporreros” de la corrupción y el fraude.
Si así no fuere, ya estoy viendo en Ucrania a un Presidente que pase a ser Primer Ministro, para retornar a Presidente, como en Rusia.
Ojalá no acontezca al estilo “Putin”.
¡Sería una “Put(in)ada”!

SALVADOR DE PEDRO BUENDÍA

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